Ciudades de mentira
Opinión
30 May 2024. Actualizado a las 05:00 h.
Las ciudades más turísticas hoy son como ese decorado del salvaje oeste de Almería donde se rodaron algunos spaghetti westerns. Son ciudades de mentira, mero atrezo para que los turistas se hagan fotos y las cuelguen en Instagram. Hay una uniformidad estúpida que parece pensada única y exclusivamente para ello, pues lo que tiene el turismo hoy es que no les hace falta publicitar nada, ya les publicita la gente totalmente gratis. Son ciudades fake donde cada año menos gente puede vivir. Son tan falsas como la terraza de Palma que se hundió recientemente llevándose la vida de cuatro personas por delante, algo no muy fotografiable para Instagram. Como aquel absurdo restaurante en Madrid con delirantes plantas sintéticas adornando el techo que salió ardiendo cuando se pusieron a quemar una pizza con un soplete, meros decorados cuya única función debería ser el adorno pero que la gente utiliza como si fueran reales.
Las ciudades comidas por el turismo no son bonitas. Son meras cáscaras que destruyen el tejido real que alguna vez tuvieron para sustituirlo por la nada, pues una ciudad sin su gente no es una ciudad, es solo un lugar, y a veces ni eso pues los centros de muchas ciudades son indistinguibles entre sí porque la gente busca lo mismo en todas partes. Los pisos turísticos no son viviendas reales, son viviendas fake porque nadie los habita, solo hay visitas. Si entras en una página cualquiera que ofrezca este tipo de servicios, lo puedes ver: todas parecen exactamente idénticas, como catálogos de Ikea. Entrar en Instagram a veces es como clavarse alfileres hirviendo en los ojos. Hay ciudades que se están transformando en algo mucho más falso que Disneyworld aunque igual de caro.
Veo con ansiedad algunos reportajes en la televisión en los que los habitantes de toda la vida de algunas ciudades se han tenido que ir a vivir a un parque de caravanas. Es preferible en algunas islas este nivel de destrucción de la clase trabajadora que intentar solucionar este asunto aterrador. Las excusas suelen ser bastante estúpidas: es un tema complejo, no se pueden poner vallas al campo. Ideal para no hacer nada en absoluto, ni medio gesto, que evite que los habitantes de un lugar tengan que irse de él a vivir en poblados chabolistas en tiendas de campaña o caravanas. Todo con tal de seguir alimentando a la bestia sin control alguno. Es más que evidente que el turismo no mejora la vida de los trabajadores, antes al contrario, puede llegar a empeorarla considerablemente. Me pregunto cuántos turistas hay que sepultar bajo terrazas de atrezo para que empecemos a tomarnos todo esto en serio.