La Voz de Asturias

En la Plaza de la Catedral de Oviedo y alrededores (y de vuelta a Gijón)

Opinión

Ángel Aznárez
Catedral de El Salvador, en Oviedo, y Museo de Bellas Artes

12 Nov 2023. Actualizado a las 05:00 h.

El anterior artículo, Ensaladas varias, terminaba con referencias al edificio de la Caja de Ahorros de Asturias, sito en la ovetense Plaza de la Catedral. Así y allí sigue llamándose de la tal, y en el que, para sofoco de desvergonzados, puede aún leerse en letras rojas: «Centro de pensionistas Cajastur» Antes se llamó «Hogar de San José». No terminé con eso, idea inicial, sino con el añadido de interrogación sobre la Fundación Cajastur, por haber sabido en la madrugada del día 4, unas horas antes de la publicación del artículo, la reivindicación de los independentistas catalanes para que la Generalitat de Cataluña tenga el Protectorado de la Fundación bancaria «La Caixa», accionista de referencia, más del 10%, en «Caixabank».

No me extrañó esa reivindicación nacionalista, pues conozco que la Generalitat de Cataluña nada «pinta» ni en La Fundación «La Caixa», cuyo domicilio está en Palma de Mallorca, y estando el de Caixabank, como el del Banco de Sabadell, en Valencia/Alicante. Es indudable que esa fundación, La Caixa, es bancaria, de protectorado a cargo del Ministerio de Economía y Competitividad, mientras las Cortes Generales no modifiquen la Ley 26/2013, de 27 de diciembre. Habrá que precisar que los Estatutos de Autonomía con competencias en fundaciones tienen el rango de Ley Orgánica.

Las preguntas que allí, al final del artículo «Ensaladas varias», hicimos son de calado para los políticos y los técnicos económicos del Principado de Asturias, y las reiteraremos, sin duda, ahora y cada vez, con mayor gravedad y riesgo para los silentes, aparentemente, enmudecidos, consejeros y funcionarios, que así fragilizan las expectativas de sus «carreras» y apuestas de futuro. Allá ellos, quedando aquí ya constancia de pruebas. 

El edificio de la Caja, en la plaza de la Catedral de Oviedo, construido en 1932, artístico y de protección especial, que fue de la Caja de Ahorros en la Plaza de la Catedral de Oviedo, tiene cerradas a cal y canto sus tres puertas de acceso: la de la Plaza, la de Sainz y Forés y la de la calle Schultz. En ese edificio, del que contamos cosas en el artículo anterior, empezaría la andadura de Agustín Saralegui en la dirección de la Caja de Ahorros, en Oviedo, antes del traslado a La Escandalera, y concluiría enfrente, en un día de noviembre de 1977, con el funeral en San Tirso el Real por su fallecimiento (el de Saralegui). Y en ese edificio, la Fundación Cajastur tuvo su inicial domicilio hasta el traslado a la Calle San Francisco, siempre en Oviedo. 

Podemos preguntar: ¿Quién es y por qué títulos es hoy su propietario? Tal como informaron en su día periódicos, ese edificio fue adquirido por una empresa, la misma, que estuvo relacionada con «lo de Villa Magdalena», ni siquiera palacio sino palacete, en unos tiempos ya muy pasados, casi míticos, de tasaciones, retasaciones y de justiprecios, en los que la fiscalía, ya la de Justicia y no la de tasas, padecía, según dicen aún, trastornos del sueño por sonambulismo. Casi todo era susceptible de desaparecer por robo o hurto, incluso las farolas de la calle San Francisco. 

También se dijo que, para esa venta, hubo transmisiones de propiedad sucesivas, hasta ponerlo a nombre de la definitiva sociedad inmobiliaria. Eso habrá de analizarse con detenimiento, y teniendo en cuenta que una reciente Sentencia del Tribunal Supremo, la de 20 de julio de 2023, número 3552/2023 (ponente el magistrado Julián Artemio Sánchez Melgar), dice que la conducta de vender un inmueble por menor precio del debido puede encajar en el delito de administración desleal. Y nada afirmo, sino que ha de estudiarse, y que lo de los precios puede concurrir en cualquier eslabón de la cadena, no precisamente en el último.  Eslabón de cadena que el Derecho hipotecario llama «principio del tracto sucesivo». 

Atravieso, en tarde luminosa, la plaza en dirección al Archivo Capitular de la Catedral de Oviedo, primero románica y más tarde gótica. En su libro, Caballero de Vivar, mi amigo, Julio Escribano, reitera lo del año 1074, el de la boda del Cid con la asturiana Ximena Díaz, también llamado el acto matrimonial «el misterio dulce» o «el encendimiento», disponiéndolo todo el «imperator» leonés Alfonso VI, hijo de Fernando I, enterrado en San Isidoro de León, y hermano pequeño de Sancho. Y escribe don Julio que al año siguiente, 1075, el Campeador de Castilla, el más grande capitán de la Edad Media, según los Cantares de Gesta, y ya esposo de la ovetense Ximena, formando parte de la comitiva real, en la catedral de San Salvador de Oviedo, asistió a la apertura del «Arca Santa». Una Castilla, por cierto, que fue mito de vascos (Unamuno), sevillanos (Machado) y alicantinos (Azorín).  

En el Archivo catedralicio, el canónigo archivero, don Juan José Tuñón Escalada, el 26 de octubre de 2023, a las dieciséis horas, me enseñó una copia, datada en el siglo XIII, de la llamada «Acta de donación», por la que Alfonso VI donó a la Iglesia de Oviedo sus posesiones en el Concejo de Langreo, incluyéndose lo de la apertura del «Arca Santa». Comprobé que uno de los testigos que aparecen en el documento es un tal «Rodrigo Díaz», lo que hizo pensar a unos, no a otros, que es el mismo Cid Campeador. 

Sé con fehaciencia que el sacerdote-canónigo y archivero, don Juan José Tuñón, antes abad del Santuario de Covadonga, es una persona correctamente calificada, en superlativo, de «cultísimo»; y joya personal, a mi juicio, de la Archidiócesis. Lo de «cultísimo» es atribuible a otro sacerdote, hoy párroco en San José, en Gijón, apellidado Llenín, cada día, por gordura creciente, más «llenín», un diminutivo que en este caso también es superlativo. Esto no es juego de tronos, sino de calificativos, de morfología gramatical.   

Don Juan José Tuñón es también párroco de la iglesia ovetense de San Francisco de Asís, en la antigua Plaza de la Gesta: la llamada «iglesia redonda», construida en los años sesenta del pasado siglo. Se recuerda aún al primer párroco, don Oscar de la Roza, que, como muchos hombres de entonces, era un gran testarudo en lo físico y mental. 

Siempre me llamaron la atención la novedad de las iglesias redondas, también la iglesia del Corazón de María en la Plaza de América, en Oviedo, frente a las tradicionales rectangulares como la de los Dominicos, allá abajo, en Santo Domingo. Me ilustró don Juan José sobre la redondez de las iglesias, preludio o anticipación de la importancia, años sesenta, de los conceptos de asamblea y comunidad de fieles, tan importantes en el Concilio Vaticano II, también en los años sesenta. 

El lema conciliar fue en las Iglesias «juntos los clérigos y el pueblo fiel», y por ello cuanto todo más redondo, mejor: más acogimiento y cercanía de unos y otros. Recordé a don Juan José que, en agosto de este mismo año, publiqué en Religión Digital varios artículos sobre la Liturgia, interesándome especialmente por los templos, lugares teológicos, en cuanto espacios sagrados y sacramentales, con dos lugares esenciales para la alimentación espiritual: el de la palabra y el de la Eucaristía. Y pensé en los graves problemas iniciales de la Iglesia de San Francisco, de los que tanto se quejaba don Oscar, por los ecos insoportables y los muchos ruidos al predicar la Palabra. Y lo importante, como la Tierra, es siempre redondo. Se me olvidaba señalar que en aquel tiempo, el color de los calcetines identificaba a los clérigos, pues si eran blancos eran de dominicos quienes los calzaban, si eran morados eran de canónigo o de obispillo, siendo ese el caso del canónigo don Martín, también de Grado como el Varón pariente; y si eran negros, de los restantes, de la clerecía ordinaria.

Salí del archivo catedralicio, no habiendo en él rastro del documento de la carta de arras, entre Díaz, el de Vivar, y Ximena, entregada a ésta «por decoro de hermosura», arras que pudieran estar en Burgos, en el Monasterio de Santo Domingo de Silos. En el año 1973, en un teatro madrileño, vi la representación de la obra de Antonio Gala «Anillos para una dama», confesando que en aquel entonces lo que me interesaba era ver a la gran actriz y dama, Maruja Asquerino, la intérprete de doña Jimena. 

María o Maruja Asquerino era una especie de vampiresa que «engullía» a sus amantes a cientos, dentro o fuera de Bocaccio, lugar nocturno de copas; mujer morena, una especie de griega como la Irene Papas. Los amores que siempre fueron, en la versión de Gala, entre Ximena y Minaya, incluso viviendo el de Vivar, y declarados pocos años después de la muerte del Cíd, no dejan en buen lugar la fidelidad de la asturiana, hija del Conde de Oviedo. Claro que eso debió ser una mentira inventada por Antonio Gala, obseso de amores y amoríos, y de oposiciones de Derecho que jamás aprobó. Quiero pensar, como asturiano que soy, que la asturiana Ximena ante el Cid exclamó lo mismo que Dido ante Eneas: «Me parece que tu raza es propia de los dioses» (Genus esse deorum).

Como en un zig zag, en tarde ya sombría, entre piedras húmedas de la Catedral y del Palacio del Obispo, regreso a la plaza de la Catedral, toco a Ana Ozores, allí esculpida, no sabiendo bien adónde mira, si al Colegio notarial o al otro Casino, hoy sede de jueces en Valdecarzana, sabiendo que no rezaba a la Virgen de la Balesquida, patrona de sastres. Y vuelvo a ver el edificio artístico de la Caja de Ahorros, iluminadas las cuatro impresionantes farolas o farolones, dos mirando a la plaza y dos mirando a Sans y Forés, recordando lo del bancario o cajero, el todopoderoso en décadas: «Todo hombre demasiado poderoso se vuelve loco» (André Maurois lo escribió en la biografía de Alain). 

De la Plaza voy a la calle Magdalena, muy pía como su templo parroquial, el jesuítico de San Isidoro el Real; antes de entrar en la Librería San Pablo, a comprar el libro Historia de los Concilios, escrito por David Abadías Aurín, recuerdo que en esa calle, según unos, murió «estrapallado» el caballo Cartago, tordo y con pintas, de Quique Ríu Mora, que hasta allí llegó desde el Hípico de San Lázaro, loco o desbocado. Otros aseguran que el «estrapallamiento» fue más abajo, hacia Camilo de Blás, el confitero. Curiosamente, casi de milagro, hace días conocí al hijo de Quique Ríu Mora, al que pregunté por su tío Eduardo y sus tías Casilda y Consuelo, las de Nava. Y este Quique Ríu Alvárez, empresario, serio y ejemplar, casi es vecino mío, pues vive en Quintes de Villaviciosa. 

Bajando veo en la calle San Francisco, a la derecha, un edificio de la antigua Caja de Ahorros de Asturias y otro a la izquierda, ya mirando a la Escandalera, con placa de la Agencia Tributaria. En el gran edificio de La Escandalera leo abajo «Unicaja Banco» y arriba «Cajastur». Miro luego el Palacio de la Junta, antes Diputación, y más arriba el de Presidencia del Gobierno del Principado, no viendo en las fachadas respectivas de estos últimos carteles o rótulos de Unicaja Banco ni Cajastur.

Marcho en autobús de ALSA en dirección a Gijón, donde escribiré en el siguiente artículo sobre lo prometido, lo de la Fundación y del Principado, y también pasaré y pasearé por la Plaza del Monte de Piedad, de Gijón, la de sorpresas varias. 

Lo contaremos. 


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