La democracia en Europa y la carrera tecnológica
Opinión
16 Mar 2023. Actualizado a las 05:00 h.
No es el peor de los tiempos, pero la aldea global se encuentra en ebullición, los cambios son profundos y globales, y hasta la propia globalización, que parecía inamovible, está cambiando hacia una desglobalización regional y a una nueva organización mundial multipolar, o más bien muy marcadamente bipolar, en la que los Estados Unidos y China (con Rusia) compiten por la hegemonía e intentan adaptar sus cadenas de suministro a una semiglobalización que les proteja de la dependencia del adversario. En absoluto se trata del peor de los tiempos, pero vivimos una época compleja, de gran incertidumbre y desazón, en un tiempo de calamidades y catástrofes: con una nueva guerra, esta vez en territorio europeo. Es cierto que tampoco es el mejor momento para Europa, que se encuentra en una situación de peligro real con una guerra en los límites de su territorio. También es de esperar que todos estos grandes movimientos no pillen rezagada a la Unión Europea, como cuando irrumpió la pandemia y no teníamos material básico para combatirla ni los instrumentos de coordinación y recuperación que luego han surgido. Es de esperar que, si entonces pudimos reaccionar, también lo hagamos ahora.
Es en este terreno en el que las grandes potencias están librando la batalla por la hegemonía mundial. Y es en este contexto, de gran desarrollo tecnológico, en el que ha de producirse una apuesta por la innovación en una economía digital que, en primer lugar desde Europa y por nuestro modelo de democracia social, debemos intentar que esté controlada democráticamente. Como ha dicho un maestro de columnistas, hay más poder en el valle del silicio que en muchas capitales mundiales. Un poder que con la nueva crisis del banco SVB tiene los pies de barro. De lo que se trata es de conseguir una digitalización más igualitaria, cuya seña de identidad no sea solo la construcción de una nueva brecha social para mucha gente a la hora de relacionarse con la administración, la educación, la atención sanitaria o la banca. Y alguna cosa más. En particular, además, si España se toma en serio aportar dentro de la UE al desarrollo de la tecnología y en I+D+i, es necesario que determinadas instituciones, como nuestras universidades y los distintos gobiernos, den un paso al frente y se centren en algo más que en el número de las publicaciones científicas. Deberíamos aprender a centrarnos en acelerar la transferencia del conocimiento a la sociedad, para hacer una verdadera innovación con trascendencia económica y repercusión social. Paralelamente, se necesitan también cambios a otros niveles: la industria, ávida de subvenciones, debería participar con más seriedad en la I+D y colaborar con las universidades y otros organismos de investigación para generar nuevos productos mejor y más eficientemente. En definitiva, si queremos subir unos peldaños y competir en I+D, para tener protagonismo en la carrera tecnológica, tendremos que considerar la transferencia como una parte integral de los avances tecnológicos, y no como la pariente pobre de otras partes más engañosas de la I+D, como puede ser el caso ya citado de las publicaciones.
No es el único inconveniente una investigación basada en exclusiva en la producción indiscriminada de artículos, con una gran proliferación de revistas de las llamadas depredadoras que cobran hasta 2500 euros por cada publicación. A pesar de sus escasos resultados para el I+D+i e incluso de sus efectos contraproducentes sobre los resultados de los grupos de investigación, se convierte con frecuencia en un tratamiento paliativo que sustituye a una verdadera productividad científica. Así ha ocurrido en la investigación española que genera muchas más publicaciones que transferencia de resultados a la sociedad. Este es un ejemplo claro de que la cantidad de publicaciones no indica un mayor poderío tecnológico: es esencial el traslado a la vida real, en palabras de Andrea Ricci.
La necesidad de poner el énfasis en la innovación implica priorizar esta transformación. Para ello es imprescindible evitar la apariencia de que el sistema científico es algo prescindible, amenazado por la precariedad de los contratos de los investigadores y la falta de I+D en las empresas. El primer objetivo de la batalla tecnológica en España es equilibrar la balanza en importancia entre los artículos y la transferencia. Si no ocurre así -y no hay nada que nos haga pensar que esto será así- ¿cuáles son las evidencias de que iremos por otro camino? Los caminos de las publicaciones y la transferencia tienen en España la caprichosa tendencia de no cruzarse y, con sus trayectorias separadas desvelan consecuencias indeseables. Creemos que ha llegado el momento de acabar con situaciones tan desagradables como las que estamos viviendo con la digitalización sin control, y que los gobiernos adopten medidas urgentes para atajar el malestar digital, recuperando la atención presencial y aumentando las competencias digitales.
Se suele argumentar que los procesos de transformación de tendencias ya existentes requieren mucho tiempo. Eso no tiene que ser fatalmente así. Y si de verdad estamos preocupados, y no solo por el presente sino por el futuro de los jóvenes y las generaciones futuras, hay que empezar a tomar decisiones urgentes que mejoren el presente y aseguren ese futuro que tanto decimos que nos preocupa. Por eso es importante que, en España, el Gobierno de coalición progresista abandone sus actuales disputas, y colabore en un futuro tecnológico a la hora de aprobar leyes que sean útiles y defiendan a los ciudadanos.
En este país, mucho antes de que la formación en competencias digitales haya llegado a la población, los gigantes del tecnocapitalismo de datos, las GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple) se hicieron cargo de la comunicación y las relaciones y, no solo en la banca, sino también en la administración y ahora en los servicios públicos, se han puesto las gestiones más simples fuera del alcance de la gente, o al menos a gran distancia, con el abuso de la cita previa y de la necesidad de utilizar internet hasta para lo más rocambolesco, con lo que la desatención de los ciudadanos y la indefensión del consumidor se han puesto a la orden del día dramáticamente.
En otro orden de cosas, será interesante estudiar, además, los análisis que se vayan publicando en los próximos tiempos sobre la relación que puede haber entre el poder de las grandes corporaciones tecnológicas y la irrupción del populismo ultra (Trump, Putin, Bolsonaro...).
En definitiva, la pregunta es cuál será el camino elegido por Europa (y España), para alcanzar la meta de la innovación científica y tecnológica. Y si la UE ejercerá de contrapeso o simplemente seguirá las directrices de Biden y se comportará como la voz de su amo. Mientras esta duda no se despeje, viviremos en una digitalización que abandonará en la brecha digital a un porcentaje importante de la gente. Los Estados europeos, no lo olvidemos, vienen de décadas de «asociación» sin apenas fisuras (con pequeños episodios locales de desacuerdos, como cuando Zapatero...) con el «amigo americano». No es impensable que, siguiendo la misma trayectoria, tanto en la OTAN como en la UE seamos lo que Estados Unidos quiera que seamos.