Demasiadas mujeres en mi librería
Opinión
02 Nov 2023. Actualizado a las 05:00 h.
Hay personas que parecen sentir la necesidad, una necesidad patológica e infantil, de ser desagradables con todo, y en especial, con los productos culturales de hoy. Esa forma de enfrentarse a la vida y a los tiempos que nos ha tocado vivir suele esconderse tras un disfraz que pretende aparentar otra cosa porque estar en contra de todo por sistema, pero no del sistema, que eso es de piojosos, ha encontrado un nicho de mercado entre hombres furiosos y en su mayoría blancos de clase media o con aspiraciones de serlo que se creían destinados a heredar la Tierra. Cuando llegamos al siglo XXI quizá pocos pensaran que grupos de personas tradicionalmente oprimidas o que siempre se mantuvieron en un segundo, tercer o cuarto plano de la existencia global, iban a decir que el trato que se les había dado hasta entonces era el de atrezo de quienes realmente partían el bacalao hasta hoy. A las personas desagradables parece no importarles demasiado que esas otras personas de atrezo llevaran protestando más de un siglo hasta que nos dimos cuenta de que existían no solo para acompañar a los protagonistas. Para ellos, es como si acabaran de surgir del subsuelo agrietando las aceras y degradando nuestro entorno, es decir, el suyo. Lo del niño terrible cuarentón o cincuentón en realidad es otra cara más del derecho a la propiedad, salvo que en este asunto nadie se lo ha otorgado, lo que provoca tensiones y una legión de penes humillados e incapaces de expresar dónde les duele más allá de intentar convencernos de una lógica que se tiene por verdadera: las cosas son como son.
El problema es ese, que las cosas son como son. Estos son los tiempos que nos han tocado vivir. Así que el «las cosas son como son» de estas personas desagradables en realidad es querer las cosas como fueron, que es, al final, la pretensión última de docenas de columnistas y escritores españoles. Que vuelvan otros tiempos. Que vuelvan los tercios españoles si hace falta. Que vuelvan los tiempos en los que los hombres eran hombres y no había tanto homosexual ni tanta soltera con gato reclamando lo que le corresponde.
Quejarse de que le han dado un premio literario a una mujer incluso hasta el punto de hacer operaciones matemáticas intentando demostrar que, dado que la mayoría de los que se presentaron a ese premio literario eran hombres, por pura lógica, la de verdad, la de los tercios españoles, supongo, ese premio literario debería haber sido concedido a un hombre, pero como unas doscientas obras fueron escritas por mujeres, el resto de obras, de unos quinientos hombres, están excluidas de la posibilidad de recibir el premio antes de leerlas, es ridículo. Esto, viniendo de un escritor, y es lo que he estado leyendo esta mañana a propósito del último premio Tusquets en una columna, es una manera bastante ridícula de denunciar una discriminación sin mencionar que crees que lo es, no vaya a ser.
Asegura el autor de la columna que los libros escritos por mujeres son un petardo, y que todos ellos son un poco así: tengo la regla, parir duele, los hombres son malos, y lo que es peor, no hay ningún libro que trate del maltrato en parejas de lesbianas. Esta caricaturización es fácilmente caricaturizable, ya ven. Hay un pene ofendido cada vez que se acerca a una librería. Entre todos los libros escritos por mujeres, que son legión, habrá de todo: mejores, peores, no sé, el argumento o tema que se trate en ellos es indiferente, al menos para mí, porque también habrá libros muy buenos sobre lo complicado que le resultó el parto a una mujer, o lo difícil que lo tiene una chica con la endometriosis, o lo complicado que debe ser tener un idiota por marido, qué sé yo. Hay por ahí artículos escritos por hombres que encuentran encantador ir a un barrio obrero y adorar lo kitsch que es lo que allí encuentra, es decir, la pobreza. No sé, igual es un poco peor esto, pero no me voy a quejar.