La Voz de Asturias

Depresión política y las otras depresiones

Opinión

Ángel Aznárez
Reunión en el Elíseo entre Macron y Barnier.

13 Oct 2024. Actualizado a las 05:00 h.

A comienzos del último verano, Europa miró a Francia, antes la de la Grandeur, viéndola pequeña, destartalada y con achaques. Todo a consecuencia de casi todo, incluidas las nefastas decisiones del presidente de la República, al que calificamos no favorablemente en anteriores artículos, y que, en un mes, batiendo récords, perdió tres elecciones: una al Parlamento europeo, y dos a la Asamblea nacional.

El 75% de los franceses consideran que Macron no es un buen presidente. En el programa de T.V. «Et maintenant!» (Public Senat), se preguntó hace pocos días: ¿Padecerá Macron de depresión? Y en el artículo aquí publicado, de 22 de septiembre, escribimos, en referencia a Macrón, del «padecimiento de una neurosis narcisista con resultado de melancolía». La depresión, modalidad importante de melancolía, siempre inhabilita. Ian Kershaw escribió un libro que tituló: Los locos que nos gobiernan. Mucho antes, Vallejo Nájera había escrito sobre «Los locos egregios».

 

Gracias a eso y por no querer asumir la derrota, afanándose inútilmente en que todo permaneciera igual, a costa incluso de la importante legitimidad política, que es su falta grave pecado democrático, las costuras reventaron en la tierra del rey Clovis y de la santa Juana. Hace tiempo, en España, también, las costuras políticas están reventadas. La gente, allí y aquí, puede contemplar los adefesios políticos, siempre queridos secretos -los adefesios en cualquier territorio se quieren secretos-.

Se supo que en la patria de Montesquieu no había separación de poderes (en España tampoco) y que la Constitución política de la Vª República, la de De Gaulle, es ambivalente, pues lo mismo sirve para una República presidencialista, un roto, tan querida por el General, como para una República parlamentaria, un descosido, tan detestada por el mismo General. Sorprendente fue la conversación entre generales: Franco y De Gaulle, en el Pardo, el 7 de julio de 1970, meses antes de desaparecer el francés en mañana de invierno.  

El Poder, que es la capacidad para hacer que otros se comporten según los deseos de unos -los poderosos-, se puso en danza, saliendo de un palacio, del Eliseo, y entrando en otro, el Borbón. En Francia el Borbón es un Palacio o Asamblea parlamentaria y republicana, y en España lleva el nombre de Borbón, no un palacio, sino el Monarca reinante, hijo del anterior, tan recordado estos días por sus diálogos «bárbaros». Theodore Zeldin, del que escribiremos más adelante, siempre lo entendió muy bien: «Los habilidosos manipuladores del poder sólo pueden ser desalojados de sus puestos por otros manipuladores hábiles que perpetúan el mismo sistema».  

Y lo que ocurre en Francia no es de anécdota política, sino de categoría, tanto desde antes, en tiempos de la genuina revolución de 1789, que fue acontecimiento fundador de nuestra moderna sociedad, como desde ahora, en camino hacia otra nueva revolución, mucho más importante que la folklórica del Mayo-68. Eso interesa a todos, no sólo a los franceses y a las francesas, también a los españoles y españolas, invadidos por los franceses a principios del siglo XIX, en tiempos vergonzosos de otros Borbones, de Carlos IV y Fernando VII.   

Me interesó saber más cosas del llamado Le mal français, que así tituló Alain Peyrefitte su libro en 1976, publicado en España por Plaza&Janés en 1978, y titulado, defectuosamente, por razones comerciales, El mal latino. Más tarde, en 2005, el historiador y periodista Jacques Julliard publicará Le malheur français. En el último capítulo, el IV, Julliard confiesa que hubiera podido titular el libro L´Acédie française. L´acédie, palabra procedente del vocabulario de la Iglesia, es una melancolía mórbida que de vez en cuando amarga a los monjes, acompañada de una pérdida del querer vivir y de una tristeza que inhabilita a superar las dificultades de la vida. A eso se le podía llamar «la depresión». 

Haber vivido apasionadamente la cultura francesa, seguidas las peripecias de la política de la Vª República y con la inclinación natural a lo melancólico tan francés, fue posible todo ello por el mérito de varias personas que, en Oviedo de «aquel entonces», fueron capaces de comunicar nuevas emociones, haciendo posible ver nuevos horizontes. Debo recordar a tres personas magistrales en la excelencia del francés y de lo francés, y que escrito quede a manera de homenaje, para mantener en el recuerdo a esas personas, que la muerte se afana en olvidar.  

Recuerdo a Pepe González (llamado Pepe G., empleado de la Caja de Ahorros de Asturias, montañero y de Turón), el cual, en su domicilio, calle Sacramento, número 20, piso quinto, daba gratuitamente clases particulares de francés a bachilleres a las siete y media de la mañana, traduciendo difíciles poesías de Paul Valery y André Breton. Recuerdo a la exigente Carmen Fauste, catedrática de francés en el ovetense Instituto Alfonso II, presidenta del Tribunal en los exámenes de Preuniversitario, que exigía para aprobar tener un diálogo con ella en lengua francesa. Y recuerdo finalmente a la profesora Romero, esposa de don Luis Arias, que daba clase en la universitaria Escuela de Idiomas, utilizando como texto en forma de libro extractos Du contrat social de J. J. Rousseau, editado por la Libraire Larousse.

Entre tanto recuerdo sublime, me pareció estrafalario que el libro de texto de la asignatura de francés en el 4º Curso de Bachillerato (Colegio Auseva de Los Maristas) fuese un ejemplar de Selecciones de Reader´s Digest. ¡Qué cosa! Y no puedo omitir la importancia que tuvo la Alianza Francesa, que trajo a Oviedo, en los finales años sesenta del siglo XX, el griterío de los «Cohn Bendit» y de otros parecidos. No obstante los esfuerzos de los de la Alianza Francesa de entonces, lo de «la imaginación al poder» y otras lindezas, no cuajó en aquel Oviedo clerical y de gobernadores civiles llevando camisa de color azul.

Interesado por todo lo que está ocurriendo ahora mismo en Francia, busqué en la biblioteca y encontré un libro, de seiscientas cuarenta  páginas, que me explicó muchas cosas, atribuyendo a lo político un sentido amplio, que ha de incluir el estado de la salud mental de los ciudadanos. Eso es más importante que las bobadas, tan de moda, sobre la realidad política. 

Aquel libro se titula Regards sur la France, data de 2007, en el que treinta especialistas internacionales hacen el balance sobre la salud en el Hexágono. Me interesaron dos entrevistas; una con Theodore Zeldín acerca de las pasiones francesas, y otra con Sami-Paul Tawil, acerca de la salud mental de los franceses, siendo ambas entrevistas de importante contenido político. 

Theodore Zeldin, de nacionalidad británica, profesor en Oxford y ex decano de St. Anthony's College (Instituto de investigaciones internacionales), del que es en la actualidad fellow, es «un prodigioso historiador, habiendo sido un verdadero niño prodigio», tal como tituló el periódico británico The Independent el martes 13 de septiembre de 1994, con ocasión de la publicación del libro An Intimate History of Humanity

T. Zeldin nació en 1933, en Monte Carmelo (Israel), de padres rusos (de padre ingeniero y matemático, y de madre dentista), habiendo declarado que su principal actividad fue tratar de pensar, así de sencillo. Vive en Inglaterra, manteniendo su afán y pasión por lo francés, como acreditan sus variados libros sobre Francia, destacando Los franceses (1983) e Historia de las pasiones francesas (2003).

A la pregunta sobre el hecho de que los franceses sean los campeones del mundo en el consumo de antidepresivos y de ansiolíticos (páginas 43 y 44 de Regards), el escritor británico se manifestó contrario a recurrir a medicamentos y a tranquilizantes, aconsejando a las personas interesarse por los demás; a discutir y a conversar con los otros, saliendo así de sus preocupaciones íntimas, a menudo exageradas y enfermizas. La llamada condición social del hombre parece que es más que un simple complemento de la condición individual. 

 Y añadió: «Se trata de proponer una tentativa médica y clínicamente aceptable de hacer de la conversación una especie de medicamento preventivo contra el estrés y la depresión, que serán las dos grandes epidemias en el siglo XXI». Zeldin reclamó el arte de la conversación como nueva pista a explorar para salir del infernal círculo vicioso que encierran a los individuos la depresión y el estrés. CONVERSATION fue su libro fechado en 1998. 

Acaso lo anteriormente señalado pudiera parecer a muchos de utopía y de simplificación, dado el inmenso dolor que las depresiones ocasionan a los que las padecen, y teniendo en cuenta que el difícil camino de la curación, supone que el enfermo haga lo contrario de lo que le apetece. 

Y habrá de reconocerse el gran avance que, para ciertos trastornos mentales de mucho sufrimiento, han supuesto nuevas medicinas y/o tranquilizantes, siendo indudable su éxito contra el estrés y la depresión. Eso no impide estar de acuerdo con Zeldín en la importancia de lo social y de la alteridad en patologías mentales -se reitera- que son exacerbación del «yo» y del «mí». 

El psiquiatra libanés Sami-Paul Tawil, especialista en trastornos depresivos y maníacos depresivos, uno de los colaboradores en el libro Regards sur la France, en la página 232, ante el importante aumento de los trastornos mentales en las sociedades europeas, señala cuatro importantes aspectos: 

A.- Uno de los criterios de civilización de un pueblo podría medirse según el modo en que las instituciones tratan y se hacen cargo del cuidado de las enfermedades mentales de los ciudadanos. 

B.- Es más simple y rápido prescribir un medicamento que escuchar a un paciente deprimido en el cuadro de una entrevista con finalidad de psicoterapia.

C.- Analiza «la dimensión trágica de la depresión», caso de las muertes por suicidio del político Bérégovoy, del filósofo Althusser, del psicoanalista Bettelheim y del pintor Buffet. 

D.- Efectos secundarios de los antidepresivos, tanto de los llamados de primera generación (les tricycliques), como los más recientes, suministradores de serotonina. 

Problemas de la salud mental en países como Francia y España, en ritmo muy creciente, con amenaza de epidemia, no es sólo un problema sanitario, también es político, por ser elemento fundamental del Estado de Bienestar, la protección estatal a la salud, siendo también principio rector de la política social y económica (artículos 43 y 49 de la Constitución española). Y su prevención y tratamiento no es problema de derechas o izquierdas, es de todos por ser de interés público. 


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