Yo también soy un imbécil
Opinión
17 Nov 2024. Actualizado a las 05:00 h.
Almudena Grandes, fallecida tan a destiempo para bufa de tantas y tantos, muy especialmente en Madrid y aledaños, escribió desde la honestidad, como lo demuestra en La madre de Frankenstein, el tomo V de sus Episodios de una guerra interminable, donde hace constar cuáles eran los tratamientos en los psiquiátricos franquistas (descontando a algún psiquiatra, como Luis Martín-Santos, autor de uno de los hitos de la novela española del XX, Tiempo de silencio), y también escribió desde la desinhibición creativa en uno de los relatos eróticos más refinados del género, Las edades de Lulú, Premio La sonrisa vertical, con un jurado presidido por el cineasta y erotómano Luis García Berlanga (en 1998, el Premio se lo llevó Pedro de Silva con «Kurt»).
Pues bien, esta mujer fue una imbécil, de seguir la pauta que su última pareja, Luis García Montero, catedrático de Literatura, poeta y director del Instituto Cervantes, estableció para merecer tal «honor». García Montero publica los lunes una columna en la contraportada de «El País» y una de ellas la tituló Soy un imbécil, en la que escribió: «Las cosas más necesarias de la vida pierden sentido cuando dejan de mantener relaciones con la palabra bondad (…). Antonio Machado tuvo que advertir en su «Retrato» que era bueno en el buen sentido de la palabra, porque se arriesgaba a ser tratado como un imbécil si defendía en público su bondad». Y añade en el segundo párrafo del artículo: «Para alegría de los miles de tuiteros enmascarados por la extrema derecha en las redes sociales, yo quiero declarar en público que soy un imbécil, un buen imbécil».
Entonces, yo me aplico tan idiota adjetivo, pero no como Machado por defender «en público» mi bondad, de la que no carezco, pero en cantidad ridícula y a tiempo parcial, y muy ridícula si me comparo con muchas mujeres y hombres. Y me lo aplico porque me es imposible tener la estratégica inteligencia de Núñez Feijóo y de sus bulldogs Miguel Tellado y Cuca Gamarra, como ejemplos magnos de inteligencias pronas. Porque fue la «delegación» en Valencia de este populoso partido, con su inanición e irresponsabilidad absolutas, quien provocó la muerte de más de doscientas personas (homicidio, al igual que el «facilitado» por cientos de codiciosos empresarios que mantuvieron en el tajo a sus empleados hasta última hora de la tarde, no así la Universidad de Valencia y algunos colegios, que sí atendieron a la alerta roja de la AEMET del 28 de octubre, cierres que, mira por dónde, fueron criticados a la mañana siguiente por un tal Mazón).
Y, bien al contrario, esa portentosa tríada y sus «ninots» levantinos consiguen que la opinión pública (habría que analizar si sigue existiendo la opinión y no la devoción) se incline a pensar que el culpable es Pedro Sánchez, denunciado en el juzgado por los luctuosos hechos por otro lumbreras: Santiago Abascal, conocedor del «sentido del deber» en el que están enfrascadas últimamente determinadas instancias judiciales. Inteligente será Feijóo, pero con un vocabulario parco: le debió de salir lo del «Gobierno fallido» cuando sus colegas ultras y afectados cabreados empezaron a hablar, tras el 29 de octubre, de «Estado fallido» y «Solo el pueblo ayuda al pueblo», que suena bien esto último, pero se practica muy de tanto en tanto y carece de armazón estructural, y peor, es una nueva cornada al sistema público general, o lo que es lo mismo, una inmoralidad criminosa.
Y ahora, este partido de luces amenaza en Bruselas a Teresa Ribera con indicarle el trayecto de los tribunales por su «ausencia», cuando lo cierto, lo rigurosamente cierto, es que, estuviese en Bruselas, en Madrid o en Laponia, no tenía competencia directa en la catástrofe y aun así llamó reiteradamente al «missing» Mazón, que acabó cogiéndole el móvil con la noche encima y las aguas desbordadas de ese fatídico día. En todo caso, la responsabilidad de Ribera era tangencial, a través de la AEMET y de la Confederación Hidrográfica, que avisaron desde el alba del 29 y, en concreto, la Confederación del Júcar envió, según elDiario.es, 62 mensajes de alerta durante el banquete que se estaban pegando Carlos Mazón y una periodista, que tampoco se estaba enterando del diluvio y los tsunamis, para atar en corto a la TV autonómica, siguiendo la senda de los ignominiosos gobiernos trumpistas del PP. La contrafigura de estos canales es la TPA: objetividad.
Hojeada la legislación al respecto, la emergencia nacional, en la que se escudan los que dejaron pasar las horas del 29 sin mover un dedo (digital), estaba fuera de lugar porque la DANA no afectaba a varias comunidades en grandes extensiones y la de Valencia estaba localizada en puntos concretos, y esta situación está contemplada en el nivel 2 de riesgo, que compete en exclusiva a las autonomías. Desgraciadamente para los demagogos, el Ejecutivo nacional actuó conforme a ley, aunque esto ya no tiene ninguna resonancia, porque es justamente la demagogia la clave de bóveda del ciclo rampante que nos envuelve, que nos atrapan como las sectas a sus adeptos.
Soy todavía más imbécil porque no comprendo cómo este partido «plus ultra» va una y otra vez a Bruselas a despotricar contra el Gobierno de España, hecho que asombra y desconcierta en la Unión Europea, y que estos días trata, y es mucho tratar, de descabalgar al Gobierno previsto por Ursula von der Leyen que, no obstante siendo del mismo color político que los inquisidores españoles, se ratifica en su apoyo a Teresa Ribera, reconocida experta en Europa y en el mundo.
Entonces, deduzco que no solo soy un imbécil, sino que no tengo cura en psiquiátrico alguno, que en los del terror del Caudillo y sus compinches, terror no condenado por Vox, ya me habrían derretido el cerebro.
Sin cura, pues, ni mental ni espiritual, es lógico que me abochorne en un primer momento y, luego, me asquee el comportamiento del PP en Valencia, Madrid y Europa, que repiten la fórmula del 11M y el «Prestige», con el añadido de complicar la gobernanza de 500 millones de personas ya pactada (Ursula quiere a Ribera a su lado, a su lado derecho, que sea su número dos: ¿por qué será?) en una Europa atrapada entre Trump y Putin, una Europa que las va a pasar pero que muy putas a partir del 2025. ¿Qué esconde la petición de la cabeza de Teresa Ribera?: mantener la de Mazón, porque si cae ahora este, Feijóo será barrido por el lodazal que ya le llega al cuello.
Debe ser mi imbecilidad la que me está haciendo ver en Génova 13 la mayor industria de «fake news» de un país que sí se merece tener la oposición parlamentaria y mediática que tiene, que sí se merece la DANA de odio social a un PSOE (al que hace tiempo, por cierto, se le ha caído la O), DANA formada no en el cielo, sino en la tierra, y desencadenada por un fenómeno humano, muy humano, cual es no poder ocupar La Moncloa por medios democráticos. Y para mayor redoble de demagogias, mentiras, tergiversaciones y «sodomizaciones» de la Idea de Bien, la intervención en su Parlamento, el viernes pasado, del presidente de la Generalidad.
Carlos Mazón, que, en lugar de dimitir y huir de Valencia, justificó en lo esencial su actuación y la de su equipo de ineptos, previamente esquilmados los servicios de protección ciudadana que tenía la comunidad con Ximo Puig, trasladando los fallos y las fallas al Gobierno nacional, en un ejercicio de mezquindad pavoroso, de mezquindad sin freno. Y tuvo los huevos el tal Mazón de sostener desde el atril parlamentario que estuvo en todo momento informado de los hechos, en un escorzo de contradicción y cinismo cumbres. Como le señaló el portavoz regional de Compromís, Joan Baldoví: «Su discurso no se lo han escrito sus asesores, sino sus abogados». Pero, repito, estas consideraciones han de entenderse desde la lógica de un imbécil, «un buen imbécil».