Europa, pobreza y el reverso de la reina roja
Opinión
19 Mar 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Todos tenemos que correr sin ir a ninguna parte, solo para no quedarnos atrás. Eso le pasaba a Alicia en el país de la Reina Roja, un país que se movía y obligaba a correr para quedar en el mismo sitio. Estos días, por circunstancias, volví a leer después de mucho tiempo ciertos pasajes de Engels y La Regenta de Clarín. En uno de los capítulos, Engels hablaba de la ordenación perversa de Manchester, porque era una ciudad que se podía habitar y pasear durante años sin ver nunca a un obrero o un pobre (en aquella época era muchas veces lo mismo). Levanta uno la vista de la lectura y ve al palurdo de Ossorio mofándose de Cáritas y jugando con la audiencia al veo veo, a ver quién encuentra pobres en Madrid. Por su parte, el sectarismo y oscurantismo eclesial y el clasismo parásito mostrado en las páginas de La Regenta son de una actualidad perturbadora. A veces es bueno no correr y quedarse atrás para ver cómo las cosas se repiten, perduran o se matizan. Se ganan dos cosas: memoria y convicciones. Los currículos escolares y los mensajes educativos oficiales a los adolescentes inspiran el principio de correr y no parar. Pero sin memoria ni principios correr lleva al atolondramiento. La sucesión de pandemia, volcanes, tormentas, guerras con botones nucleares al descubierto, convulsiones geopolíticas por crisis energética, alzas de precios y tensiones sociales ramifica el terreno y puede uno no saber si al correr está quedando en el sitio o yendo para atrás.
La pobreza reclama esa memoria y convicciones. Pobreza es una palabra con mala suerte. Suscita en la mente de la gente un infortunio que les cae a algunos parecido a una enfermedad, no el efecto de políticas y mercados. Además trae a la mente la condición de gente que no creemos ser, a la que no queremos parecernos y con la que no queremos que se nos vea. Defender a los pobres, con esa palabra, es como defender al pringao de clase en el recreo. No cotiza bien. Apetece relacionar la pobreza del informe de Cáritas con Ayuso por su especial impiedad y por la grosería de su consejero. Pero no se debe a ella lo fundamental. La pobreza no puede más que crecer en un sistema neoliberal dispuesto para que la riqueza se acumule donde ya haya riqueza. El mensaje repetido es que el que tiene riqueza es que se la ganó y que va contra el talento y contra la libertad ponerle al rico cortapisas para enriquecerse más (todo falsedad, el clasismo parásito de La Regenta). Calviño y Sánchez no son fachas zafios como Ayuso, pero son ortodoxos con el neoliberalismo que llevó siempre a abrir en carne viva el tejido social. La pobreza solo puede crecer si no hay mecanismos de redistribución de la riqueza, cuyo componente principal son servicios públicos con recursos obtenidos por impuestos progresivos. Y la pobreza solo puede crecer si la única herramienta para la igualdad de oportunidades capaz de corregir las diferencias de cuna de la población, que es la educación, se va haciendo cada vez más segregadora socialmente. Y de nuevo, Ayuso solo añade radicalidad y desvergüenza a lo que de todas formas están induciendo las administraciones socialistas, más compasivas, pero solo eso: compasivas. La socialdemocracia ni está ni se la espera hasta nuevo aviso.
El bufón Ossorio para ver la pobreza busca niños descalzos con los mocos colgando y una taza mendigando algo de sopa. Cáritas basa su informe analizando tres ejes: el económico, que mira la normalidad de la integración en el mundo laboral y los ingresos; el ciudadano y político, que examina el acceso a servicios básicos y a la participación política; y el relacional, que valora los niveles de trato social, aislamiento y soledad, violencia o marginalidad. La situación de los individuos en esos ejes es lo que define su integración o exclusión social. El informe alerta de que se dispara la exclusión social, que es la manera técnica de llamar a lo que confusamente entendemos por pobreza. Ossorio escarneció a los pobres riéndose de ellos haciendo como que los buscaba sin encontrarlos. La palabra técnica, «exclusión», ya dice por sí misma por qué no los vemos. No los vemos porque no paran donde paramos los demás y porque, como en el Manchester de Engels, viven en sitios por donde no pasamos. A la gente sola no la vemos porque está sola. Y cuando algo provoca su visibilidad, por ejemplo las colas del hambre, es cuando gente como Ayuso los señala como mantenidos subvencionados (en realidad Vox y ella llaman así también a los que reciben salario del estado en pago a su trabajo; a los ricos no les gustan los servicios públicos porque cuestan impuestos que no quieren pagar y sustancian derechos que no quieren generalizar; para eso financian a Ayuso y Vox).
En 2014 Montoro, aquel ministro de Rajoy, se había burlado también de Cáritas cuando publicó cifras de pobreza infantil. La Iglesia hizo entonces lo mismo que ahora: callar. Solo habla de Cáritas en la propaganda de la campaña del IRPF para trincar la mordida anual a nuestros impuestos. Luego aportan apenas el 18% de la financiación de Cáritas. Y también recuerdan a Cáritas cuando se les cuestionan momios que vienen de la dictadura, como esas anacrónicas exenciones del IBI. En más de una ocasión dijo Rouco Varela que, si tienen que pagar el IBI como los demás, lo detraerían de Cáritas. En caso de achuchón, todos empezamos por quitar de los gastos lo más superfluo. Rouco no dejó duda de lo que para la Iglesia es más prescindible. La Iglesia en estos días sigue callando, sabe quiénes son los suyos.
La situación política es resbaladiza y se puede deslizar hacia cualquier parte. La derecha sigue rehaciéndose renqueante: el rebufo de Casado, el afán de notoriedad de Ayuso, el baldón de Castilla y León visible en toda Europa y la provocación de la ultraderecha hacen que la reconstrucción de Feijoo sea áspera, en un partido lleno de Poltergeists amenazantes. La quiebra social crece y el grueso de la política se juega en Europa. Pedro Sánchez dio la sensación esta semana de encontrar la manera de hacer lo que dice Iván Redondo: no vayas a un centro que no existe, lleva el centro a tu causa. Más o menos, sitúa el sentido común en tu alternativa. Esta semana ignoró al PP con sus crujidos (si no hay gran coalición, que no sea por él) y se encaró directamente con Vox en un eje que puede ser productivo: Europa. El mensaje de España se rompe y todo por España tiene su rendimiento, pero también sus límites. Demasiado ideológico y sectario, demasiadas resonancias históricas, demasiada falsedad, demasiada bobada patriotera. Europa es otra cosa. La Unión Europea sí está siendo atacada. La invasión de Ucrania apunta a ella, pero ya desde antes Putin y los halcones trumpistas agitaron todo lo que pudieron lo que pudiera desestabilizar a la UE. La ultraderecha europea fue su aliada y su herramienta, porque está en su ideario hacer desaparecer a la Unión o reducirla a reuniones de amigotes. El eje que separa a los defensores de la UE de quienes la ponen en peligro es real y menos místico y menos de cómic de hazañas bélicas que la alucinación de España y los enemigos de España. Confrontar el europeísmo y la democracia con la amenaza de Putin y las ultraderechas de la UE, Vox incluida, es un eje discursivo que sí le puede favorecer a Sánchez porque se acerca a la verdad, se acerca a la percepción común y lleva el centro a sus posiciones, como reclama Iván Redondo. La izquierda del PSOE son piezas a granel, pero con terreno susceptible de movilización. No hay más iniciativa imaginable para darle forma que la anunciada plataforma de Yolanda Díaz, que debería empezar a ser algo palpable. La izquierda no crece si solo ofrece miedo a la ultraderecha. La pobreza crece, la desvergüenza también y estamos en guerra. Eso que tiene que empezar a ser palpable debe basarse en memoria y convicciones. Nunca creció la izquierda con otra cosa.