A derechas o al revés
Opinión
14 Jan 2024. Actualizado a las 05:00 h.
AVISO a lectores y lectoras, espantables como estorninos, que lo siguiente, va de filosofías. Y a ellas voy.
Dícese que todo cambia, que es inestable, incluidas las glorias y los glorios del mundo. Todo es movedizo; nada hay fijo, y las cosas son lo que son en tiempos muy precisos, instantes, como los del ruido del «tic-toc», de esas máquinas del tiempo que son los relojes en cajas de madera, como muertos. Uno, antes de Sócrates, el primero de los progresistas, lo proclamó: «Nada es y todo fluye». Otro, también antes de Sócrates, el primero de los conservadores, dijo lo contrario: «Nada cambia y lo que se llama cambio es mera ilusión».
Desde siempre, unos, los progresistas, y otros, los conservadores, no hacen otra cosa que zurrarse o pelearse. Esa es la guerra permanente, la de la Política y la de otras. Los conservadores llamaron imbéciles a los creyentes en el progreso, y los progresistas respondieron diciendo que la mayor imbecilidad está en creer todo lo demás, menos en el progreso, «hasta creer en Dios», añadiría yo. Lo último, tan ilustrado, sin el añadido sobrenatural, lo escribió un francés, que fue un conservador razonable: Jean d´Ormesson, cuyos restos mortales, los de La République française, con Macron a la cabeza, pasearon por el frio patio interior, llamado Cour d´Honneur, de «Los Inválidos», en Paris, haciendo eso tan francés que se llama «homenaje nacional», habiendo viudos y viudas con disfraces negros.
Lo mismo repitieron casi hace horas para despedir al progresista razonable que fue Jacques Delors. Hubo una diferencia significativa: a Ormesson, fallecido en 2017, se le despidió, por antiguo, con músicas clásicas, y a Delors, fallecido en 2023, se le despidió, por moderno, con músicas de Jazz, de ahora. Está comprobado que, para ser «muerto de postín», en Francia, hay que morirse en el mes de diciembre; en España, el «postín», lo da morirse en noviembre.
Un conservador español escribió del progreso con ironía o para ridiculizar a los caraduras: «Las connotaciones del «progreso» son positivas; ser un hombre de progreso, pertenecer a un partido de progreso, implica instalarse en la verdad». Y fue en tiempos contemporáneos, de revolucionarios franceses, a fines del XVIII, cuando se cambiaron los nombres, surgiendo los nuevos, de «derechas» e «izquierdas», por lo fortuito de estar unos sentados a la derecha y otros a la izquierda. Pero el lenguaje, que es poder fáctico de primera clase, vio en lo derecho, en el «a derechas», lo bueno, lo preferible y lo mejor («hacer las cosas siempre a derechas», se aconsejó), y en lo izquierdo vio lo torcido, lo enredoso, teniendo que reaccionar las izquierdas ante tal juicio y prejuicio, argumentando sobre su superioridad moral. Ya está muy acreditado que la bondad innata de las derechas y la superioridad moral de las izquierdas son falsedades, cinismos o mentiras, y que, por ser de la Política, son falsedades, cinismos o mentiras morrocotudas, aunque parezcan verdad a tontos o sinvergüenzas. El filósofo y conservador, escribió en el Fragmento 17 de su poema, lo siguiente tan enigmático: «A la derecha los niños, a la izquierda, las niñas».
Cuenta Swift en uno de los viajes de Gulliver, que los liliputienses, tan parecidos a algunos españoles de ahora, en poltronas o banquetas, y equilibristas «por conseguir empleos al danzar sobre una cuerda», ni escribían (los de Liliput) como los árabes, de derecha a izquierda, ni como los cristianos de izquierda a derecha, sino de manera oblicua, «de un ángulo a otro del papel, al estilo de las grandes damas inglesas». Es indudable que al irlandés Jonathan le gustaba lo oblicuo, desconfiando de sus extremos, las derechas y las izquierdas. También Jonathan consideró aberrante que a la Justicia tapen o venden sus dos ojos. La justicia de los liliputienses debía tener, según él, seis ojos y muy abiertos, sin venda o tapadera: dos por delante, dos por detrás, y uno por lado.
Qué mejor manera, para huir de las mentiras morrocotudas, disfrazadas de verdades, que ir a los escasos quioscos que quedan y comprar uno de esos periódicos aún de papel, de lejanía unos y de vecindario otros; periódicos repletos de verdades, que censuran las «fake news» o bulos de la competencia, sólo de la competencia, y cuanto más lejos mejor. Oscar Wilde, también irlandés como Swift, al preguntarse reflexivamente por la diferencia entre el periodismo y la literatura, respondió, para risa o sonrisa: «El periodismo es ilegible y la literatura no se lee». Ya lo dijo Baroja: «Redios, aquí no lee ni dios», a lo que yo añadiría: «Estarán todos juntos en un acto teatral del RIDEA».
Hace años escribí que el papel de periódico, al que Dios guarde años, es mucho a un mismo precio: desde lo más fugaz o pasajero, pues sus noticias ya nacen viejas y son envoltorio pringoso con tintas que manchan, hasta ser lo más permanente: archivo, hemeroteca o pieza de coleccionista. Soy coleccionista de periódicos, que es un tipo de coleccionismo cada vez menos barato. El tiempo, protagonista de milagros, hace que, de las mentiras de los periódicos, sólo queden las verdades. Y ser coleccionista de periódicos, requiere no leer el periódico a derechas, confortablemente o como Dios manda, la misma mañana al desayunar, arrojando al café con leche, para endulzar, chochos o chochitos de azúcar. Requiere el coleccionismo periodístico, por el contrario, dejar para meses venideros su lectura, dejando intocables las sábanas periodísticas durante meses y meses, hasta que resulten amarillos, amarillos como la «prensa amarilla».
Y llega al fin el día de la lectura, estando el lector, que ese es mi caso, con delantal, lápiz, tiza y tijeras, aunque sin dedal, aguja ni alfileres, casi como un sastre, oficio viejo de la España Cañí, y dispuesto a cortar, retocar y tomar medidas. Y cada vez que hago esas operaciones periodísticas, de sastrería, los recuerdos se me amontonan y la memoria apabulla. Recuerdo que mi primer sastre fue una sastra, llamada Delfina, la de dolorosos alfilerazos, abajo, por donde las ingles, que vivió en Trascorrales y luego en Santo Domingo. Recuerdo a la dama ovetense, doña Velasquita (o Valesquita) Giráldez, sin duda «una mujer cañón» y ovetense de hace siglos; muy generosa con la Cofradía de los Sastres, siendo esa la razón por la cual, en las ventanas de la capilla de La Balesquida, en Oviedo, se coloquen tijeras de sastre en días de mucha fiesta y jolgorio, anunciando la salida y el paseo de la Virgen. Una Virgen cuidada con esmero por mi amigo Puchi Felgueroso, buen abogado y compañero desde Los Maristas.
Y escribiendo de tijeras, me acuerdo de Ramiro Fernández, no sastre sino barbero, con tijeras, no de sastre, sino de barbero para cortar pelos, que parecen estar más escasos que los oros mismos, como acreditan esos fedatarios llamados espejos. Y es que Ramiro tiene nombre de rey, de rey de verdad y no de baraja, aunque los de la Monarquía asturiana hayan sido también reyes de baraja. Camilo J. Cela, en El gallego y su cuadrilla, escribió de un barbero psicólogo, que llamó a su negocio La higiénica.
Y desde hace pocos días, por la novedad literaria, recuerdo a Andrés Amorós, el cual, por ser de muchas aficiones, no le faltan las taurinas, siendo muy patriota y de pasodobles. En su último librito, que con tanta humildad titula Filosofía vulgar. La verdad de los refranes, incluye lo siguiente, que denomina refrán: «El buen sastre conoce el paño». Daba gusto leer a Amorós, hace décadas, cuando empezaba, pues escribía cosas muy serias de Literatura española.
Leer el periódico, no cuando procede, o «a derechas», sino al revés, al cabo de meses, incluso años, ya con tranquilidad y sin estrés, permite disfrutar de maravillas, de progresistas o de conservadores. Y pongo ejemplos: 1º).- Es estupendo leer de manera muy diferente a periodistas ya fallecidos, caso de Antonio Burgos, con sección en el ABC llamada El recuadro, que ahora se echa en falta por muerte, habiendo llorado al leer hace unos días, uno de sus últimos recuadros: «El Falcon no quema queroseno, sino dinero público, que no contamina». 2º).- Es estupendo releer lo que escribió en El País, el 19 de abril de 1996 don José Ortega Spottorno titulado El humorista: «El humorista piensa mucho en la muerte por ser la gran paradoja de la vida el venir al mundo para morir». 3º).- Es estupendo preguntarse junto al fallecido ensayista Carlos Gurméndez, que el 20 de abril de 1991, en la página 12 de su periódico, El País, con cierta melancolía, que se preguntaba, sobre Escribir ¿para qué?, leyendo: «Se escribe para sobresalir de entre el común de los mortales, saltar a la luz, al mundo, aparecer ante los demás como unas figuras resplandecientes». Y 4º).- Es estupendo saber que ¡La Arcadia está en Asturias!, lo que es un buen hallazgo, especialmente para los asturianos, que lo conocieron leyendo la página Tercera del ABC, del 18 de agosto de 2019, escrita por el constitucionalista y autor teatral, don Pedro González Trevijano, muy conservador y antecesor del progresista Conde Pumpido, que, muy persuasivo, el primero, escribió: «Vengan al Bajo Nalón y redescubran la Arcadia asturiana».
Por mis lecturas atrasadas y pausadas, caí en la cuenta de que a columnistas y a otros artistas les preocupa mucho lo de la verdad y la mentira. Juan Antonio Bayona, director de Cine, en ABC señaló (2 de diciembre 2023): «Necesitamos la mentira para explicar la realidad». En ese mismo periódico, el 23 de octubre de 2023, Javier Gómez de Liaño, que en su día fue amigo del Juez Garzón, escribió una página, que tituló: «Contra la mentira». Y el columnista de El País, Daniel Gascón, a su columna de 26 de octubre, tituló: «La mentira mueve el mundo», que comienza citando a Jean-François Revel: «La mentira es la primera de todas las fuerzas que gobiernan el mundo». Y del Padre Lastra, prior de los Dominicos de Oviedo, conferenciante en Salamanca (en San Esteban) escribiré otro día. Hoy sólo diré que, entre los minutos dos y tres de su lección teológica, dijo: «La paciencia es necesaria, la prisa contraproducente».
Por gustar de la escritura de Gascón, leí sus novelas, aburriéndome el personaje de La muerte del hípster, que llamó Enrique Notivol. Y por lo mismo adquiero, y hasta alguna vez leo, la Revista de la que Gascón es editor Letras libres. Eso hice esta vez, que compré y leí Letras libres, de enero 2024, número 268, leyendo en las páginas 39, 40 y 41, hay una breve correspondencia, casi un diálogo de besugos sobre ese sinsentido que es «el sentido de la vida», entre dos filósofos, nada vulgares (Amorós), sino de fetén acreditado: Jorge Freire y Javier Gomá.
Y lo de Javier Gomá, director de esa Fundación tan acreditada, que lleva el nombre de su fundador Juan March, me recuerda al «cachondeo» de las llamadas «Fundaciones bancarias», como la inefable Cajastur, y me da ocasión y paso para anunciar que escribiré próximamente sobre lo último que resulta del Registro de la Propiedad, tanto lo relativo al palacio gijonés de Revillagigedo, antes de la extinta Caja de Ahorros de Asturias, así al edificio de la Plaza del Monte de Piedad, de Gijón, antes también de la Caja de Ahorros de Asturias. No es extraño que en el Sur y en Madrid quieran hacer barridos o limpieza de lo asturiano que allí queda. Los de aquí, que no califico para que no aleguen insulto, simulan que la «cosa» no va con ellos, conociéndolo todo muy bien, por pertenecer, según me dicen, también a la “Cosa Nostra».
Y me preguntan: ¿En qué quedó la denuncia, según publicó El País el 15 de abril de 2019, contra un Banco del Sur de España, por presunta apropiación de un legado artístico de cien millones de euros?