Dioptrías a la carta
Opinión
23 Nov 2024. Actualizado a las 05:00 h.
21 de enero de 2025. La noticia que nos ofrecerían muchos periódicos podría ser esta: «Un día después de su toma de posesión como presidente de EEUU, Trump autoriza a Ucrania a utilizar sus misiles ATACMS sobre Rusia, decisión a la que esta última ha replicado amenazando con armas nucleares». Más abajo de esta preocupante información, podrían leerse rabiosos titulares de este estilo: «Trump eleva su grado de irresponsabilidad a la cota máxima», «Trump coloca a Europa en el precipicio», «¿Estamos al borde de la tercera guerra mundial?». Y hasta agresivos: «La bestia parda enseña sus garras».
17 de noviembre de 2024. La noticia que pudimos leer en los periódicos fue realmente esta: «Biden autoriza a Ucrania…». Y los únicos comentarios que descubrimos no pasaron de calificar esta decisión como «inconveniente», «relevo envenenado», «imprudencia inesperada». Es decir, vaselina barata, antibelicismo con sordina, cera eclesial y hasta cepillo para las obras del templo, según se entra, a mano izquierda.
Se trata del mismo despropósito, pero con distintos protagonistas, por eso la valoración también es muy distinta, lo que importa de verdad son las personas no sus pecados: el uno es angelical, como lo fueron los Kennedy, y el otro satánico, como el vaquero Reagan. Quién le iba a decir al naviego Campoamor, que casi cien años después de haber escrito su relamida sentencia «…según sea el color del cristal con que se mira», iba a seguir teniendo plena vigencia. Lo cual es preocupante, porque significa que la objetividad, actualmente virtud inútil por su escasa rentabilidad, la dejamos por lo menos para el siglo XXII.
Pero no hace falta cruzar el charco para asombrarse con la manipulación informativa. Por estos pagos, afortunadamente cada vez con menos charcos, nos encontramos con la versión de que el Presidente y los suyos son los únicos responsables de la tragedia. De este modo, si prospera esa inculpación al cien por cien se consigue automáticamente la exculpación al cien por cien del Presidente, de su europeísta ministra y del resto de organismos potencialmente implicados.
Como a diferencia de los tendenciosos no tengo el menor inconveniente en reconocer mi más absoluto desconocimiento sobre lo que deberían haber hecho y tal vez no hicieron ni los mandamases de la confederación, ni los aemets, ni los umes, ni los militares y resto de gente cualificada, ni tampoco soy un taxista juez, simplemente aplico un poco de sentido común y me resisto a la idea de que el gobierno central se declare totalmente irresponsable de la tragedia porque su reacción resultó irreprochable.
Se me ocurre, como a muchísimos ignorantes, que la ayuda se podía haber desplegado al terminar los primeros efectos de la riada, como hizo F. González en Bilbao en el 83 (enviando diez mil soldados para colaborar en un problema de mucha menor magnitud), y no dosificarla a cuentagotas durante esos primeros días, momentos clave para localizar a desaparecidos y ayudar a los damnificados en la mayor medida posible.
Que el incompetente Mazón se empeñe absurdamente en seguir cocinando la sopa donde se terminará abrasando, es compatible con exigir clarificación al gobierno central para que explique los puntos oscuros que los muchísimos ignorantes como yo no conseguimos comprender. Pasadas dos semanas de la catástrofe, según parece el caos de las fuerzas de seguridad (que tampoco consiguieron impedir de ninguna manera el pillaje), por fin empieza a convertirse en algo parecido al control de la situación.
Pero veo cualquier telediario y me asombro al observar que las imágenes que se nos ofrecen siguen siendo en su mayoría las de la abnegada población civil que lucha a brazo partido para salir adelante. Los vecinos por un lado, y los voluntarios por otro, parecen habitantes de uno de esos paupérrimos países del sudeste asiático o Centroamérica donde con frecuencia la ira del cielo decide negarles hasta la miserable supervivencia. Observo todavía en la fatídica zona cero a gente acarreando y repartiendo, no alimentos de gran poder proteínico ni chocolatinas, sino básicos, como leche, pan, arroz, y me pregunto si no deberían ser mil o tres mil soldados más los que tendrían que desempeñar esa tarea, el estado tiene la imperiosa obligación de responder a los ciudadanos de forma excepcional en situaciones excepcionales.
Decimos que queremos un ejército de paz, no de guerra, pero cuando la paz se ve cuestionada por las catástrofes, como es el caso, la presencia de ese ejército de paz debería ser masiva, en este momento no creo que en los cuarteles tengan mucho mejor que hacer. Da vergüenza el espectáculo de contemplar cómo mujeres y hasta niños barren el lodo de las calles y desatascan alcantarillas o buscan supervivientes o se las ingenian para recuperar algún espacio de sus casas donde poder vivir. Se diría que si los propios afectados no tomaran iniciativas que no les corresponden, a poca ayuda podrían aspirar porque los impuestos que pagamos todos también se los llevó la riada.
A un general se le encarga ahora la dirección de un plan de recuperación de la zona devastada, y hace unas horas se ha sabido que su segundo de a bordo también es militar. Bien, parece gente acreditada por su buen hacer, pero resulta más que simplemente molesto que entre la población civil, mucho más numerosa que la militar, se ignore la existencia de cientos de técnicos que en sus respectivas áreas son perfectamente capaces de abordar la catástrofe con gran solvencia. Con estos nombramientos, pretendidamente imparciales, se nos transmite indirectamente que a la hora de poner orden, sea cual sea el orden necesario, debe contarse con los militares por encima de todo. Hay algo de paternalismo en esta decisión, creo yo. Ojalá que cuando se cabree el rey moro también salga papá a defendernos.