La Voz de Asturias

Reconquistar la calle

Opinión

Jose Cancio
Imagen de archivo de la terraza de una cafetería

24 Aug 2024. Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos días me cité con un amigo en el bar donde últimamente solemos  quedar a charlar de cualquier cosa que no sea política: se trata de un sitio  cómodo, con servicio agradable y precio asequible. Estas condiciones del  establecimiento, nada lujosas y aparentemente sencillas de cumplir, se dan ya en pocos sitios, por eso cuando uno descubre que en algunos locales las  observan, se convierte en parroquiano leal de ellos y renuncia a probar novedades. Del bullicio de no pocos clientes (la mala educación se impone con  entusiasmo, hablar a voces es síntoma de libertad absoluta, se practica mutuamente terapia gratis por el método de la risotada estruendosa) está uno  tan harto como de la indiferencia y desgana o exceso de dignidad de algunos camareros (tal vez originada por la precariedad a que están sometidos) y no  digamos ya de los precios injustificables (que suben un quince o un veinte por  ciento cada año nada más que porque sí, o mejor dicho, porque veo que usted  agacha la cabeza y paga, caballero). Da la sensación de que la dolorosa crisis  sufrida por las empresas de hostelería como consecuencia del covid la vamos a  estar financiando con nuestra comprensión y nuestra cartera hasta el fin de los  días. Y eso sin olvidar que sus terrazas han invadido las aceras con descarada  impunidad, casi auspiciada su despótica actitud desde los ayuntamientos, tan  tolerantes con este sector que ignoran que a la mayoría de los ciudadanos ninguna institución nos soluciona nuestro problema laboral y al salir a la calle solo queremos recuperar el espacio público que siempre hemos disfrutado. Lo  cual no significa que la alusión a la «pérdida de los puestos de trabajo» con que  se me replicaría por la crítica no debamos escucharla todos responsablemente,  pues nuestro futuro depende de que mejore el empleo, a pesar de que la historia  no juzgará con demasiada benevolencia que cincuenta años atrás hayamos encontrado en el turismo la única vía de estabilidad económica: somos el bar de  Europa y América, y esa situación no es para presumir. A corto plazo, estamos  emplazados a ser espectadores de la reivindicación de los defensores de la  cruzada antiturística para recuperar la ciudad donde nacieron, crecieron y esperan continuar hasta la muerte. Quién les iba a decir hace no tantos años  que este incuestionable derecho también iba a ser objeto de negociación. 

En fin, volviendo a lo de antes, no es mucho pedir poder pasear por  nuestras calles de siempre sin vernos obligados a ir sorteando mesas, sillas y  hasta pizarras anunciando los menús, colocados todos ellos en posición  zigzagueante al dictado del interés del dueño del bar, que probablemente  reaccionará mal si simplemente le sugerimos un poco de cuidado. En la mayoría  de las ciudades ya existen muchas zonas casi reservadas exclusivamente para  los consumidores por donde se debe renunciar a pasar. Pero no sigo, creo que  lo inteligente va a ser desistir para no frustrarse ni ponerse de mal humor, en  este aspecto y en casi todos padecemos una escandalosa insuficiencia de  autoridad y nuestros gobernantes han descubierto que su popularidad aumenta en proporción directa a la permisividad. Por poner un ejemplo algo disparatado,  cualquier día se eliminarán los semáforos para que los votantes de sus  respectivos partidos puedan circular a su antojo; el menor atisbo de orden,  aunque sea evidente que el concepto de organización revierte en el bien común, es muy mal recibido y su aplicación se asocia inmediatamente a ecos interminables del franquismo. Cuando en cambio la autoridad sí se muestra  intransigente es a la hora de coaccionar hasta la extenuación con la carga  impositiva que imponen. En ese aspecto unos y otros son unánimes: hay que  recaudar lo máximo posible, de la forma más inclemente posible y con la mayor  celeridad posible. Naturalmente, esa voracidad aconseja a los ciudadanos reaccionar de la forma tradicional que tan bien conocemos, que es responder  desde los mandamientos más elementales de la picaresca: si ustedes nos  aprietan el nudo en el cuello ya encontraremos nosotros la forma de aflojarlo, se  pongan como se pongan sin aire no nos van a dejar.


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