El Atlántico y Mediterráneo, fosas marinas de seres humanos que a nadie parece importarle
Opinión
03 Nov 2023. Actualizado a las 05:00 h.
No me resulta fácil elegir una opinión a la hora de escribirla, cuando la pretensión es hacerlo desde el relato, del sufrimiento y las injusticias que padecemos el conjunto de la humanidad. Soy consciente de que todas ellas son importantes, porque los desenlaces finales, sea cual sea la elección cuando hablamos de guerras, hambre, genocidios y éxodos masivos de personas, siempre supone tragedia, dolor y muerte, porque así gira el mundo alrededor de tanto horror.
El 2023 está volviendo a ser otro año aciago en cuanto a la muerte de seres humanos, que siguen dejando sus vidas en esas travesías oceánicas, sin que los responsables de estas tragedias humanitarias hagan el más mínimo esfuerzo por evitarlo. Hasta tal punto, que una de esas embarcaciones piratas con más de 100 migrantes a bordo con destino a Canarias, el pasado mes de julio murieron 63 personas, y los desaparecidos ni se sabe, pasando un mes a la deriva sin que nadie apareciera a rescatarlos, hasta que fueron localizados por un buque de pesca español que dio la voz de alarma.
En los últimos días con el alargamiento del buen tiempo por los efectos climáticos, seguimos viendo la llegada masiva de cayucos a la Isla del Hierro, algo que seguirá ocurriendo año tras año, mientras no se determine una solución internacional para acabar con tanta injusticia social en el mundo y las personas puedan vivir dignamente en sus respectivos países, sin tener que huir, de las guerras, el hambre y la pobreza.
Está claro que no existe ningún interés por parte de los mandatarios internacionales en salvar vidas humanas. La prueba evidente es el impedimento que se pone a las organizaciones humanitarias para acudir a su rescate, imponiéndoles duras sanciones económicas, como ocurrió recientemente dos veces este año con el buque Open Arms y la ONG, que se juegan también la vida por rescatar a esas personas. Salvar vidas es un deber moral y legal. Impedirlo por parte de las autoridades europeas en un contexto de emergencia social, es sencillamente inconstitucional, además de un genocidio criminal. Si tenemos en cuenta que en lo que va de año, murieron más de 3000 personas, mujeres, niños y niñas, sin nombres, que, lamentablemente yacen en los fondos oceánicos.
Sin embargo, hemos sido millones de personas las que hemos visto con indignación, cómo para intentar rescatar a cinco millonarios que gastaron una fortuna en sumergirse por voluntad propia para bajar a ver el Titanic, los cuales murieron por implosión del sumergible, no se escatimó ningún tipo de esfuerzo para intentar rescatarlos con vida, a personas que no huían, ni del hambre, ni las guerras. Lo hacían por hobby, y la noticia dio la vuelta al mundo, generando más interés informativo y social que la de estas otras personas que lo hacen por necesidades de supervivencia real, aunque por desgracia, miles de ellas no lo pueden conseguir.
Son tantos los acontecimientos negativos que ocurren en el mundo contra los intereses de los seres humanos, que unos hacen que nos olvidemos de otros, generando además en nuestras conciencias un problema de deshumanización preocupante.
Aunque en la actualidad se hable menos de ello, creo que es importante recordar que a nuestras costas, sobre todo a las del Atlántico y Mediterráneo, siguen llegando personas en busca de un mundo mejor, que tras una durísima travesía, algunas consiguen sobrevivir, mientras que otras dejan su vida en la mar, pese al esfuerzo de organizaciones humanitarias que también se juegan la vida por salvarles, además de la sensibilidad que muestran, prestando ayuda a todas esas personas que huyen del hambre y las guerras.
Llama enormemente la atención, y no es producto de la casualidad, que en otros ámbitos sociales se pretenda crear un estado de opinión en contra de estos migrantes, queriendo hacernos ver que son nuestros enemigos porque llegan para quitarnos el trabajo, cuando tenemos que saber que ciertamente no es así.
No podemos seguir considerando un estado de derecho y democrático aquel que legisla la desigualdad entre ciudadanos y ciudadanas, vengan de donde vengan, sometiendo incluso a una parte de ellos y ellas, en lo que supone la legalización del racismo y la xenofobia.
Al capital le interesa y fomenta la mano de obra barata que constituyen los y las migrantes, tanto más barata cuanto peores sean las condiciones de existencia. Por esta razón no es contradictorio, aunque lo parezca, que la patronal se haya pronunciado sobre la necesidad de que en los próximos años aumente en varios miles de trabajadores y trabajadoras migrantes el mercado laboral en nuestro país. A la patronal, como al resto del capital en general, les interesa que exista siempre amplia reserva de mano de obra dispuesta a trabajar en las condiciones que sea. Pero ¿qué nos interesa a los trabajadores y trabajadoras de cualquier país, donde el índice de migrantes es muy alto y donde este hecho es utilizado de forma frecuente para sembrar en nosotros sentimientos de xenofobia y racismo (sustentados en estos países en el empeoramiento de la situación laboral y el crecimiento del desempleo); dando lugar así a la fragmentación y el enfrentamiento entre humanos como consecuencia de sus necesidades?
A los ciudadanos y ciudadanas nos interesa que todas las personas sean legales en cualquier país. Que no haya personas ilegales y que las condiciones sean igual para todos y todas. Incluso el derecho, sin que ello suponga el pago de ningún tributo, a votar o no, en las elecciones generales en el país donde residan, si así lo desean, como el resto de ciudadanos y ciudadanas, y que podamos defendernos de quien nos explota.
No es nuestro enemigo el palestino que tiene que huir de sus tierras a causa del terror implantado allí por Israel y que no tiene más remedio para su supervivencia que trabajar por un salario inferior al nuestro; y lo mismo ocurre con la huida de otros países donde se viven situaciones angustiosas de guerra, hambre y miseria. Es nuestro enemigo quien se aprovecha de esas condiciones desesperadas para explotarlos, con contratos basura que a duras penas da para vivir, o sin ningún contrato, como sucede en la mayoría de los casos. Es nuestro enemigo cualquier gobierno que permite y legitima esta situación y cualquier estado que, en beneficio de los intereses capitalistas, la perpetúe.
Las personas que proceden de los países saqueados y empobrecidos por las grandes potencias llegan a los mismos que les han robado sus riquezas buscando los medios de vida de los que allí se les ha privado. Esta situación, claro está, beneficia al capital por duplicado. Por un lado, la explotación directa que supone la contratación por salarios inferiores y sin cobertura social, y por otro lado la tendencia a la baja de los salarios y la precarización de las condiciones laborales, en general, que le imprime al mercado de trabajo la superexplotación masiva de este amplio colectivo, obligado por la penosa situación a trabajar en las condiciones impuestas por los empresarios.
La división de la humanidad asalariada independientemente de la esfera en que se produzca es el arma más eficaz del capital.
Nuestra situación y nuestro protagonismo en la lucha contra la explotación nos deben de unir por encima de cualquier diferencia y con ello lograríamos avanzar y reducir en gran medida la diferencia abismal que hoy existe entre los dos mundos. El de la inmensa riqueza, frente al de la gran pobreza.