Razones, sentimientos y la Caja de Ahorros
Opinión
24 Mar 2024. Actualizado a las 05:00 h.
I.- Generalidades:
Las llamadas ciencias de los nervios, también denominadas «neurociencias», lo dan ya por probado: nuestras decisiones están determinadas, no solo por la razón fría y pura, sino también por los sentimientos calientes e impuros. Esto es interesante, pues ante tantas decisiones equivocadas, habrán de buscarse los porqués, no en abstractas patologías de raciocinios, sino en peripecias existenciales, «más de andar por casa», en zapatillas y en batín de seda o cretonas, tales como haber padecido hambres, oler a vacuno, haber suspendido oposiciones para trabajar en la Caja de Ahorros, sentirse despreciado, mal amado o ser «un don nadie».
A lo anterior, se podría añadir: ser de padre o madre con arrebatos de melancolía, verse en espejos feo o fea, y creerse sin formas o con formas raras. A todas las enfermedades resultantes de esos trastornos, antes, en aldeas y plazas, se las conocía, inevitables, como «mal de los nervios». «Está mal de los nervios», se decía. Ahora se recomienda llevar el enfermo o la enferma, inmediatamente, al psiquiatra o la psicóloga, para evitar males mayores, delante de cerros y barrancos.
El gran viajero, Mauricio Wiesenthal, con exceso de apasionamiento como catalán que es, en El Derecho a disentir (Acantilado, 2021), escribe: «Los excesos del pensamiento racionalista, el fanatismo de la razón, alcanzaron una perversión infame en los desmanes que acompañaron a la Revolución francesa, prosiguieron en las filosofías dogmáticas y en las ideas nacionalistas desde Fichte». Es evidente que la culpa de lo de Puigdemont la tuvo, al parecer, un prusiano alemán, un tal Fichte.
El cada vez más preponderante mundo de los «sentimientos» viene de atrás que, en mi caso, fue cercano. El 28 de abril de 2015, escuché al politólogo, Manuel Arias Maldonado, de Málaga como UNICAJA, tierra del bandolerismo romántico, que, en una interesante conferencia pronunciada en Madrid, con sala abarrotada, disertó sobre «La Democracia Sentimental», fenómeno de la «sentimentalización» de la Política, o sea, del papel de las emociones y los vicios de la racionalidad. Y apuntó que los humanos no somos de razones puras, a lo de Kant, que siempre fue un «pirado» por haber sido de pasiones no controladas; otro «pirado» fue Freud (esto es ya cosa mía), pues, no obstante haber trabajado en la idílica Viena, la de tantos jardines, bombones y músicas, fue de un «pan/sexualismo» excesivo, pues no todo es sexo; «ni tanto ni tan calvo», que se dice.
Más tarde en 2018, leí el libro de Antonio Damasio, que, siendo portugués, también es, para asombro, neurocientífico, filósofo y psicólogo, lo que puede ser excesivo (en Asturias, los portugueses de EDP están hasta bien vistos, casi como chinos). Damasio tituló su libro El extraño orden de las cosas, y al principio del mismo, de la Editorial Planeta, el neurocientífico escribe: «No se ha concedido a los sentimientos la importancia que merecen en tanto que factores de motivación o agentes de control y negociación de las empresas culturales humanas». Y pocas líneas después, añade el portugués: «La interacción, tanto favorable como desfavorable, entre el sentimiento y la razón debe ser tomada en cuenta si pretendemos comprender los conflictos y las contradicciones de la condición humana». ¿Habrán leído los portugueses de aquí a su compatriota de allí? El amor entre catalanes y portugueses siempre fue difícil, pues quisieron ser ambos separatistas, ya desde los tiempos del Conde-Duque de Olivares.
Hace unos días, en este mes de marzo, me impresionó el libro Atlas político de emociones, editado por Trotta este mismo año, siendo la edición a cargo de los filósofos Antonio Gómez y Gonzalo Velasco; está compuesto de 46 voces, de autoría diferente, siendo la primera Aburrimiento y la última Vulnerabilidad. En la presentación, los dos filósofos citados, señalan: «Todos los procesos de la vida colectiva en los siglos XIX y XX, tantos las grandes catástrofes como los pequeños triunfos, fueron acompañados de movimientos AFECTIVOS que resonaban individual y colectivamente».
En ese libro, los dos presentadores no dejan de quejarse del hiper/racionalismo de la calificada modernidad, «ciega a la dimensión emocional de la existencia», y culpan de la profunda crisis actual de la democracia a una visión de la política indiferente al estudio de cómo operan las pasiones, cómo circulan y cómo evolucionan, las pasiones y/o las emociones. ¿Quiénes serán más apasionadas e interesadas, las derechas o las izquierdas?
Al estudiar en Teoría y métodos de la ciencia política, de David Marsh y Gerry Stoker, en edición de Alianza, los diferentes enfoques de la Ciencia Política, la teoría de la elección racional, tan dominante y de tanto predicamento a partir de los años 50 del siglo XX, me pareció una bobada, por simplificadora, como bien explicaría después el Italiano Sartori. Sólo hay que ver a quién se vota para saber que, de elección racional, nada, nada de nada; las votaciones son de un irracionalismo total. Ya hay unos zascandiles que en su tarjeta de visita ponen: neurólogos de la Política.
De las 46 voces del Atlas, todas interesantes, retengo dos: Sentimientos de injusticia, redactada por Cecilia Cienfuegos Martínez, y Miedo, redactada por Fernando Vallespín, el politólogo «de cabecera», que el 17 de marzo, tituló su artículo, en el diario El País, «Los idus de marzo», recordándome la figura de Julio Cesar, tan republicano como sus asesinos, Bruto y Casio, y también recordándome a Pedro Sánchez. Hace varios meses esto lo expliqué, aunque de pasada, y a lo que, a buen seguro o necesariamente, se habrá de volver, siendo intrascendente que lo que tenga que ocurrir, no sea durante el mes de los Idus. Calpurnia, la inteligente esposa de Cesar, y un adivino, según Shakespeare, ya habían advertido al «zar» romano lo que iba a suceder: las puñaladas.
II.- Concretando en lo del sentimiento de injusticia y el miedo:
A.- El sentimiento de injusticia:
Tiene razón Cecilia Cienfuegos cuando explica que la injusticia no es en principio, un sentimiento, siendo verdad que la gran pregunta acerca de lo que es la Justicia se formula siempre a través de las injusticias padecidas, y estas pueden ser más o menos cósmicas, de organizaciones en forma de Estados, hasta de todo un sistema político, caso de los totalitarismos, o de organizaciones particulares; injusticias en el seno de organizaciones, como las Cajas de Ahorros y las empresas, siendo víctimas las personas que trabajan en ellas. Y se explica bien Cecilia al escribir: «La injusticia es un sentimiento poderoso. A la vez puede ser también un sentimiento paralizante. Quien es víctima sistemática de injusticias puede incluso volverse inmune a este sentimiento».
B.- El miedo:
Vallespín, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, analiza el miedo desde la perspectiva de la teoría política, habiendo una dimensión, por su importancia, mucho más amplia que la estrictamente política. Me interesan ahora otros miedos, no los políticos, siendo verdad lo de Judith Shklar en cualquier caso: «Estar vivo y por el hecho de estar vivo es tener miedo». No sólo en la Política se utiliza el miedo para aterrorizar; también puede ser práctico, para conseguir obediencias, el terror, por ejemplo, en un sindicato, en una Caja de Ahorros, y hasta en un McDonald´s, de pollo frito.
Y añado que el miedo, en cuanto sentimiento del presente, es muy dependiente del pasado, más o menos inmediato. Los países que han sufrido regímenes de terror, hayan sido comunistas o fascistas, de izquierdas o de derechas, afloran inmediatamente los medios, que infectaron a todo el cuerpo social. Esto es manifiesto en España, de historia convulsa, que pasó, en primer lugar, por una Guerra Civil, hecho que es «lo peor de lo peor» según el pensamiento de Hobbes (tan bien explicado por Vallespín en sus conferencias pronunciadas en la Fundación Juan March el año pasado). Y luego el miedo, que unos llamarán terror y otros menos, continuó en la larga vida del Régimen de Franco, con fenómenos trágicos de terrorismo. ¡Cómo la gente no va a ser muy miedosa en España! Pero en ello, en el miedo, puede haber incluso un potencial arsenal de violencias.
III.- Y concretando más aún, el sentimiento de injusticia y el miedo en organizaciones ya extintas como la Caja de Ahorros de Asturias. Los empleados:
Acabar con la primera entidad financiera de una región, hoy comunidad autonómica, no sólo supone trasvase de fondos que son del común, de la comunidad a otros bolsillos, no tan comunes, lo cual es, ciertamente, esencial (era lo que los juristas medievales ya llamaban «la causa de la causa»). También supone una política laboral para que la gente se marche y abandone su trabajo, con las inevitables excepciones de la familia, siempre con empleo seguro por el gran poder de las bragas o los calzoncillos. Proteger a la familia es prioridad preferente a la casta.
Todo ello a base de discutibles jubilaciones anticipadas, pagadas según algún experto, con discutibles dineros públicos; también a base de premios a fieles, ascendiéndolos en el escalafón, para que así la pensión resulte mayor, con ascensos retroactivos para mayor desvergüenza. Y también pisoteando legítimos derechos de terceros, inquietándoles y perturbando con lo que se llama «hacerles la vida imposible». ¡Qué numerosa lista, desde mediados de los años noventa del pasado siglo, se puede confeccionar con nombres y apellidos, incluidos los también, en otrora, luchadores y sindicalistas por la libertad, hoy ancianos!
Así se llegó a plantillas de gentes, escasas y muy fieles, «fidelísimos», como de la familia. Y por el camino quedaron personas jóvenes, ya jubilados o en clases pasivas, para los que el trabajo daba sentido a sus vidas, lo cual supuso, a muchas y muchos, serios problemas de orden mental. ¿Y de esto, de tanta amargura, quién responde? Y es que aquí no responde nadie, ni los fotografiados con el del Sindicato en el año 2000, tan falsamente sensibles a lo laboral. Al analizar las responsabilidades habría que preguntar si esas acciones malignas fueron fruto de la razón o de sentimientos tan rechazables como la envidia y el odio. Las hipótesis son muchas. Y quedan las hemerotecas de los periódicos…
Michel Ignatieff es el autor del libro En busca de consuelo, en el que escribe: «Consolarse supone reconciliarse con el orden de las cosas sin renunciar a nuestras ansias de justicia». Ya antes, había advertido por si acaso: «La consolación es para los perdedores».
Y de aquellos daños a la vida, a la vida profesional ¿quién responde, vuelvo a preguntar? ¿Tienen algo que decir los partidos políticos, sus militantes, delincuentes o no delincuentes, las organizaciones sindicales y las instituciones de variada naturaleza que, según las hemerotecas periodísticas, propiciaron todo aquello, el gran «banquetazo», la Grande Bouffe? Ante el gran drama, ni me sorprende el miedo paralizador de unas víctimas, ni me sorprende que otras estén frenadas, como impávidas, por la mucha indignación acumulada. Y para hacer favores y dar las gracias, hasta se eliminaron las oposiciones en la Caja, y a partir de entonces todo fue «a dedo». Así, unos entraron con favores y otros salieron desfavorecidos, excepción hecha de los que, con notoriedad salieron con indemnizaciones millonarias, y que por La Escandalera se pasean aún, aún. ¡Qué otra lista, la resultante de los del «dedazo» y los millones!
IV.- Y ahora la Fundación Bancaria Caja de Ahorros de Asturias, otra vez:
No sabiendo si lo anterior es texto o contexto, que eso es de especialistas, sé que esa Fundación tiene todavía un presidente, un director general y un secretario, que deberían dimitir de inmediato para evitar descréditos. Fueron los tres empleados preferidos del líder máximo o Gran timonel a lo Mao, indiscutible desde 1995, con el paréntesis esperpéntico del año 2000, hasta el desalojo por decisión de los andaluces en el año 2023. Allí están «colocados» en la Fundación, como se colocan las marionetas en un tenderete de feria.
Y aquí he de hacer un requiebro por causa de delicadeza, y requiebro es tanto ofrecimiento de flor como una «manoletina torera». Yo también fui hijo de un directivo de la fenecida Caja de Ahorros de Asturias, aunque, como es evidente, nunca fui empleado de la Caja, dando infinitas gracias a mi padre por no haberme insistido en trabajar «para» la Caja. Eso me parecía aburrido, y aburridas las oposiciones, también las de los «hijos de empleados». Y por lo de la delicadeza, al recordar a personas fallecidas, que fueron dignas de mi cariño y aprecio, como al alto directivo de la Caja de Ahorros, Cesar Piquero Cimadevilla, el esposo de Pili, procedente de Carbones de «La Nueva» (hoy Ecomuseo minero del Valle de Samuño), y luego propietario de casa en la localidad de Nueva, en Llanes, donde estuve, llevado por él en su cuidado Seat 1500, casi morado.
Y, naturalmente, de los políticos asturianos poco se puede esperar. Bastante tienen, siendo ellos aforados, pronunciando «loas» a jueces y magistrados de su fuero, y aplaudiendo como lo que son. ¡Qué desvergüenza fotografiada!