La Voz de Asturias

Ecuánimes

Opinión

Jose Cancio
'Tentaciones de San Antonio Abad', de Jan Brueghel (1568-1625), una de las obras que vendrán a Oviedo

24 Feb 2024. Actualizado a las 05:00 h.

Quizá una de las virtudes que yo más admire sea la ecuanimidad, me parece muy meritorio que alguien alcance ese grado de pureza mental que se requiere para arrinconar lo tendencioso y opinar y comportarse con absoluta imparcialidad. Es una virtud de héroes, diría yo, de épica con mayúsculas, porque supone sustraerse a la valoración tergiversada de los acontecimientos, siempre interesada. Y eso es muy difícil de lograr para un pobre ser humano, mucho más que a San Antonio Abad le costó superar la tentación de sucumbir a la lujuria seducido por tres jóvenes.

La penitencia para quien posee esta excepcional virtud es sufrir un castigo tan irónico y paradójico como que, en vez de ser respetado por la sociedad, se ve condenado a la subestimación y el descrédito ruin, cuando no acusado de carecer de carácter, pues tener personalidad, según comúnmente se acepta, es sinónimo de inequívoca determinación y valentía para decidir, poniendo por delante en cualquier caso el provecho particular sin el menor prejuicio. Quien no entienda esta máxima será pasto de las llamas terrenales.

Lo pienso durante unos segundos y me considero incapaz de dar el nombre de ni un solo ecuánime que conozca, solo podría citar unos pocos que se esfuerzan por serlo, convencidos de que el simple empeño los hace mejores. Si se les nota o tropiezan no importa tanto, lo destacable es su sana intención de acercarse a la objetividad sin embozo ni esas ardides tramposas de los salamanqueses de hábil deambular entre las bambalinas de la vida que hoy abundan como los chinches. Abundan esos trileros y, cómo no, son hasta referentes envidiables para los miles y miles de bobalicones que se rinden ante fama y notoriedad, cualquiera que haya sido el modo de alcanzar triunfos tan preciados. Si es una suerte alcanzarlos, claro, cosa muy discutible mientras ningún científico consiga la fórmula exacta para neutralizar los perniciosos daños del efecto bumerán que devuelve con creces los golpes dados al prójimo.

Alguien a mi lado ha encendido el televisor sin preguntar si me molesta y ha elegido un canal dedicado a historia para mí desconocido hasta ahora. Levanto la cabeza y observo con curiosidad que delante de mis ojos van pasando uno a uno, casi sin excepción, los rostros de los protagonistas políticos de la transición, entrevistados por conocidos periodistas. Diría que se trata de un documental grabado en momentos distintos y montado recientemente, desde luego con evidente acierto. Al poner la memoria en marcha y recordar con escalofríos las turbulencias desestabilizadoras de aquella época de tanto plomo como esperanza, me exijo inmediato reconocimiento hacia aquellos personajes que lideraron el cambio haciendo concesiones años antes imposibles de imaginar. Por encima de banderías y rentabilidades futuras, dieron un inmenso ejemplo de generosidad. Fueran o no fueran todos ellos igual de ecuánimes, de no haber existido en aquel delicado momento y actuar con convencimientodemocrático, no soy capaz de imaginar cómo estaríamos ahora. Y a los perfectos que muestran su desacuerdo inclemente y frontal con lo que hicieron los llamados «padres de la patria» y resto de alfiles, porque consideran aquella entrega suya insuficiente o excesiva, les recordaría que a toro pasado las críticas pesan tan poco como las lágrimas en el mar. En mi opinión, claro.


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