Un alivio no es una cura, la extrema derecha no ha sido derrotada
Opinión
24 Jul 2024. Actualizado a las 05:00 h.
Si el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo concedió un respiro de cinco años a la Unión, aunque confirmó el crecimiento de las derechas extremas en casi todo el continente, las legislativas celebradas en el Reino Unido y Francia permiten lecturas engañosas. Ningún observador debe perder de vista el efecto distorsionador de los sistemas electorales, pero menos cabe esperarlo de analistas y dirigentes políticos. La victoria laborista, muy holgada en escaños, alienta a las alicaídas socialdemocracias europeas, pero se logró con el 34% de los votos, el mismo porcentaje que consiguió el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen en Francia. En un caso supuso un triunfo arrollador, en el otro un freno a su victoria. Ni tanto ni tan calvo.
En el reino británico la ciudadanía dio un giro hacia el centro izquierda. La suma de los laboristas, los liberal-demócratas y los verdes ronda el 53% de los votos, mientras que el Partido Conservador se quedó en el 24 y la extrema derecha nacionalista de Farage en un 14%. El Reino Unido es una democracia atípica. El sistema electoral, mayoritario puro con distritos uninominales a una sola vuelta, castiga mucho a las minorías y a eso se suma la tradicional moderación del votante británico, no solo mayoritariamente fiel al bipartidismo, sino proclive a castigar los excesos. Es lo que ha hecho con un Partido Conservador trumpizado por Boris Jonhson y secuestrado por algunos diputados que solo veían posibilidades de recuperación en una mayor radicalización derechista. La ajustada victoria del Brexit en el referéndum convocado por Cameron, otro conservador irresponsable, supuso una de las pocas ocasiones en las que el electorado isleño se dejó llevar por la demagogia, parece haber aprendido la lección.
En Francia, otro sistema electoral mayoritario, aunque diferente, permitió que el partido ganador de las elecciones, el de Le Pen, quedase tercero en escaños. El Nuevo Frente Popular, que no era una coalición como las de entreguerras, para ello hubiera tenido que integrar al partido de Macron, sino una unión temporal de partidos de izquierdas y ecologistas, logró ser la mayor de las minorías del parlamento gracias al apoyo de partidos de derechas en la segunda vuelta, a los que también dio su voto en algunas circunscripciones.
Podemos fue el partido español que realizó un análisis más superficial y errado de las elecciones francesas. Una unión de izquierdas como esa es difícil que logre una victoria en cualquier país, menos con un partido como el de Melenchón como fuerza mayoritaria, y no ganó en Francia. Por otra parte, si funcionó el «cordón sanitario» francés para frenar a Le Pen fue gracias a que en la segunda vuelta se sumó el centroderecha, solo con el frente de izquierdas no se hubiera logrado nada. ¿Estaría Podemos dispuesto a votar a candidatos del PP para que no gobernase Vox?
Las elecciones europeas, como ya señalé, dieron un respiro a la Unión, las británicas una alegría a socialdemócratas y progresistas y las francesas un alivio a los demócratas, pero la extrema derecha sigue ahí y los cordones sanitarios son un emplasto, cataplasmas que tapan la herida y alivian el dolor, pero no curan.
España es un país dado a la exageración, incluso a la extravagancia, y Vox, la extrema derecha castiza, ha sorprendido a todos aplicándose un auto cordón, ya que otros no se lo ponían. Es un verdadero regalo para un PP que podrá gobernar sin el lastre que suponían las constantes salidas de tono de los de Abascal y que debería desear que se extendiese a los ayuntamientos. Algunas de las comunidades autónomas afectadas tienen ya aprobados los presupuestos y otras podrán prorrogarlos, no hay riesgo de que triunfe ninguna moción de censura; aprobar leyes será sin duda más difícil, salvo que PP, PSOE e incluso Sumar y Podemos decidan explorar las posibilidades de hacer reformas consensuadas, aunque, evidentemente, no sean todas las que unos y otros desearían. Por otra parte, es una ruptura con la extrema derecha de la que el PP, sorprendentemente, se ha lamentado más que alegrado, lo que debilita su credibilidad para volver a presentarse como un partido democrático centrado. Sin embargo, tendría más posibilidades de imponerse electoralmente a Vox si se decidiese a buscar una línea política propia, no condicionada por el radicalismo de una extrema derecha a la que debería combatir ideológicamente.
El mayor problema del famoso cordón en nuestro país reside tanto en la querencia del PP a seguir a Vox como en la necesidad que tiene de sus votos para acceder al poder. Con sistemas electorales proporcionales y en vigor el dogma hispánico que convierte en horrendo pecado cualquier acuerdo entre derechas e izquierdas, salvo si las primeras son nacionalistas de nación distinta a la española, lo que permite que se les perdone hasta el racismo, el aislamiento del neofranquismo se convertiría en una barrera que impediría al PP gobernar cualquier institución, salvo que obtuviese mayoría absoluta. Sería un cordón con trampa. Ahora bien, el PP para eludir el lazo que le tendía la izquierda había caído de lleno en el de Vox. Una cosa es pactar y otra entregarse al adversario, desdecirse incluso de sus propias leyes y abandonar los principios para agradar a los extremistas.
El cordón sanitario alemán no excluye coaliciones entre democristianos, liberales, verdes y socialdemócratas, incluso los excomunistas de Die Linke entran en algunas combinaciones, solo queda fuera la extrema derecha de Alternativa para Alemania. En Portugal, el PS permitió formar gobierno a una derecha democrática muy alejada de la mayoría absoluta para evitar que pactase con Chega. Lo importante es la defensa de la democracia, aunque implique cesiones. Las grandes coaliciones entre derecha e izquierda deben ser excepcionales para no desnaturalizar la propia democracia, pero otra cosa son los pactos de mínimos, que permitan gobernar con mayorías relativas, cumplir con los mandatos constitucionales y llegar a acuerdos en asuntos de Estado fundamentales.
Para derrotar a la extrema derecha hay que devolverla a la condición de minoría marginal que tuvo tradicionalmente y eso solo puede conseguirse respondiendo a las necesidades de la ciudadanía y con un cambio importante en las formas de hacer política. La UE parece que va a tomarse en serio el problema de la vivienda, algo similar deberían hacer aquí el Gobierno, las Cortes, las comunidades autónomas y los ayuntamientos. La inflación va camino de moderarse a tasas razonables, pero el malestar se debe también a los problemas en servicios públicos como la sanidad y al difícil asunto de las pensiones y la edad de jubilación, uno de los de mayor repercusión en Francia junto a los bajos salarios.
Además de atender a las necesidades de la gente, los partidos deben volver a atraerla, abrirse, evitar el excesivo profesionalismo de los dirigentes, hay demasiados que nunca han trabajado fuera de la política, y ser extremadamente vigilantes con la corrupción. Es necesario que, sobre todo los de izquierdas, renueven su ideario y que todos hagan pedagogía con la importancia de la combinación de democracia, libertad y respeto a las personas para lograr un progreso equilibrado y acercarse al verdadero bienestar. El desprestigio de los partidos y de sus dirigentes es el mayor cáncer de la democracia y en muchos países, como el nuestro, se lo ganan a pulso.
El peligro más grave que se cierne hoy sobre las democracias procede de la extraña situación política de EEUU. El retraso de Joe Biden en reconocer que su edad no es apropiada para presentarse a la reelección y que sus condiciones físicas no son las mejores aumentó las posibilidades de Donald Trump y de un Partido Republicano radicalizado. Es cierto que, tras la renuncia del presidente a intentar la reelección, la designación de un candidato o candidata, esto último sería lo preferible frente al grosero gran macho republicano, a solo tres meses de las elecciones permitirá a los demócratas un protagonismo que eclipsará algo el efecto del atentado sufrido por Trump y también que una buena campaña puede ser muy efectiva. Kamala Harris ha sido una vicepresidenta gris, pero, sea ella o no la candidata, cualquier persona con cierta formación y capacidad oratoria debería derrotar al gran bocazas en un debate electoral y ser capaz de poner de manifiesto sus vergüenzas.
En este contexto de guerra en Ucrania, amenaza rusa a las democracias europeas, bárbara represión israelí contra los palestinos y potencial conflicto comercial e incluso militar de EEUU con China, la vuelta al poder de Trump sería tremendamente peligrosa, pero, además, supondría un impulso para el radicalismo populista, machista, xenófobo y nacionalista de derechas en todo el mundo, incluida Europa. Solo cabe confiar en que los norteamericanos acaben inclinándose por el tradicional buen sentido anglosajón a la hora de emitir su voto; como en Brasil y en todos los países en que el extremismo derechista supone un peligro para sus derechos, la movilización de las mujeres será decisiva.