Un libro para entender a Dios
Opinión
04 Jun 2023. Actualizado a las 05:00 h.
I. Religión y economía.
Imagine que un macho que lleva las riendas de una corporación del Ibex 35, de la noche a la mañana, deja de empalmarse. Imagine que una hembra que lleva las riendas de una corporación del Ibex 35, de la noche a la mañana, pierde la libido. Pues bien, estas inesperadas y frustrantes patologías, que nada tienen que ver con el mercantilismo, pueden acarrear la toma de decisiones catastróficas para esas corporaciones y, en consecuencia, para la Bolsa de Madrid. De acontecer lo anterior en Wall Street, crisis bursátil global.
El capitalismo es una religión, pero no una más. Es la religión verdadera. Su objeto de culto es el dinero. Sus sacerdotes, quienes detentan el capital, todo el capital. Y los feligreses somos el resto, y tenemos una fe inquebrantable en los administradores de esta «buena nueva», sin querer saber nada de su solvencia, de su psicología y de su comportamiento, habitualmente emparentado con la pederastia de la Iglesia católica.
Las religiones ofrecen consuelo y, en el extremo, la salvación. Sin embargo, no nos dan prueba de ello. Nos conminan a tener fe. Del mismo modo, el capitalismo asegura que nuestro dinero está respaldado, pero por sí mismo; es decir, un billete de 50 euros está amparado por otro de 50, no por el patrón oro, como en los tiempos del capitalismo monetario, donde ese trozo de papel tenía su equivalente en oro, estaba a «salvo». Ahora, ningún Banco Central del mundo tiene oro suficiente para respaldarlo. La fe, aquí, es confiar, tener fe.
En las bolsas es todavía mucho peor, pues la cuestión pasa de ser un asunto religioso a otro propio de sectas, mesiánico. El 5 de febrero de 2918, en unos minutos, el índice Dow Jones de la bolsa de Nueva York cayó 1.500 puntos y volaron dos trillones de dólares, y el efecto planetario fue sísmico. En la crisis de 2008 la causa fue la burbuja inmobiliaria, pero hace cinco años la causa no tuvo relación alguna con cuestiones especuladoras. Fueron los bots (robots) quienes, por su cuenta, empezaron a vender y comprar acciones acelerada y masivamente, sin que ningún operador pudiera intervenir. Esta es la Inteligencia Artificial (IA) en su etapa de gateo y que hoy está dando sus primeros pasitos: «¡Mira, mami, nuestra pequeñaja ha echado a andar!», exclama el padre en el vídeo que le envía a través del móvil a la esposa de la hazaña de la criaturita.
Se supone que hay controles para evitar estos estragos, pero son ineficaces, y lo son por dos razones. La primera, porque los dueños del mercado siempre obtienen ganancias (igual que los corruptos e indecentes en la pandemia, sean o no «legales» sus prácticas deleznables; en el genocidio del pueblo ucraniano, etcétera, etcétera). La segunda, porque esta «niña» que aún gatea es ya capaz de ser autónoma, de tomar decisiones a partir de las instrucciones de los programadores, y ello porque los botos trabajan en red con unos endiablados algoritmos generados por los datos que cada uno de nosotros volcamos en las redes. Y así, con tantos y tantos bots operando simultáneamente, cooperando, se vuelven, a su manera, caprichosos e inteligentes. O sea, que el presente, pero más el futuro, dan miedo.
II. Religión y política.
El libro aludido en el título es La forma de la multitud (capitalismo, religión e identidad), editado por Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2023, de Agustín Fernández Mallo, volumen ganador del I Premio de Ensayo Eugenio Trías. Aunque el trenzado esté armado por la Filosofía para escrutar fenómenos económicos, políticos, religiosos y antropológicos, con referencias a autores con autoridad, el libro no es dificultoso en su conjunto y sí cirujano, idéntico a la tarea de un anatomopatólogo que busca la causa, o causas, que llevó al ser que reposa ante él a no ser.
A partir de los hiatos neurológicos, y neuróticos, que hacen del hombre lo que es (ejemplo, el atributo de la falta: «Al humano siempre le falta algo», de ahí que sea «insaciable» y origine «este capitalismo» de apropiación infinita y de infinito consumo que, no obstante, no llena porque «es un ser incompleto, página 46)», hiatos muy abundantes y resueltamente desarrollados en el ensayo, Fernández Mallo imbrica el sistema capitalista con el cristianismo desde la idea de fe que, sin embargo, la del capital desborda a la del cristiano porque el dinero se hace fe en sí mismo. Porque el capitalismo es la religión de las religiones y, por tanto, nunca desaparecerá, sino que, para ser más efectivo, mudará su piel, como el alien de la película de Ridley Scott El octavo pasajero (más riguroso sería El noveno pasajero: no se cuenta al gato), que crece y crece, para ser muchísimo más depredador, un carroñero sin par en la Historia Natural del Mundo.
La segunda apelación del título de este artículo es «para entender a Dios», donde Dios es, aquí, el pueblo español votando el pasado domingo al son de lemas del tipo «que te vote txapote», un tipo que orbita en el universo del «negro, mono y tonto» que gritaban a Vinicius las mesnadas futboleras de Mestalla. Los dos tipos, con otros, se hallan en el espacio habitado por las turbas agitadas desde sus tallos emocionales, por un lado, y anestesiadas en su raciocinio, por el otro, con el resultado de hacer crecer las mentiras, las argucias, la miseria moral en definitiva.
Y precisamente es en este territorio en el que las fake news, que no son news, son exclusivamente fake, galopando en todas las direcciones por la Red de redes con sus bots y sus humanos lanzando bulos simplistas y dañinos, donde Fernández Mallo conecta toda esta inmundicia con la política. Escribe en las páginas 108 y siguientes:
«Creíamos que con la vida no sólo vigilada las veinticuatro horas sino algo mucho más importante, toda ella grabada y registrada en archivos a disposición y consulta, lo falso sería fácilmente detectable y eliminado de nuestra realidad… Sin embargo, y contra todo pronóstico, la experiencia diaria indica que la no oralidad, es decir, el registro escrito y grabado en imagen del mundo las veinticuatro horas no elimina la existencia de noticias trastocadas o directamente falsas. Lo que ha ocurrido es que toda aquella clase de leyendas urbanas [y rurales] ha encontrado un nuevo medio en el que alojarse, mutar y subsistir, las redes… Así las cosas, ya nada puede dar completamente fe de nada, el registro escrito ha adquirido también un carácter ficcional, aparece en él un valor de cambio [el mercantilismo abduce la política] hacia la fantasía o la invención que, como ocurría con la oralidad, en su propagación produce mutaciones».
Fernández Mallo, a la vista de esta mutación, muy similar a la biológica, sostiene que «la oralidad, característica propia de los pueblos que no tienen escritura, los pueblos técnicamente analfabetos, indica que las fake news, en cuanto nueva oralidad, vienen a construir el analfabetismo en la era de la viralidad digital» (página 111).
III. Analfabetismo y oscuridad.
Se mire como se mire, quien crea, quien tenga fe, que «que te vote txapote», en referencia como bien saben a Pedro Sánchez (como «derogar el sanchismo», que equivale a derogar la democracia), responde a una realidad incontrovertible, del tipo Espíritu Santo, y no a un artero fraude (este es el verdadero fraude electoral, no el pucherazo que, con infinita saña, la extrema derecha pepera lanzó en los comicios del 28 de mayo contra su adversario); quien con esto comulgue, decíamos, es un analfabeto, no oral, pero mucho más grave: mental. O sea, un enfermo mental. Pero todavía más grave: que un gigantesco manicomio tenga en sus manos el devenir de un país, desemboca en la autocracia y en la pérdida de esperanza para los esquilmados por el «sistema».
Terminamos con la idea de oscuridad. No la desarrollaremos; preferimos que el lector preste un poco de atención al enunciado y extraiga reflexiones, siempre ubicadas en el contexto de las falsedades de los mercados financieros y políticos, que abrazados caminan. La sentencia, que se recoge en La forma de la multitud, página 276, es del pianista de jazz Thelonious Monk, y dice: «Siempre es de noche, si no, no necesitaríamos la luz».