La Voz de Asturias

La túnica valenciana

Opinión

Jose Cancio
Una máquina excavadora trabaja en la limpieza de las calles de Catarroja (Valencia), este miércoles

16 Nov 2024. Actualizado a las 05:00 h.

En el Evangelio según San Juan, se nos cuenta que los cuatro  soldados que crucificaron a Jesús, al terminar la agotadora faena de taladrarle con ahínco manos y pies, se sentaron a descansar y decidieron repartirse sus  ropas a partes iguales, pero la túnica, por ser inconsútil, prefirieron echarla a  suertes.  

Tal vez le atribuyeran un gran valor y pensaran que más tarde la podrían  vender a un judío ingenuo y acaudalado, como se hace los domingos en el rastro.  Sobre esa túnica se han tejido casi tantas leyendas como sobre la sábana santa,  hasta el punto de que algunos países cristianos se enorgullecen de tener al  menos una reliquia de ella. 

En estos días de pasión y desesperanza, podríamos pensar que la  Valencia crucificada por las aguas ha dejado caer sobre sus campos anegados  una vasta túnica que tampoco nadie quiere repartirse. La miran de reojo, si acaso  la soban del derecho y del revés para conocer su textura, pero antes de volver a  tirarla al suelo no dudan en calcular, como los romanos, los enormes beneficios  que les puede reportar su transacción si saben mercadear con ella. Dicen los  evangelios apócrifos que en pleno diluvio un soldado estaba comiendo con una  señora en el centro de Valencia, que mientras tanto otro cenaba con la suya en  la India y que otros cuatro o más, desde la nona hasta las vísperas, se estuvieron lavando las manos para no mancharse de sangre con la corona de espinas. Y Judas negó tres veces antes de que cantara el gallo. 

Muy poco después de que los españoles admiráramos con orgullo (¿patrio?) los innumerables ejemplos de solidaridad y generosidad sin límites  como respuestas desesperadas a la ineptitud y la desidia, comprobamos con  estupor que la recurrente intriga cochina y la descalificación ruin nos iban ahogando con una inmensa amargura que se va a quedar retenida en la memoria popular como esas profundas heridas que ni el tiempo ni la historia se niegan a perdonar. Si aceptamos que la verdadera historia, la que se escribe con mayúsculas, es el único juez implacable que absuelve y condena, por más que  sus protagonistas se empeñen en tergiversar los hechos, las páginas destinadas  a esta túnica llenarán de vergüenza a nuestros descendientes.


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