La Voz de Asturias

El discurso, el caracol y doña Josefina

Opinión

Ángel Aznárez

31 Dec 2023. Actualizado a las 09:16 h.

I.- El Discurso:

La Navidad, por ser tiempo de nacimiento de un Dios que fue Hijo de su Padre, es de muchos cuentos: los llamados «Cuentos de Navidad» o «Navidad en cuentos», que así los llamó Julio Escribano, mi amigo, hombre de mucha fe y caridad. Y tiempo la Navidad de canciones con las que se tocan panderos y se mueven cascabeles de mucho ruido, asustando al Niño que está entre mulas y machos, unas y otros de género confuso. Las mujeres y los hombres, mientras eran muy niñas y niños, con engaños, creían en la magia de los Reyes, llamados por eso Magos, llegados de Arabia con turrones, antes de que Oriente fuera de Alá. Se siguen organizando por sociedades de festejos, en ciudades y pueblos, cabalgatas para aparentar ser más verdad la grotesca mentira.

El imponente Federico Zeri, crítico y coleccionista italiano de arte, tan poco conocido en España, descreído como buen italiano que fue y con extraordinaria capacidad para dejarse corromper, también como buen italiano, dijo: «Hércules como Cristo es hijo de un dios, tiene un padre putativo y es de madre virgen».

Por ser los tiempos de la Navidad, de balances y de renovaciones, juntándose en ella el Año Viejo y el Nuevo, el rey, los reyes, pronuncian, discursos para la Política, sin saber para qué valen, como tampoco se sabe para qué valen los discursos de los demás políticos, anchos y gordos. Es el rito y con el rito basta. El Poder tiene su dinámica y apenas escucha por ser sordo, y no cree en navidades ni en la literatura pastoril.

El Rey, en su discurso del 24 de diciembre de 2023, dijo a los españoles: «Naturalmente en España todo ciudadano tiene derecho a pensar, a expresarse y defender sus ideas con libertad y respeto a los demás». Más adelante repetiría lo de «expresarse libremente» en cuanto permiso de la Constitución de 1978. Muchas gracias y por ser eso verdad, recuerdo que el 22 de julio de 1972, al cumplirse el tercer aniversario de la designación de don Juan Carlos de Borbón como Príncipe de España y sucesor de Franco a título de Rey, en las páginas 14 y 15 del Diario Informaciones de entonces, se resumieron los discursos del Príncipe, cuidadosamente editados por «Ediciones del Movimiento». ¡Qué cosas se pueden allí leer aún hoy!

El viernes, 3 de diciembre de 2021, Javier Cremades, tan de actualidad por el famoso Informe («El Informe Cremades») sobre abusos sexuales, que lo solicitaron los mismos que lo rechazaron luego, en la Tercera de ABC, titulada El Rey jurista, escribió: «En su histórico discurso (el de 3 de octubre de 2017), el Rey Felipe VI puso en juego su auctoritas para recordar la importancia del imperio de la ley.  Él, el rey jurista, que existe como institución histórica y se conecta con un mundo previo a la norma, fue capaz de devolver al Derecho toda su fuerza». ¡Qué interesante visto lo visto, lo de ahora!

Y en el Discurso del 24 de diciembre de 2023, Felipe VI, dijo: «Fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles, no hay libertades sino imposición, no hay ley sino arbitrariedad; fuera de la Constitución no hay España en libertad». Palabras estas últimas muy de jurista sólo dos años después de lo de ABC y pareciendo siglos. Y Benigno Pendás escribió hace días: «Nuestro único problema existencial es el desbarajuste territorial». ¿Le parece poco, don Benigno?

Una apuesta: El ganador entre un jefe de Estado tan poco maquiavélico y un presidente de Gobierno tan maquiavélico, a un corto plazo, no es difícil saber cuál será el ganador. 

II.- El caracol:

Una persona, para cuya identidad pidió secreto, me señaló el inconveniente de comparar el color de una salchicha alemana, de cerdo, con las babas de caracoles, aunque sean de La Borgoña. Puede que tenga razón el comunicante discreto, pero las babas de una persona o de un caracol no han de impedir admirar la grandeza que pudiera tener esa misma persona o el caracol. Y hay un dato importante: a los niños fascinan y excitan los caracoles y también las tortugas.

Es de gozo infantil ver desplazarse en jardines y paraísos, con parsimonia, a caracoles con su espiral «casa a cuestas», tiesas sus asustadizas antenas; también es de goce ver desplazarse a las tortugas, moviendo sus patas con lentitud, asomando adelante una extraña cabeza de reptil y atrás una cola ridícula. Fue afán de niño «tocar» los cuernos del caracol y ver patear a las tortugas dándoles la vuelta, llamándolas tortugas «invertidas». Y quien de niño jugó con caracoles o con cabezones antes de ser ranas, ya adulto, jamás podrá comer caracoles, ni siquiera los de Borgoña, en la Costa Brava, ni ancas de rana, en Zamora, dentro de tarteras con olores a cocina pobre. Comer bígaros, sacando la carne de la concha con alfileres en sidrerías como Marchica, Casa Lín o Zarracina, es otra cosa. 

En un libro de Viaje por la cocina española, se receta a los caracoles limpiarlos cuidadosamente y asarlos a la parrilla, sazonados con sal y pimienta y luego fritos. Y Plá que era del Ampurdán, en su Cuaderno gris, escribió de los caracoles a la vinagreta, «con salsa, muy picantes, con guindilla». Subiendo y bajando por la «escalera de hierro de caracol» de la Iglesia de San Isidoro en Oviedo, a la izquierda entrando, me acordé de los caracoles del Campo de San Francisco.

Fue hace pocos días, casi horas, cuando encontré en mi librería favorita un librito de Paul Valéry, otro personaje que fue fascinado por lo fantástico, por los caracoles, por la curiosidad infantil, titulado El hombre y la caracola, recientemente editado por José J. Olañeta. El librito es un poema dedicado, no a los gasterópodos terrestres, sino a sus parientes, los marinos, que son moluscos y conchas, que crean esas formas mágicas que sólo la naturaleza puede fabricar con tiempo de siglos viéndose en las playas.

Valéry escribió de «joya mineral que acaricio», llevando el gasterópodo consigo «una especie de tiara o turbante prodigioso que no es otra cosa que su morada, su guarida, su fortaleza, su obra maestra». Y el añadido de «si comparo a esta figura con un guijarro», recordó a otro literato, Roger Caillois, experto en mineralogía, original e imprevisible, fascinado por las formas duras de las piedras y las formas blandas de los sueños, y las mariposas. A Caillois se refirió D´Ormesson en su respuesta (22 de enero de 1981) al discurso de recepción de Marguerite Yourcenar en la Academia francesa, al tomar posesión del sillón vacante por fallecimiento de Caillois. Y a este último, Youcenar llamó: El hombre que amaba las piedras. Y es que las caracolas son como piedras.

III.- Josefina Carabias:

Atribuir, tal como hicimos, en el artículo Mercados y villancicos, a Pepita Carabias la frase allí copiada, puede no ser correcto, no obstante ser correcta la verdad de fondo, o sea, la necesidad de repetir las cosas, única manera de hacerlas entender. Y hay que distinguir entre un repetir nervioso y atropellado «tartaja» y un repetir que es arte de retórica y oficio de orador.  Voy al interesante libro de Josefina Carabias, titulado Como yo los he visto», editado en 1999 por el Grupo Santillana de Ediciones (El País/Aguilar). El libro comienza con un capítulo dedicado a Pio Baroja, extenso, entre las páginas 17 a la 78, y termina con el capítulo VII, dedicado a don Miguel de Unamuno, extenso, entre las páginas 185 a 219.  En la página 63, Josefina Carabias, dice a don Pío Baroja: «Unamuno decía que al escritor le conviene repetir mucho las cosas porque con sólo decirlas una vez, no se entera casi nadie».

Josefina Carabias atribuyó tal frase a Unamuno, llamándome la atención ese apellido, el de don Miguel, que empieza en indeterminado femenino y termina en lo otro, sea masculino o neutro: UNA (M) UNO. Eso también me recordó lo de Reino, es decir, «Rey no». Y don Pío, hablando de rivalidades, según cuenta Josefina Carabias, comentó lo que leyó en una pancarta en una corrida de toros, escrita por mozos riojanos: «La afición de Haro saluda a todos los forasteros menos a los de Logroño», y Josefina apostilló con el comentario que había hecho, según ella, don Valentín Andrés Álvarez: «Eso del futbol es una cosa que inventaron los de Gijón contra los de Oviedo».

En la página 215, se cuenta lo siguiente en referencia a don Miguel de Unamuno, a mi juicio tan desconocido, que lo brindo como regalo navideño a mis lectores de La Voz: «Los mejores ratos de su vida, e igualmente los más dolorosos, los había pasado allí mismo, donde yo le veía, oyendo a los chicos correr por el pasillo y contemplando cómo su Teresa cosía ropita, también junto al brasero, o cómo susurraba avemarías en el cuarto inmediato junto a la cabecera de algún niño enfermo. Y entonces, cuando tenían a algún niño enfermo, don Miguel se olvidaba de la filosofía, la filología, de la economía, de la sociología, de la ética, de la estética y de la historia, e incluso de las dieciocho lenguas y vagaba por la casa como alma en pena con el corazón rebosante de frases tiernas y sencillas».

Y Josefina Carabias no sospechó lo que sospechó el biznieto de Unamuno, Enrique Santos de Unamuno, que la muerte de su bisabuelo nunca fue aclarada del todo, habiendo sospechas de envenenamiento. Es indudable que Doña Josefina fue una gran periodista de antes, a la que deberían leer los periodistas de ahora, que tanto se lamentan de la competencia de las redes sociales, pensando que la gente es tonta y que está equivocada, como si no supieran dónde está el problema.

IV.- Y para después de Reyes, dejamos lo de Maquiavelo, lo de Pedro Sánchez en el Parlamento europeo, la muerte del romano dictador Cayo Julio Cesar y las dos últimas conferencias de Vallespín en la «Fundación Juan March», en este mismo mes.

De Julio Cesar, Thorton Wilder, autor de Los idus de marzo, termina su libro: ««Así lo apuñalaron veintitrés veces. El no pronunció palabra, y sólo se le oyó murmurar ante el primer golpe, aunque ciertos autores han sostenido que, cuando Marco Bruto se le arrojó encima, exclamo en griego: «Tú también, hijo mío»».  

De este apartado IV ya escribimos anteriormente, pero de esto y lo de las «fundaciones bancarias» hay que repetir y repetir, como dijera Unamuno y según Josefina Carabias.

Ángel Aznárez.


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