Justos en la nación de Israel
Opinión
25 Jun 2024. Actualizado a las 05:00 h.
El israelí Avner Gvaryahu se unió al ejército de su país en 2004. En su caso, no sólo el cumplimiento del servicio militar, sino la vocación de defensa de su país suscitó en Avner el deseo de integrarse en las fuerzas armadas, de manera acorde a su educación religiosa y nacionalista. Avner sirvió como sargento y participó en acciones militares en Nablus y Jenin. Pudo comprobar de primera mano los efectos de las repetidas intervenciones armadas sobre la población palestina y la estrategia de sometimiento y control establecida por Israel, constatando cómo los mensajes de los mandos contribuían a que los soldados contemplasen sin excesivos miramientos el uso de la fuerza letal frente a la población civil. Fuertemente conmocionado por la brutalidad del ejército para el que servía y reintegrado a la vida civil, comenzó a trabajar con la asociación israelí Breaking the Silence. Esta entidad reúne testimonios de veteranos del ejército que testimonian el daño sobre la población civil palestina provocado por la actuación militar de Israel en los territorios ocupados. Su objetivo es llamar la atención de la sociedad israelí y de la comunidad internacional para poner fin al ciclo de represión y ocupación, dando apoyo a quienes precisan, como bálsamo liberatorio, contar la realidad de lo que han visto en su paso por el ejército. Breaking the Silence no es, precisamente, un colectivo cómodo para las autoridades de Israel, que dificultan su acceso al territorio de Cisjordania o emprenden acciones legales para que revelen la identidad de testimonios de antiguos militares, en los casos en que estos tienen carácter anónimo. En un contexto de radicalización de la sociedad israelí, han recibido además amenazas y hostigamiento de colectivos ultranacionalistas. Avner es actualmente el director de la entidad y se muestra horrorizado ante la actuación militar israelí en Gaza y la intensificación de la violencia frente a la población palestina en Cisjordania.
Yuval Dag es un joven israelí que se ha declarado objetor de conciencia debido a su oposición al papel que las fuerzas armadas de su país juegan en la opresión al pueblo palestino. Por su condición de objetor ha experimentado detención y encarcelamiento en cuatro ocasiones, tras desatender las órdenes de incorporación a filas, durante 2023, previamente a la actual fase del conflicto. Ha sido considerado por ello preso de conciencia por Amnistía Internacional. Yuval Dag sabe bien a lo que se enfrenta y los motivos por los que lo hace. Expuso que no tomaría parte en «las invasiones militares, la violencia, los homicidios y la opresión que son la norma para muchas personas palestinas [...] sometidas al régimen militar israelí». El 19 de marzo de 2023 al negarse a participar en la maquinaria de la ocupación y la violencia indicó que: «a los reclutas que prestan servicio en los territorios palestinos ocupados se les encomienda habitualmente la tarea de imponer confinamientos en pueblos y barrios». Yuval Dag añadió: «el organismo responsable de ejecutar este proyecto son las fuerzas armadas israelíes. [...] Me niego a entregar mi cuerpo y mi vida a ningún sistema de ningún país y, en la situación actual, especialmente al Estado de Israel y a las fuerzas armadas israelíes». Entre el 3 y el 5 de marzo de 2023, en relación con las protestas contra las propuestas del gobierno israelí para la reforma del sistema judicial (que Netanyahu ha podido sortear en el escenario bélico actual), unos 700 militares reservistas, muchos de ellos pertenecientes a unidades especializadas y rangos superiores del ejército permanente, enviaron cartas al Ministro de Defensa y al Comandante en Jefe de las fuerzas armadas israelíes en las que declaraban que renunciarían al servicio. Yuval Dag explicó su postura con respecto a las protestas antigubernamentales israelíes con estas palabras: «recientemente, muchos reservistas afirman que no servirán en las fuerzas armadas porque temen vivir bajo una dictadura, lo cual está muy bien y es importante, pero debemos recordar que en los territorios ocupados no ha habido democracia nunca y que la institución antidemocrática que los gobierna son las fuerzas armadas».
B'Tselem es una asociación israelí establecida en 1989 por un grupo de destacados académicos, abogados, periodistas y miembros de la Knesset, en el contexto de la Primera Intifada, preocupados por las violaciones de derechos humanos perpetradas por las fuerzas armadas israelíes. B’Tselem se encarga de documentar ante el público israelí y sus responsables políticos las violaciones de derechos humanos en los territorios ocupados de Cisjordania y Jerusalén Este. En un informe publicado en 2021, B'Tselem calificó a Israel de «régimen de apartheid» consagrado a la supremacía judía y afirmó algo que deberíamos considerar una evidencia: difícilmente puede considerarse una democracia a un país que establece un sistema de discriminación, opresión y sojuzgamiento sobre población sujeta a su control, como hace Israel en los territorios ocupados, con consecuencias dramáticas para la vida de la población palestina. B’Tselem es periódicamente objeto de invectivas y amenazas por parte de la derecha israelí, del acoso legal y de la retórica violenta de quienes desean imponer una visión excluyente y autoritaria del Estado de Israel.
Ejemplos como los citados sirvan para poner de relieve como, en un contexto tan difícil como el actual, todavía quedan voces independientes y valientes entre la sociedad israelí para oponerse a la barbarie. Personas que, con todo criterio, sostienen que la respuesta a los crímenes de los grupos armados palestinos no puede ser un incremento exponencial de la violencia del ocupante en Cisjordania o un despiadado castigo colectivo frente a la población civil en Gaza. Los gobernantes de Israel, a caballo entre el oportunismo político y un fanatismo parejo al que dicen combatir, se empeñan en una política sectaria, que condena a su país al conflicto permanente y a un repliegue identitario excluyente y antidemocrático. Una parte de la sociedad israelí, con todo en contra, se niega valientemente a claudicar del sueño de un país igualitario, respetuoso con los derechos humanos y en paz. Su convicción es que las vidas palestinas también importan, que no se puede asumir el carácter supuestamente ineluctable del enfrentamiento, y que el derecho a la existencia de Israel no legitima la subyugación de la población palestina bajo la ocupación permanente. Sufren por ello incomprensión y hostigamiento de una parte de sus propios compatriotas y del Estado, más aún en época de recrudecimiento del conflicto. Así sucede en estos tiempos a quienes no se dejan arrastrar por mayorías, ya sean enfervorecidas o silenciosas, que asumen el horror de Estado como parte del paisaje político. Se sentirán acorralados en su propio país, pero, al igual que quienes, individualmente o con iniciativas colectivas de resistencia se opusieron a las leyes y acciones antisemitas en la Europa mientras el miedo o la complicidad arrastraba a la mayoría a participar en el crimen, algún día (que parece lejano, pero llegará) ellos también serán reconocidos como justos.