La Voz de Asturias

Antonio Trevín: historia de un luchador

Opinión

Esther Canteli Esther Canteli
Antonio TrevínAntonio Trevín

16 Feb 2025. Actualizado a las 05:00 h.

Me recuerda a uno de aquellos maestros republicanos de los que tanto y con tanto entusiasmo y verdad me habló mi padre. A uno de aquellos maestros que alfabetizaron complicadas infancias, en las que formarse y acceder al conocimiento era un privilegio reservado a la clase social dominante.

Me recuerda a uno de aquellos maestros de pueblo que emanaban autoridad moral e intelectual en su comunidad, que eran seres de utilidad social en entornos donde las familias y vecinos contaban con escasos recursos y apoyos, y donde a menudo su voz era silenciada.

Cierto es que ser maestro de escuela en España nunca ha sido tarea fácil. Antonio Trevín lo fue y de alguna manera nunca ha dejado de serlo.

La vocación docente y la política muy pronto fueron indisociables en su personalidad, forjando un caudal de pasión y trabajo incesante. Y es que Trevín siempre ha sido un obrero de la «metalurgía política» asturiana. Un artesano del pensamiento y la gestión pública, con marcada personalidad más allá de fronteras partidistas, administrativas o de cualquier otra índole.

Su inquietud social es genética y epigenética, y su origen familiar en Los Oscos, así como sus primeros años de vida en Avilés y luego en Gijón, fueron influencias decisivas en su filosofía vital y proceder político, y en su manera de entender partido y sindicato.

Con el fuego y el hierro de su ancestral bagaje en valores y maneras, el joven Trevín desembarca en la aldea llanisca de Purón  —su primer destino como maestro—, y allí prende la mecha de una carrera de fondo que ha prolongado durante toda su vida.

No cabe duda que la situación social del Llanes rural de los años 80 activa el animal político que porta en su ADN, y pronto empieza a participar activamente en la vida local, primero como concejal y después como alcalde.

En aquellos años, Antonio Trevín convence y seduce a derechas e izquierdas en una sociedad compleja como la llanisca, muy marcada además por los luctuosos episodios de la guerra civil española, y por las diferencias sociales entre la villa y las aldeas del concejo.

Se convierte en una referencia en el mapa político del oriente y de Asturias. Al mismo tiempo que le toca gestionar la mayor revolución social vivida en las últimas décadas en esta comarca: la democratización e incremento de un turismo que dejaba de ser patrimonio exclusivo de las élites socio-económicas de dentro y fuera de Asturias.

No había cumplido los 40 cuando una crisis institucional en el gobierno del Principado, lo lleva a tomar las riendas de Asturias, siendo el primer presidente de la Comunidad del período democrático que llegaba a tan alta representación desde la alcaldía de una pequeña pero estratégica villa como Llanes.

El trevinismo fue calando y se convirtió en una realidad más allá del seno del PSOE, con un Trevín que navegaba corrientes, gestionaba liderazgos y familias y mantenía impolutas sus lealtades de toda la vida. Y todo desde la firmeza y la convicción, la discreción, la austeridad, la tenacidad y una voluntad de hierro estratégica y negociadora al mismo tiempo. Un conjunto de cualidades que hicieron de él un «todoterreno» político.

Leal escudero de sus amigos y compañeros, Antonio Trevín vivió todos los escalafones políticos de la democracia, desde una concejalía hasta las Cortes Generales, pasando por la Presidencia del Principado y la Delegación del Gobierno de España en Asturias.

Nunca tuvo prejuicios para partir de cero, para enfrentar situaciones complejas dentro de la maquinaria de su partido, o de las vicisitudes del amplio espectro político asturiano y español.

Ha protagonizado páginas míticas que ya tienen casi rango de leyenda como la de la tertulia La tagca, con personajes que son historia como Elías, Alfredo y todos los demás. Ha conectado como nadie con la diáspora asturiana en el mundo, y ha sabido mantener su norte contra viento y marea.

La historia de Antonio Trevín es la de luchador, la de un ferreiro que jamás abandona la primera línea de fuego, y que enfrenta las alegrías y las tristezas, las adhesiones y los ataques con un coraje ejemplar.

Si Asturias fuera un laboratorio politológico para la Humanidad  —que lo es—, Antonio Trevín Lombán sería uno de esos maestros de obligado estudio. La gestión pública, la sociología y el ejercicio político de nuestros últimos 40 años ni se explica ni se entiende sin su figura.


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