La Voz de Asturias

¿A qué tenemos miedo?

Opinión

Cándido González Carnero
Un hombre pasa frente a una oficina del paro

03 Mar 2022. Actualizado a las 05:00 h.

Se está constatando en la actualidad en el mundo laboral un alto grado de temor a las represalias que la patronal pueda desencadenar en caso de conflicto laboral. Es indudable que existen razones más que objetivas que explican ese intenso sentimiento de vulnerabilidad, tales como la existencia de contratación temporal o la realidad de los enormes compromisos hipotecarios de muchas familias trabajadoras, además de los grandes equilibrios  económicos que se tienen que hacer para poder comer y llegar a fin de mes, como consecuencia de los bajísimos salarios que se cobran en la actualidad y el enorme incremento del coste de la vida en los gastos más necesarios e imprescindibles, como los de alimentación, la luz, el gas y otro tipo de impuestos que recaen con toda dureza sobre la gente más vulnerable.

Sin embargo, llama la atención este miedo extremo, considerando que lo máximo que puede ocurrir en caso de grave ofensa a la autoridad empresarial es el consabido despido, ejecución que de todos modos puede llegar al término del contrato temporal o en el caso de que la empresa como ya está siendo habitual recurra al argumento de la reestructuración por «razones organizativas o disciplinarias» (ahora ni siquiera es necesario que haya pérdidas en la empresa, como ejemplifica de forma modélica el proceso de reducción de personal que se está desarrollando en todas las empresas tras la aplicación de las últimas reformas laborales), y que por desgracia para nuestros intereses, se van a seguir aplicando buena parte de ellas, porque si bien es cierto que tras más de 50 reformas laborales desde finales de los setenta, que en esta última no se quita ningún derecho y se mejoran algunos aspectos de forma positiva en materia de contratación, no es la derogación de la reforma laboral, ni siquiera de los aspectos más lesivos, tal y como se dijo y como esperábamos que fuera en realidad.

Los empresarios y las grandes multinacionales van a poder seguir despidiendo de forma libre y semi-gratuita a los trabajadores/as y, si el despido es improcedente, el empresario es el que sigue teniendo la facultad de elegir, entre readmisión, o, indemnización, por lo que nos toca seguir peleando por mejorar nuestras condiciones de vida y trabajo, en un modelo laboral de explotación, tan injusto como cruel y ello solo se puede cambiar, con la regeneración de nuestras propias conciencias, no aceptando como natural lo irracional.

En el pasado, quienes plantaban cara a la arbitrariedad empresarial se arriesgaban a la cárcel o cosas peores.  Ahora, sin embargo, se tiene miedo a las represalias que en el fondo no son tan terroríficas como parecen, porque hoy en día encontrar otro trabajo a través de un contrato basura en condiciones de esclavitud es, por desgracia, relativamente sencillo.

¿A qué se tiene miedo? ¿Es que la clase trabajadora ha perdido su dignidad?

Se aceptan los mayores servilismos y humillaciones sin que la amenaza explícita o implícita, la del despido del puesto de trabajo sea suficiente para explicar esta degradación del sujeto ante los caprichos de los desalmados y de los miserables.

Por mi condición de sindicalista, tengo el privilegio de conocer de primera mano los procedimientos cotidianos de muchos/as trabajadores/as. Persecución sindical, acoso psicológico, explotación extrema, son diversas las circunstancias adversas a las que se somete a los trabajadores/as.

En multitud de ocasiones me pregunto acerca de las causas profundas que motivan la admisión de este insólito rebajamiento ante personas, en muchos casos despreciables por sus conductas abusivas, y en multitud de ocasiones he quedado sorprendido ante la curiosa paradoja de que quien admitió de forma servil las mayores vejaciones, sea luego despedido con cualquier sutil motivo. Así agradece el empresario la sumisión de los trabajadores.

Hay momentos en los que es necesario decir no.

Pero admitir la humillación no es otra cosa que un suicidio psíquico, preludio casi siempre de la muerte física. Muchas veces se ha dicho que la suerte favorece a los audaces, es posible que no siempre los audaces tengan suerte, pero es seguro que aquellos que se ponen por debajo de quienes valen menos que ellos cometan el peor crimen posible contra sí mismos, y de ahí se deriva siempre de modo inevitable, el más completo infortunio. Es por eso que los trabajadores no deben temer otra cosa que la aceptación del abuso y la obediencia a imposiciones inhumanas.

Contra el imperio del miedo, contra la coacción empresarial, contra las arbitrarias determinaciones utilizadas siempre contra el trabajador, a veces es suficiente mantener una serena dignidad, con esto se lograría desconectar los planes de la patronal, y serviría además para mostrar al resto de compañeros/as trabajadores un ejemplo de tranquila firmeza.

Esta va a ser quizá una de las grandes labores de nuestra época, la de extender la mentalización del no al miedo existente entre los trabajadores/as a perder algo que en realidad no existe cuando no se tiene un empleo estable y en muchos casos ni precario. 

Hay que decir no a la degradación constante a la que quiere conducirnos una élite arrogante y despiadada que con sus imposiciones y vejaciones nos acerca cada vez más a un «esclavismo», del que será muy difícil salir si desde ya no se ponen los medios para evitarlo y más aún si seguimos generando en nuestras conciencias un sentido de culpabilidad con una crisis que no hemos generado, pero que al calor de ella, el número de ricos se incrementa, en un 38%,cada año, todo ello como consecuencia de nuestro Miedo.

 


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