Ni tan mal
Opinión
13 Jul 2024. Actualizado a las 05:00 h.
En los sesenta tuvo mucho éxito aquel eslogan de Fraga Iribarne, «Spain is different», que pretendía ser un reclamo simpaticón para que nos invadiera el turismo. A pesar de que hoy en día muchos spanish (paradójicamente, sobre todo los que fueron muy beneficiados por esa promoción) abominan de las legiones bárbaras, en honor a la historia se debe reconocer que en cuestión de muy poco tiempo las arcas del estado habían engordado hasta cifras insospechadas y todavía mantienen el buen tono. Curiosamente, el paso de los años y nuestra arraigada mala baba le dieron la vuelta al eslogan para utilizarlo despectivamente contra nosotros mismos con acidez autocrítica y haciendo bueno aquel otro, aún más displicente: «Europa termina en los Pirineos», seguramente ideado por los gabachos para que los turistas se quedaran en sus playas.
Ahora, como tercera variante, el estribillo «Spain is different» lo usamos para explicarnos la cuestionable gestión de nuestros políticos, ignorando que alguna cuota de responsabilidad recae sobre nosotros por haberlos elegido. Y acto seguido, en un arrebato de derrotismo, expresamos la envidia que sentimos de los países que deben ser nuestra referencia, atribuyéndoles a sus habitantes una cordura y sensatez imposible de alcanzar por las descarriladas mentes españolas.
Bien, si hacemos un repaso a la felicidad que disfrutan estos afortunados por tener la suerte de no ser españoles, mencionaré en primer lugar a los silenciosamente admirados Estados Unidos. Allí el dilema es ahora verdaderamente perverso, pues se verán condenados a elegir entre un psicópata capaz de terminar con el planeta si un día se enfada, y un tibio presidente, cuyos méritos tras su mandato hay que buscar con lupa y que, desgraciadamente, también tiene la mente averiada, solo que porque la salud lo ataca. Sin exagerar, pone los pelos de punta asumir que nuestro futuro va a depender de semejantes irresponsables: uno tocado por la megalomanía estrambótica y el otro por el alzhéimer, aunque por el bien de la patria no está dispuesto a dimitir mientras no intervenga el «Todopoderoso». Siempre me ha indignado la frivolidad con que los descreídos invocan el nombre de Dios, debería bastarles la alusión pía a Santa Rita. Ante este nublado panorama electoral, decantarnos desde el otro lado del Atlántico por el candidato que según opinamos se asemeja más a nuestra ideología es como jugar al parchís a ver si ganan las mías.
Segundo. Un repaso al pasado reciente de la gloriosa Inglaterra nos va trayendo a la memoria la mayúscula metedura de pata del aseado y arrogante David Cameron, cuando se le ocurrió la peregrina idea de promover un referéndum sobre el Brexit pensando que sus conciudadanos votarían un rotundo no. Acertó de lleno y triunfó el si, despropósito que le recriminará la historia escrita por los ingleses y no menos la escrita por los continentales. Tiempo después descubrimos con perplejidad que el salvador de los tories sería un personaje extraído de una comedia de Valle-Inclán, apellidado Johnson y de nombre Boris. Yo lo vi como una escoba al revés, pero a las escobas no les gustan las fiestas ni el alcohol en pleno covid, ni desbarran en parlamentos y foros haciendo gala de soez chabacanería. La regeneración ante el descrédito originado por semejante energúmeno se pretendió lograr con el ascenso al poder del viscoso Sunak, de cuyas reconocidas capacidades empresariales debe dudarse si actúa con el mismo tino y agudeza con que dirigió la nave de su país contra el acantilado.
Tercero. Donde verdaderamente están para celebrarlo con su champán es en Francia. Tan erróneamente han obrado los sucesivos gobiernos desde que empezó este siglo, que la grandeur supremacista se fue convirtiendo en un maloliente pantano del que les va a costar salir. Que ahora el votante moderado se haya visto abocado a optar entre la extrema derecha y el frente popular, no es una buena noticia. Debe ser muy triste tener que elegir a cualquiera con tal de evitar a la extrema derecha, esperemos que ese cualquiera sepa zurcir el descosido gigante que se va a encontrar en la Asamblea Nacional si la cohabitación se impone como única salida. Ojalá esa réplica actualizada de Nostradamus llamada Houellebecq no nos incluya a los españoles en sus presagios apocalípticos. ¿Y cuál es la explicación de que la extrema derecha haya ganado tanta fuerza como para ser una alternativa real de gobierno? Le Pen y los suyos solo han tenido que comprar unas butacas y sentarse a ver pasar los cadáveres de sus adversarios. Con el triunfo del cordón sanitario en cuanto a adjudicación de escaños por el peculiar sistema electoral francés, se ignora que la diferencia de la RN con el Frente Popular es superior a 1.740.000 votos. Ese impacto no se puede soportar poniendo tiritas indefinidamente, la brecha social es muy grande.
El problema de la emigración es de un calibre inmenso y ningún gobierno ha sabido ponerle el cascabel al gato, aunque debe reconocerse que es de muy complicada solución. Por un lado, limitar la entrada en el país a quienes huyen de la miseria y las guerras en busca de un futuro mejor sería firmar miles de sentencias de muerte y obrar con imperdonable inhumanidad. Pero por otro, abrir las puertas indiscriminadamente (y sin promover un inaplazable pacto nacional) supondría imponer al futuro de los franceses el heroísmo de los kamikazes y traicionar a los antepasados que construyeron su país.
En definitiva, con todos los riesgos de las afirmaciones categóricas, no se puede decir que la situación en España sea peor que la que se vive en estos países, ni su presente ni su presumible futuro pueden producirnos envidia. Cometemos muchas equivocaciones, perdemos el tiempo en cuestiones no tan trascendentes y evidenciamos, eso sí, una escandalosa incapacidad para lograr acuerdos en los asuntos esenciales para el país, como corresponde a nuestra secular tendencia a la desunión, pero el peligro que estamos corriendo no parece anticipar un próximo ahogamiento. Si caer en las redes del pesimismo sería un error, no lo es menos abandonarnos al narcisismo, hay que seguir remando, y mucho, a ser posible casi todos en la misma dirección. Con todo, creo que nos irá mejor si nos acercamos más a Starmer que a Mélenchon, ya somos nosotros bastante aficionados a los precipicios.