Hágalo usted mismo, jódase
Opinión
22 Jan 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Nada de gilipolleces neoliberales, esto va en serio, se dijo. Hay que salvar al conjunto o caemos todos. Bancos centrales y gobiernos movieron enormes cantidades de dinero público para amortiguar el golpe de la pandemia y para hacer vacunas. Y se añadieron fondos para evitar una quiebra de países que daría a la geopolítica esa vuelta de calcetín que suele acabar en guerra. Oxfam Intermón acaba de informar con muchos gráficos de que al final los más ricos multiplicaron su fortuna, hay muchos más pobres, la mayoría perdió y bajó la protección social. Esa masa de dinero público movió los engranajes de los mercados bursátiles y, abracadabra, las fortunas del 1% más rico se duplicaron y la deuda pública que pesa sobre los demás se disparó. No nos mintieron. Ese océano de dinero era en verdad para evitar el derrumbe social y para vacunas. El problema es el sistema. Un programa de ordenador consiste en una serie de algoritmos cuya sucesión está determinada y lleva siempre al mismo resultado. Así el sistema, si no se modifica, lleva siempre a lo mismo: mecánicamente se acumula riqueza donde ya hay riqueza, se deteriora la vida de la mayoría, cae la protección social y, con ella, se va por el desagüe cualquier residuo de civilización o vida en común. Es la desigualdad. La desigualdad es todo esto. El sistema lleva a la desigualdad y el derrumbe de la vida en común con la misma certeza con que un programa se ejecuta en un ordenador. La desigualdad no es la justa diferencia entre los capaces y los incapaces. Es el abuso de muy pocos contra muchos, es el efecto de que muy pocos hayan convencido a muchos de que son más débiles y de que crear riqueza consiste en que esos pocos tengan cada día más. es. El protagonista El reino, una película sobre el despiporre de corrupción del PP, describe con inocencia sus tropelías: yo solo encajé en una maquinaria engrasada hace tiempo. Esa máquina engrasada metió muchos millones de ese dinero público en el bolsillo de quienes ya tenían más y convirtió lo demás en deuda para todos. Para que la máquina siga engrasada, tenemos que creer que cualquier otra cosa es comunismo, gulags y pobreza. La Europa occidental de la Guerra Fría sería comunista.
Lo dijo Jeff Bezos al volver de su viaje espacial de dos millones y medio de dólares al minuto. Bajó de su nave fálica henchido de gratitud hacia todos sus clientes, todos sus trabajadores y seguro que hacia todos los políticos que llevan décadas bajando los impuestos a los ricos: entre todos me pagasteis esto, dijo. Para eso estamos. Elon Musk patalea con lo de subir impuestos a las superfortunas. «Al final se quedarán sin el dinero de los demás y entonces irán a por ti», dijo. Lo de «a por ti» se refiere a cualquiera de nosotros. «Los demás» son los que no son cualquiera de nosotros, los superricos a los que quieren poner un impuesto especial. Cuando acaben con los más ricos, irán a por ti. Es casi una variante del poema Los indiferentes. La esperanza de los pobres es que se cree riqueza, es decir, que Jeff Bezos pueda ir al espacio y que Musk pueda mandar gente a Marte. Todos queremos a Bezos y a Musk cumpliendo caprichos galácticos, nadie quiere el comunismo. Deberían quitarnos las pensiones, no vayan a quedarse los más ricos sin ir al espacio, como en Venezuela.
La palabra pobreza parece que nos saca de la política. Se habla de pobreza como se habla de enfermedades, como uno de esos males inevitables que nos acompañan. La palabra «pobreza» suscita compasión pero no confrontación, como si la desigualdad no tuviera que ver con los impuestos y los servicios públicos. Enric Juliana, en el prólogo de La extrema derecha 2.0 de Forti, dice que esa rima que hace parecer que la historia se repite parece ahora una rima coja. Hace cien años la izquierda quería la colectivización de los medios de producción, se levantaba el imperio soviético revolucionario y nacía por la derecha el fascismo, financiado y estimulado como dóberman de defensa contra la furia colectivista socialista. Ahora la izquierda solo quiere ampliar derechos, protección social y unos euros de subida del salario mínimo. No es lo mismo que hace cien años, la historia por ahí no rima. Pero por la derecha vuelve una ultraderecha que no es lo mismo que aquel fascismo, pero rima con él en consonante. Vuelve porque vuelven a financiarlo y a animarlo, con tanto ímpetu que los conservadores ya son casi iguales. Pero ya no hay imperio rojo ni revolución a la que los ricos deban temer, las izquierdas solo quieren derechos y los ajustes suficientes para que los aires capitalistas sean respirables. Por la derecha, dice Juliana, la historia rima, por la izquierda no. Los datos de Oxfam Intermón dicen que las clases altas van ganando, no necesitan dóberman, no necesitan el odio y el sectarismo ultra que financian y extienden. Y sin embargo lo financian y lo extienden. Como me decía un amigo hace poco, al hilo de algo que había leído, hay algo que los ricos nunca tendrán: bastante. Nunca tienen bastante. Si ya les llega para darse una vuelta espacial de 11 minutos, querrán un poco más y una nave más cómoda. No temen a la izquierda, simplemente no la toleran. Tampoco temen a las capas populares. O las desprecian o las ignoran.
Durante el confinamiento, en una reunión de la fundación ultracatólica (y ultratodo) Neos, se dijo que habría que quitar el voto a los parados y a los que cobran del Estado. La protección social es, se dice en estas juergas ultras, una subvención y los subvencionados van a votar siempre a quienes quieren apoyan la protección social, es una trampa. Los que cobran del Estado (profesores, médicos, ¿militares?, …) tienen su voto amarrado, no como en los conventos o en los consejos de administración de grandes empresas, donde reina la pluralidad y la independencia. Lo de menos es que lo haya dicho el tal Gómez Pineda, de la secta Villacisneros. En los grupos focales de investigación, que se forman para pulsar tendencias de opinión o de consumo, muchas veces se junta a gente afín, porque entre afines sale con más fluidez y menos contención lo que realmente se piensa. Juntando en el sarao a todos esos afines (PP, Vox y sectas ultracatólicas) se les caen de la boca sus franquezas solo con verse juntos. Lo de menos es que fuera Gómez Pineda. Lo importante es que, siendo la sociedad cada vez más desoladoramente desigual, no tienen bastante; que están en guerra desbocada contra los derechos de la mayoría; y que la religión sectaria es el plasma sanguíneo por el que llevan a los aparatos económico, jurídico, político e institucional esa maldad que ya no es el fascismo pero rima en consonante con él. Ahora están en la primera parte del ideario de la derecha que anunció Montoro: si no gobiernan, que caiga España.
La batalla está en la ampliación de derechos y en el refuerzo de los servicios públicos y, por tanto, en ese mecanismo de redistribución de riqueza que son los impuestos. Quien quiere bajar los impuestos quiere bajar los impuestos a los ricos, que ya los defraudan pero no tienen bastante. Quien quiere bajar los impuestos quiere quitar los servicios públicos a la mayoría y quitar la protección social a quien la necesita. Díaz Ayuso puede ser tan sincera como Jeff Bezos. Bezos necesita el subidón de un viaje espacial para rebosar franqueza y cinismo y decirnos lo pringados que somos al pagarle su juerga galáctica. Ayuso no necesita ir al espacio para proclamar su acuerdo con la izquierda. La izquierda dice que quien quiere quitar los impuestos a los ricos quiere quitarte el médico. Y ella está de acuerdo. Ya les dijo a los madrileños que el gran hospital de Madrid era la casa de cada uno. Por ahí van los tiros. Hay todavía demasiada atención pública, demasiada sociedad civilizada. Los ricos y las derechas no tienen bastante. De hecho, solo una minoría insultante de los ricos pudo ir al espacio con tanto plasta subvencionado. Lo mejor es que los hospitales sean la casa de cada uno y que los servicios públicos sean «apáñese y hágalo usted mismo». Oxfam Intermón pierde el tiempo con su informe. Andrea Fabra ya había anticipado como respuesta la segunda parte del ideario de la derecha: que se jodan.