40 años después de Felipe. Conocimiento y organización ante las señales del maligno
Opinión
29 Oct 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Los bulos funcionan como la Viagra. Los que inventaron el fármaco no sabían su semejanza estructural con la molécula cGMP, responsable final de la erección. cGMP es degradada por la enzima PDE5. Gracias o por culpa de esta enzima no hay erección que cien años dure. Por ese parecido, la Viagra hace de señuelo y PDE5 se enlaza con ella por error, dejando a cGMP libre para mantener la erección a sus anchas. Siempre intentamos que lo que oigamos nos produzca satisfacción cognitiva. Normalmente esa satisfacción requiere que lo que oímos encaje con los hechos. Encajar con los hechos es lo que llamamos verdad. Pero cuando oímos que Irene Montero promueve la pederastia o que a los niños de Cataluña que hablan en español no les dejan ir a mear, oímos algo que disuena de los hechos tanto que alcanza el nivel de chorrada. Pero entonces aparece la Viagra del conocimiento: la emoción negativa, el odio. Las chorradas no encuentran hechos a los que acoplarse, pero si uno tiene en el alma que los catalanes son unos hijos de puta y que a Irene Montero había que empalarla en la Plaza Mayor, nuestra cognición acepta el señuelo y, en vez de buscar hechos con los que encajar las palabras chorras, las enlaza directamente con odios, que se parecen a los hechos. Y así el odio mantiene la erección del desquiciamiento y la necedad. Si la propaganda logra polarizar, enfrentar y estimular el odio, la simple verdad, la verdad «desnuda de toda hipocresía» que completaba el monumento a Clarín, no encuentra acomodo fácil, porque compite en desventaja con los señuelos emocionales oscuros de los urdidores de oscuras mentiras por sus oscuros fines.
Cuarenta años después de octubre del 82, España es un país de bulos y bulas. La bula de una oligarquía cada vez más poderosa y tosca puso en sus manos los medios de comunicación de mayor alcance. Los bulos ultras tienen así bula en todos los titulares, todos los matinales y todas las tertulias gritonas. No hay memoria histórica, porque no hay más historia que los relatos al servicio del presente, ni análisis de alcance, ni propuesta colectiva con la que identificarse. El ruido y las falsedades constantes de usar y tirar nos tienen dando dentelladas al aire, como los tiburones cuando se les engaña con señuelos de colores. Orbán, Putin o Trump no son estornudos, son brotes de lo que viene. Octubre del 82 tiene algo que ver con lo que pasa, pero no con lo fundamental.
Hace cuarenta años, el país, con el voto masivo al PSOE dejó entrar aire y luz y, por fin, tuvo la fiesta en paz. Pocas veces una coyuntura política hizo el aire tan sedoso. Hacer de España un país europeo normal, siendo justos, no fue poca cosa. La llegada del PSOE al poder fue uno de esos hitos que dan forma al tiempo. Se hicieron muchas cosas, pero se también se tapiaron muchos respiradores que nos habrían dado moldes democráticos más firmes. El país creció como país democrático europeo, pero habían quedado partes sustanciales suyas atrapadas en el cepo de la dictadura: la oligarquía económica, la Iglesia, la Jefatura del Estado y el relato, que confundió la reconciliación con el olvido y el olvido con la mentira, allí donde mentir es una infamia. Por tener una parte estructural inmovilizada en un cepo, más que avanzar, el país muchas veces se estiraba, como se estiraban los reos en su tortura. Y por los desgarrones de un cuerpo así estirado fueron saliendo oscuridades históricas de la época del atraso, el crimen, los pistoleros y la opresión.
Cuarenta años después el país es más próspero, pero más desigual. Hay que recalcar lo primero para comprender que, si buena parte de la población solo alcanza la subsistencia o no llega a ella, es porque muy pocos se quedan con demasiada riqueza de un país próspero. La desmemoria cultivada por el pragmatismo de octubre del 82 es ahora un ingrediente del desquiciamiento que tiene nuestra actual convivencia. Pero sería ingenuo creer que las evidentes amenazas de la democracia son efecto de errores tolerados hace cuarenta años. Eso solo le da sabor nacional propio a lo que está pasando en todas partes.
Graham Gallagher compara el bramido de vida que se produce cuando llueve en los desiertos con nuestras democracias: arrebatos efímeros de fertilidad por una conjunción momentánea de factores. Como en los desiertos, los setenta años de democracia se agotan y asoman los nuevos autoritarismos. Su análisis apunta a que se mantendrá reconocible la política internacional, para evitar escenarios incontrolados de guerras, aunque volverán las invasiones. La situación interna de cada país será cada vez más autoritaria, más racista, más intolerante con minorías y más hostil con los derechos de la mujer. Puede notarse la munición que aplican los nuevos ultras a esto último. El villano Thanos, de Los Vengadores, con las gemas del infinito adquiere el poder de matar a la mitad de la humanidad chasqueando los dedos. Y lo hace, porque era la poda necesaria para un nuevo comienzo. Todos los autoritarismos quieren chasquear los dedos y volver a la invisibilidad a la mitad femenina de la población. Ya lo dice Ana Iris Simón, todo era más fácil entonces. El estigma de minorías es una herramienta habitual para someter a las mayorías (que nadie se olvide de la utilidad de las brujas) y hacerles creer que el problema es de las minorías.
Todas las derechas están en esa senda. La izquierda, y no toda, es lo que queda de las democracias liberales. Por eso ahora son la parte conservadora, la que brama por el gamberrismo y se escandaliza por los modos soeces y malhablados de las derechas. Chomsky desgrana en cada entrevista las amenazas de las democracias y las barreras que hay que levantar en su defensa. Él siempre fue un crítico tenaz de las democracias liberales y ahora llama a defenderlas. No es que haya cambiado. Es que ahora lo que pueda cambiar en las democracias es lo que cambia en el hierro al oxidarse. Los poderes económicos están en la tarea a degüello. La receta de Chomsky contra el Maligno es no inventar donde ya está inventado lo fundamental (ya podían asumir esta actitud los ideólogos de la educación): conocimiento y organización. Conocimiento no es pilotar drones ni destrezas hiperespecializadas requeridas por empresas planetarias, por necesarias que sean. Conocimiento es el equipamiento que permite entender lo simple y lo complejo, ver el sentido general de las cosas, generalizar cada trance y aprender, ver la forma de lo que nos afecta; es un equipamiento que también permite disfrutar, hay que decirlo. El conocimiento y su extensión siempre pudrió las tramas autoritarias, por eso es sistemáticamente atacado en los discursos ultras. La organización distribuye el conocimiento, además de crear estrategias colectivas. Chomsky a su manera es medio optimista. No lo sería viendo nacer tanto grupillo de izquierda por unidad de tiempo, cada uno abierto a toda la izquierda. En Italia consiguieron una abstención nunca vista y que, con mayoría de votos de izquierda, el poder sea para una presidentA fascista. (Ya que rozamos el tema, hace cuarenta años la educación, a pesar de tanto renglón torcido, empezó a mejorar, no a empeorar. De lo que va mal, no culpen a los profesores, que no tienen culpa de nada; de nada en absoluto. Pueden ser algo ceñudos con pedagogos y administraciones, que son culpables solo de la grasa inútil del sistema. Pero tomen nota de que los think tanks educativos más fértiles tienen detrás a los bancos. Las verdaderas cargas de profundidad vienen de donde viene todo lo demás. No iban a dejar justo a la educación).
Que vuelva a ser octubre cuarenta años después es un buen pretexto para reflexionar y aprender. Dejemos a Alfonso Guerra como el coronel Nicholson, que cuando terminaba el puente sobre el río Kwai ya no sabía que trabajaba para el enemigo. Y atengámonos a lo que ya está inventado: conocimiento y organización.