Pan y arte
Opinión
12 May 2024. Actualizado a las 05:00 h.
I.- Introducción
No sé si habrá sido por casualidad; es importante, en cualquier caso, que haya sido un escritor de sátiras (satVra) en latín, el romano Juvenal, allá por los siglos I y II después de Cristo, quien escribiera en la SATVRA X, acerca del panem et circenses («Sólo desea el pueblo con ansia -escribe- dos cosas, pan y juegos de circo»). Del mismo escritor satírico es también lo que escribe, casi al final, en la misma sátira: Mens sana in corpore sano, relacionado con eso tan recomendable que es el orar a Dios o a los dioses. Lo de Juvenal lo supe hace años, después de haber leído el libro del británico Matthew Hodgart, titulado Satire (La sátira). Es indudable: para reírse, hay que leer a los de las Islas, incluido Jonathan Swift.
Más tarde vendría lo de «Pan y toros», con lo que, al parecer de manera un tanto altiva, el fino Jovellanos despreció al populacho marcando diferencias. Y habrá que ser cuidadoso, pues si Gijón «tuvo» a Jovellanos, que fue un laico como eran entonces los clérigos, Oviedo «tuvo» a Martínez Marina, un clérigo «pata negra». Ambos, el gijonés y el ovetense, tienen letreros en calles principales en Oviedo, una que parte de Argüelles y otra de Campomanes. Cuatro asturianos como si fueran uno.
Y por acordarme de Martínez Marina, me acuerdo de Jaime Alberti, que dedicó al canónigo historiador su libro Derecho y Política, editado por la extinta Caja de Ahorros de Asturias. Si Oviedo, por ser de «in» como El Escorialín, sólo tiene pan y arte, Gijón, por ser de «on» como Moriyón, lo tiene todo y a lo grandón: pan, arte, muchísimo, y hasta toros. Dicen que el «coso taurino» de Gijón es anfiteatro, teatro, coliseo, circo y plaza, de más redondo que elíptico, y muy de mudéjar falso, como procede
II.- El meollo del bollo: Las galeristas y otros
Y ahora entramos ya en el meollo de ese bollo inmenso que es el Arte, con mayúscula. Dejo claro, por adelantado, que «des/aristocratizar» el Arte en beneficio de las demás clases sociales fue positivo, aunque los humanos siempre tenemos el mismo problema: si resolvemos uno, creamos otros muchos, lo cual no es bien comprendido por las izquierdas. Los más posmodernos entienden que lo de Pan y Arte está superado. No son dos para el pueblo (la plebe), sino uno, bastando escribir sólo de Arte, pues éste, de manera ontológica (como escriben ahora los teólogos del Vaticano), ya incluye al Pan. Así dicen que el Arte es Pan y que el Pan es Arte; también por lo de los precios, repiten los expertos en esa mentira que se llama la contabilidad, de contabilis o de contabulos.
Eso gusta a los de ese oficio tan antiguo que son los panaderos o amasadores de «masas madres», (también llamadas, con hipérbole, vírgenes), acerca de los cuales, como de los comadrones, escribiera maravillas el salmantino don Diego de Torres Villaroel, tan parecido a Quevedo. Y eso que, en el siglo XVIII, que fue el tiempo de don Diego, aquéllos, los panaderos, iban de azul, con manchas blancas de harinas; y no llevaban gorritos ni mandiles, para diferenciarse de los cocineros, nunca chefs y siempre del servicio.
Y a los comadrones se les llamó vendimiadores de vientres, pasteleros de úteros y mullidores de barrigas. En la localidad gallega de Cariño, junto al cabo Ortegal y «Os Aguillons», conocí a un varón comadrón, el cual me razonó que, a causa de nombre tan sexual (Cariño), el índice de natalidad estaba desatado en Cariño.
Y es que los artistas son también artesanos; primero, fue «tékne» y luego «ars», y se aburrieron y bostezaron al saber lo de Platón: que el Arte es mímesis o imitación de la realidad. Los periódicos escriben de arte, de ellos y de ellas, todos artistas y sin parar, pretendiendo contagiarse, lo que es imposible, del glamour artístico. Las galeristas son casi todas rubias y platinas, que es el pretendido color de la excelencia, y alguna morena, morenaza, como Guillermina C G-M y M, ovetense, amiga desde los tiempos en que Regina era su «tata» y Aurora la portera; más excelente Guillermina que las «aplatinadas», a las que se refirió el experto en Arte, el italiano Federico Feri, consejero artístico de Paul Getty, diciendo: «Hasta escriben con plumilla mojada en tinta violeta».
Los coleccionistas de obras de Arte, que tienen la pasión de nuevos ricos, no dejan de enseñar a todoquisque las obras de su colección, menos a Hacienda naturalmente, amenazando con mecenazgos y generosidades de ricos, o sea, nada de nada. Confieso que no soy coleccionista de nada, ni siquiera de Rolex. Y los directores de museos, siempre de Artes Bellas y diseños, suben a tablones de tarima y bajan de ellos sin permanecer quietos, explicando misterios de pinturas y tocando esculturas con delicadeza de beso, unas veces apartando, con cuidado, flecos, flequillos y cortinajes, y otras atusando rayas con pasta verde de fijador.
La palabra belleza está de moda especialmente por laicos y clérigos célibes, atrayendo lo bello, que no sabe bien lo que es, a todos y todas, y alardeando para hace olvidar el llamado «sufrimiento romántico» de unas, especialmente, que, casadas con zotes, permanecen ensimismadas en sus ensueños, lo que también ocurrió a Alonso Quijano. Una experta en sueños e imaginaciones, ya lo dijo: «Nunca se sueña con lo que se tiene al lado».
Referido al arte contemporáneo, denunciaba Francisco Calvo Serraller en El País (11 de febrero de 1984) la confusión entre la gimnasia y la magnesia, entre los transvanguardistas de pega y los adoradores impenitentes. En la mejor Historia de la belleza, de Fidias a Picasso, el mismo Calvo Serraller, tan recordado, llegó a preguntarse: «¿Existe un arte sin belleza?». Leo que hay belleza en los jardines, en los recuerdos, en las cosas, y hasta en los muertos. Esto es imparable.
Y todo político, por lo de Pan y Arte, se empeña en construir museos o equivalentes, incluso abrir nuevas vías, además de la clásica o láctea, a lo sublime, aunque eso sublime huela a berzas y nabos, pues por dar Arte, como antes daban Pan, se ganarán elecciones por los políticos y así se pasará a la posteridad; y ello es a pesar del llamado «agotamiento temático». Y si Madrid fue calificada de «Nueva Miami», ¿por qué no Gijón? ¿A qué esperan? Preguntan los forofos.
Los españoles debemos felicitarnos, pues aún los políticos españoles, tan extravagantes de por sí, no han caído en extravagancias como las de los japoneses, con su «museo de parásitos», pudiéndose ver en escaparates el «objeto» más grande, extraído de un intestino humano. Es también de destacar el llamado «Museo del Pene», en Islandia, que, al parecer, y según leo en ABC Cultural (13 de enero 2024), periódico serio, es una réplica de los «miembros», valga la redundancia, del equipo nacional de Hockey islandés.
III.- El libro del catalán Ovejero, con uve de oveja
Y estando en estas, saqué del estante un interesante libro, escrito por el catalán Luis Ovejero (con uve de oveja), titulado El compromiso de creador, que fue publicado en el año 2014. Que el autor sea profesor de Filosofía da al libro ese tufo tan normativo y aburrido como de editorial de periódico. Aburrido es el subtítulo del libro: «Ética de la Estética». Que el autor haya escrito casi un ensayo con la siguiente pregunta ¿Sirve para algo decente la Filosofía Política? apunta datos de su ingenuidad alarmante. Todo tan aburrido e inútil como un editorial de viejo periódico.
Confieso que reitero la inutilidad de tal Filosofía, después de haber leído el otro libro Clásicos de la filosofía política. Su influencia en la era de las redes sociales (Valencia 2024). Y confieso también que, a pesar de lo escrito antes, leí lo de El compromiso del creador de Ovejero (con uve de oveja), que se divide en prólogo, introducción, diez capítulos y una llamada «explicación para acabar», muy apropiada esta última, pues el libro está editado por el llamado «Círculo de lectores», aquéllos que leían libros de aquella manera.
Del Prólogo copio lo siguiente, para que los lectores y lectoras, ante si, decidan si lo escrito por Ovejero (con uve de oveja), merece o no su aprobación:
—En referencia a los clavos ardiendo a los que agarrarse, dice el autor: «El problema es dónde está el clavo, dónde cimentar las opiniones para poder conversar sobre el arte sin parecer cabalistas o charlatanes de feria».
—En relación a posibles objetos artísticos, es como si llorase: «Pagar una fortuna por cosas que podemos encontrar en una ferretería, por lo general, en mejor estado…».
—«A la vista de tales trasiegos, reales o posibles, no es de extrañar que algún malpensado sospeche, que unos y otros, los creadores y los que expidan los certificados, puedan estar compinchados».
—«Pasaría en el arte lo que en la construcción: no es que los bribones se dediquen al mercado inmobiliario, es que el mercado inmobiliario propicia los bribones».
—«La ética es importante para la estética, en la gestación, en la ejecución y en la intelección de las obras».
—«Ese es el trayecto que se recorre en las páginas que siguen: el que conduce de la calidad estética de las obras a la decencia de los creadores».
Y después de un prólogo con un muestrario tal, de contundencia, la Introducción del libro, también ha de ser parecida, y lo es, pues se titula: Del fraude del arte al compromiso de los artistas. El autor lleva las manos a la cabeza recordando que vio en Bilbao una extraña obra de arte contemporánea: 160 kilos de caramelos apiñados en el suelo, y obra por la que se pagaron 456.000 dólares en el año 2.000, llamándose el artista Martin Kippenberger, el cual, aunque se llamaba Martín, no era de Grado. Todo el capítulo es descalificador para todos, para los críticos, para el arte y los artistas, etc., es como si el autor, después de lo de Bilbao, estuviese cabreado: llama locuaces plumíferos, de desbordantes faramallas, de opiniones tabernarias y de peluquería. Recuerda: «¡Que no nos vengan con el De gustibus non est dispuntandum!», y sigue con insultos: ególatras patológicos, y disposiciones al balconeo.
Y antes de la conclusión, consistente en que «la decencia es un primer paso para la seriedad de los empeños creativos», recomiendo la lectura del capítulo IV, interesante para conocer la opinión de Ovejero, con uve de oveja, sobre «obra y retribución», así como sobre «las locuras de los genios».
IV.- Más circo y más pan de Amistades peligrosas
Sé que los lectoras y lectores no quieren que se les cuente todo, pues al escritor se le exige que calle, ya que la escritura ha de tener bastante de «misterio gótico», como las catedrales. Por eso nunca cuento la música que me acompaña al escribir, para que lectoras y lectores no sepan cómo los sonidos impactan las neuronas, siempre escasas, trastocándolas, y para que los algoritmos de la inteligencia natural tengan algún ritmo.
Esta vez lo diré: Escribí con la música y el canto de Amistades peligrosas, cuya tercera canción, de tres minutos y cincuenta segundos, se titula Más Circo y Más Pan, sintiendo que las palabras torpes no tengan música, aunque si letra:
Mientras la prensa está en la despensa,
Tú y yo a callar,
Que los Padres de la Patria nos darán
Más circo y más pan.
V.- La semana que viene
Escribiendo de Arte, no se debe omitir la peripecia de Las Meninas en Venecia, no habiéndose reparado adecuadamente que Las Meninas son muy monárquicas y que Venecia es muy republicana. ¡Qué ignorancia! Y pasó lo que pasó. Y volver a lo de Las Meninas, esta vez se hará habiendo leído el reciente libro de don Emilio Cendón, titulado Delante de Las Meninas, originalísimo, pues es un libro que se inicia con «Instrucciones al uso». Asombroso. Un libro como las máquinas.
Y escribiendo de Arte, recordaremos a Berta Piñán, la cual, si ya está en Babelia, nosotros, que no somos menos, la queremos con nosotros, aquí, y se la llamará «goyesca», y ello por lo del cuadro que se fue a Madrid como en juego de birlibirloque. ¡Qué derrota lo del Vencedor Anibal!