Chromebook y destrucción educativa
Opinión
25 Sep 2024. Actualizado a las 05:00 h.
Como es sabido, el confinamiento debido a la COVID-19 aceleró la implantación del Chromebook en la educación. Ya en aquel período de reclusión, esta pretensión de sustituir sin más la docencia directa con la tecnología trajo problemas serios a niños, padres y profesores.
Pero es que, después del confinamiento, la incorporación del dispositivo en la escuela, de modo sistemático, no ha podido suponer mayor destrucción. Por si no fuera ya sangrante el problema actual de adicción a las pantallas, muchos colegios están condenado ahora a los niños y a los jóvenes —sin olvidar a los profesores— a pasar prácticamente todo el horario escolar —y parte del extraescolar— ante la luz azul.
De sobra es conocida la letalidad del exceso de la estimulación en el desarrollo neurológico. Sin embargo, no estamos hablando únicamente de este hecho tan grave, sino de cómo, en el día a día escolar, mientras están en clase, los alumnos están viendo vídeos de fútbol, de TikTok e, incluso, de pornografía. Esta es la cotidianidad en la enseñanza.
Cabe hacer, además, otra consideración importante. Para usar estos dispositivos y sus aplicaciones, se debe realizar un contrato con Google. Aparte de las reservas que se puedan tener respecto a una multinacional de este tipo, el hecho es que padres, alumnos y docentes están teniendo que ceder sus datos personales y la información de su trabajo diario en Internet a Google, sin que nadie les haya pedido su consentimiento. También esto es un abuso.
En efecto, el control por parte del profesorado del uso que el alumnado hace del portátil es casi imposible en la práctica. Lo mismo ocurre en casa. Los padres no pueden controlar que sus hijos realicen realmente las tareas, dado que hacer las tareas se ha convertido en estar con el Chromebook. Lo que realmente se está haciendo es otra cuestión.
Ante semejantes hechos, me pregunto: ¿a quién beneficia todo esto? ¿qué tiene que ver todo este despropósito con la educación? Lo que está claro es que algunos colegios están haciendo un negocio redondo a costa de la salud mental y moral de la juventud.
No deberíamos consentirlo.