La Voz de Asturias

El demonio de lo perverso: desde odiadores/as a genocidas (y II)

Opinión

marcos martino
Madre agarrando la mano de un bebé.

27 Aug 2024. Actualizado a las 05:00 h.

Como decíamos ayer, necesito explicar a mi hijo menor que atribuir el origen de las malas conductas al demonio de lo perverso del relato Edgar Allan Poe, ese que nos lleva a realizarlas por el hecho de que no deben hacerse, es una ficción literaria. Ello requiere, a su vez, que le dé una explicación actualizada y con la fiabilidad a la que llega el conocimiento a día de hoy.

¿Qué lleva a una persona a hacer daño físico o psicológico a otra, de forma deliberada? Ya sea a nivel individual, en nuestra vida cotidiana, o en los ámbitos de poder mediante decisiones que afectan a colectivos, comunidades, países.

¿Se nace siendo una «mala persona»? ¿O se convierte uno/a?

Un artículo de opinión como este no es un artículo académico, claro, pero como dice el neurobiólogo Robert Sapolsky para el caso de la violencia, quienes nos dedicamos a la ciencia de la conducta tenemos la motivación, ingenua tal vez, para creer que si hacemos divulgación científica, podemos contribuir a su comprensión y disminución.

Aquí no es posible ser exhaustivo. Para quienes tengan interés recomiendo el libro en el que Sapolsky nos ilustra de forma brillante: «Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos».

En el breve espacio de que dispongo aquí me gustaría señalar algunos aspectos esenciales relacionados con la conducta agresiva. E invitar a una reflexión.

Partamos de la idea de que aunque categorizamos los factores que influyen en la conducta, podemos decir, recurriendo a una de las posibles categorizaciones, que los aspectos biológicos, psicológicos, sociológicos, económicos, políticos, legales, culturales, etc. interactúan de forma compleja. Poco a poco vamos conociendo cómo algunas combinaciones de variables en la interacción organismo-ambiente influyen en determinadas conductas.

Si hablamos de violencia o, concretando más, de agresión (intencional), podemos decir que forma parte de conjunto de acciones coercitivas en el marco de las relaciones de poder fuertemente condicionadas por el contexto social y con un importante componente de aprendizaje. Por otra parte, investigaciones arqueológicas indican que la violencia colectiva surgió con la sedentarización y la transición de una economía depredadora a una de producción. Probablemente como resultado de la evolución de las relaciones de poder y, consecuentemente, del abuso. Es relativamente reciente.

Al explicar el daño que se inflige deliberadamente a otras personas conviene intentar entender qué antecedentes se dan para que pueda ocurrir algo así, sin necesidad de recurrir al demonio de lo perverso o a la maldad. Podemos atribuir esta conducta a la dificultad o la incapacidad para aplicar ciertos mecanismos adaptativos y biológicamente determinados para la conducta social propia de nuestra especie, que evitan el abuso y la violencia. Mecanismos relacionados con la cognición, la reciprocidad, la empatía, la regulación emocional, el control de los impulsos.

Resumiendo mucho, los factores genéticos y epigenéticos van a dar lugar a perfiles biológicos con numerosas variaciones, entre las que se encuentran la forma de reaccionar a diferentes estímulos del ambiente. Posteriormente, el organismo, en interacción con el ambiente, se va a desarrollar siguiendo múltiples rutas, condicionadas, en primer lugar, por eventos de la infancia. El primero y más importante, el apego. Las investigaciones de John Bowlby en los años 50, y Mary Ainsworth y Harry Harlow posteriormente, concluyeron que los bebés no solo necesitan estar bien alimentados y poco más. Para un desarrollo sano necesitan un apego seguro: vínculos de calidad basados en unos cuidados solícitos, cálidos, amorosos, estimulantes, consistentes y fiables. La privación de estos cuidados, para una cría tan inmadura al nacer como la humana, genera estrés, ansiedad y, consecuentemente, puede afectar permanentemente a la fisiología del estrés, alterando, a su vez, el desarrollo cognitivo y afectivo, la empatía y el control de impulsos.

Otras circunstancias que afectan notablemente al desarrollo cognitivo son la exposición a la violencia doméstica o la pobreza infantil. En palabras de Sapolsky: «Una infancia llena de adversidades incrementa las posibilidades de que un adulto sufra (a) depresión, ansiedad o consumo de sustancias ilegales; (b) capacidades cognitivas disminuidas, especialmente las relacionadas con el lóbulo frontal; (c) deficiente control de los impulsos y regulación de las emociones; (d) comportamiento antisocial, incluido el uso de la violencia; y (e) relaciones que replican las adversidades sufridas durante la infancia».

A las capacidades cognitivas relacionadas con el lóbulo frontal del cerebro las llamamos «funciones ejecutivas». Entre ellas que se encuentran la planificación y autorregulación de tareas, la flexibilidad cognitiva, y la monitorización e inhibición de conductas. Funciones que subyacen a los demás procesos cognitivos, a procesos emocionales y, consecuentemente, conductuales.

Procesos implicados, junto con la empatía, en el desarrollo moral. Desarrollo que Lawrence Kohlberg describe en 6 etapas: la moral preconvencional (etapas 1 y 2) basada en la obediencia y el castigo que, aunque es una moral infantil, también caracteriza a algunos adolescentes y adultos de los que hablaremos después; la moral convencional (etapas 3 y 4), se caracteriza por orientarse hacia lo que la sociedad espera de nosotros/as (3), y por la preocupación y conciencia sociales (4), y en la que está la mayoría de las personas; y la moral postconvencional, en la que se da una orientación racional y voluntaria hacia el contrato social como medio para la dignidad y el bienestar de la sociedad en su conjunto (etapa 5) y la etapa de la moralidad de principios éticos universales (etapa 6) a los que las personas llegan por sí mismas, trascendiendo la ley y el contrato social. Algo como el imperativo categórico de Kant: «Obra de manera que la razón de tus actos pueda servir de ley universal»; de forma que si todo el mundo quiere actuar así, a todo el mundo le irá mejor. Son etapas difíciles de alcanzar y requieren un desarrollo sano, empatía.

Pongamos un ejemplo de una de esas combinaciones de las que hablaba más arriba y que lleva a una conducta agresiva bastante frecuente: personas con bajo control de los impulsos, baja inhibición conductual y proclives a la violencia (que no es solo física), ante situaciones de frustración, incertidumbre o temor a los cambios, descargan su malestar en personas más débiles o que no se pueden defender, de forma impune. Es decir, actúan así porque preven eludir el castigo (moral preconvencional).

Llegados a este punto, cuestiones sobre las que reflexionar. Cuando me asomo a las redes sociales y las veo plagadas de zafiedad, odio, insultos, racismo, misoginia, amenazas, deseo de sufrimiento ajeno, campañas de mentiras para incitar a la violencia colectiva; la mayoría de la veces desde el anonimato pueril y cobarde. Cuando en las noticias asistimos día tras día a episodios de masacres, corrupción, negación y violación sistemática de los Derechos Humanos por parte de gobiernos. Pienso en las personas que participan de esas conductas, por un lado, y las que toman las decisiones que generan ese daño masivo, por otro. Muchas de ellas religiosas de cualquiera de las grandes religiones, para mayor aberración. Pienso: qué infancia, qué crianza, qué educación han tenido para dañar de esa manera a otras personas; qué experiencias les han llevado a esa falta de empatía, que es una de las máximas expresiones de humanidad.

Para conjurar el subdesarrollo moral que subyace a todas esas conductas hay que evitar actuar en los mismos términos; con más agresiones para intentar compensar nuestra propia frustración por una civilización decadente, o para castigar a los agresores. En mi opinión, solo nos queda la opción de una movilización democrática mayoritaria que promueva las condiciones para una vida digna y un desarrollo sano de todas las personas, sin excepción. Aunque hay a quienes esto no le interese, porque perjudica a sus intereses egoístas, y por eso nos cuesta tanto llevarlo a cabo. En fin.


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