La importancia del no saber. Reflexiones en el día de la filosofía
Opinión
18 Nov 2021. Actualizado a las 05:00 h.
¿Por qué la UNESCO decidió en 2002 celebrar cada año el tercer jueves del mes de noviembre el día mundial de la filosofía? Parece que estaba convencida de que de ese modo la filosofía «ganaría reconocimiento», se «daría un fuerte impulso a la filosofía y, en particular, a la enseñanza de la filosofía en el mundo». ¿Por qué en 2012 se concedió el premio príncipe de Asturias a Martha Nussbaum? Según el acta del jurado, «Martha C. Nussbaum, una de las voces más innovadoras e influyentes de la filosofía actual, sostiene una concepción universal de la dignidad humana y de los derechos de la mujer para superar los límites del relativismo cultural. Sus teorías se basan en el convencimiento de que quienes entienden de distinta manera lo que es el bien pueden ponerse de acuerdo sobre principios éticos universales, aplicables allí donde se dé una situación de injusticia o discriminación. Martha C. Nussbaum defiende el papel de las humanidades en la educación como elemento imprescindible para la calidad de la democracia».
Y Emilio Lledó ¿por qué consiguió ese premio en 2015? En esta ocasión el jurado valoró que «Lledó concibe la Filosofía como meditación sobre el lenguaje y subraya la tendencia natural del ser humano hacia la comunicación. De este modo, hace suya la razón ilustrada a través de un diálogo que impulsa la convivencia en libertad y democracia».
Y al filósofo Amartya Sen este mismo año, ¿cómo es que le concedieron el premio princesa de Asturias? Leemos en el acta del jurado que «su enfoque de las capacidades de las personas se ha extendido al conjunto de las ciencias sociales. Toda su trayectoria intelectual ha contribuido de manera profunda y efectiva a promover la justicia, la libertad y la democracia. Su continuada y excelente labor ha influido de manera decisiva en los planes de desarrollo y en las políticas de las más relevantes instituciones mundiales».
Y entonces ¿por qué se elimina la asignatura de Ética del conjunto de materias obligatorias de la ESO, cuando se había llegado al acuerdo entre todos los partidos de que era tan necesaria, para introducir a cambio una materia de Educación en valores cívicos y éticos que puede ser impartida en cualquier curso de los cuatro que forman la ESO? El texto de la LOMLOE dice así: «En uno de los cursos de la etapa, todo el alumnado cursará la Educación en Valores cívicos y éticos, que prestará especial atención a la reflexión ética e incluirá contenidos referidos al conocimiento y respeto de los Derechos Humanos y de la Infancia, a los recogidos en la Constitución Española, a la educación para el desarrollo sostenible y la ciudadanía mundial, a la igualdad de mujeres y hombres y al valor del respeto a la diversidad, fomentando el espíritu crítico y la cultura de paz y no violencia». Más o menos se trataría de introducir en una hora lectiva semanal todos los objetivos generales de la ley y además llevarlos a una reflexión ética, como si el autor del texto hubiera diseñado una materia que fuera un resumen de todo el espíritu de la ley. Cualquier profesional de la enseñanza secundaria sabe que esto es inviable, no solo por la carencia de tiempo, sino porque el empeño en dictarle a la filosofía desde fuera cuáles tienen que ser los contenidos y los valores que enseñe es inútil. Por otra parte, ¿por qué desaparece una asignatura optativa llamada Filosofía, que gozaba de bastante aceptación entre el alumnado y que servía de introducción a la reflexión filosófica que habría de continuarse en el bachillerato?
Salta a la vista la incoherencia entre lo que se considera meritorio, loable, digno de reconocimiento en los foros internacionales y lo que creemos que hay que enseñar a nuestros alumnos. Y sin embargo lo más coherente sería que si algo nos parece bueno se lo diéramos a nuestros jóvenes. Pues de lo contrario nos encontraremos con el problema de cómo salvar esa distancia entre lo que una niña aprende en la enseñanza secundaria obligatoria, que termina en 4º de la ESO, y lo que esa misma niña creemos que debería apreciar cuando llegue a ser adulta. ¿Por qué va a encontrar admirable algo que no entiende, que nunca se le ha enseñado, de lo que se le ha privado?
Los profesores de filosofía españoles sabemos que siempre que hay una ley nueva o una reforma tenemos que salir a la calle a defender nuestra materia. Estamos acostumbrados. Sea cual sea el gobierno que promueva esa ley o el motivo que se plantee, la filosofía queda de algún modo perjudicada. Y, sin embargo, año tras año aumenta lentamente el número de estudiantes que se decide por estos estudios en la universidad, o el número de personas que estudian filosofía como segunda carrera. Año tras año aumenta el número y la calidad de los trabajos que se presentan a la Olimpiada de Filosofía de Asturias y de España. ¿Dónde queda entonces la pretendida adecuación entre la enseñanza y la demanda social?
En el último año de la enseñanza secundaria obligatoria las alumnas suelen tener 15 o 16 años, una edad perfecta para iniciarse en la reflexión filosófica. Y la forma más universal, más accesible y más necesaria para iniciarse en ella es la ética, la reflexión acerca de la acción, el bien y el mal, el deber, la felicidad, la justicia y otras ideas-problema que, sin abandonar su carácter problemático, han amueblado nuestra cultura desde sus comienzos. La filosofía y la ética enseñan a considerar todos estos conceptos como problemas, a aplicarles el escepticismo necesario para que una tenga que replantearse sus ideas, sus acciones, sus elecciones desde los fundamentos. Esto lo sabe cualquiera que ha leído en serio un libro de filosofía y es una experiencia que se repite cada vez que abrimos uno nuevo o que releemos uno que creíamos que ya habíamos entendido bien. También lo sabe quien se reúne con otras personas a discutir, como parece que hacía Sócrates en el ágora, y tiene que reconocer que aquello que creía saber en el fondo no lo sabe. La filosofía es un sano ejercicio de no saber absolutamente necesario para enfrentarse a cualquier tipo de conocimiento y de acción. ¿Vamos a dejar que nuestra juventud termine su enseñanza obligatoria sin haberse dado este baño de incertidumbre? ¿Sin que se entrene mínimamente en el examen de sí misma que según Sócrates hace a la vida digna de ser vivida? Es más: ¿con qué derecho vamos a permitir que solo aquellas que elijan los estudios universitarios tengan a su disposición una materia de filosofía que intente introducirlas en este laberinto? ¿No supone esto un cierto elitismo, cuando los problemas de los que estamos hablando pertenecen a cada cual y también al conjunto de todos? ¿Nos podemos permitir que los que opten por una vía profesional no se planteen las cuestiones éticas? ¿A qué nos conduciría todo esto?
Por otra parte, ¿es que solo algunas personas son dignas de la libertad de pensamiento? Porque la filosofía, más que crítica, consiste en ejercitar libremente el pensamiento, en librepensamiento. La filosofía consiste en cultivar la audacia de pensar por sí mismo, sin amos ni tutores. Esto hace que cualquiera que pretenda restarle importancia a la filosofía aparezca como sospechoso de querer erigirse en tutor utilizando precisamente la enseñanza como medio para entontecer a sus animales domésticos, como instrumento de control y encierro de la juventud, a la que, en lugar de a pensar por sí misma, hay que enseñarle a ocupar su puesto en la cadena, no ya productiva, sino de consumo-sumisión-emprendimiento.
Queda muy bonito hablar de filosofía en los ámbitos representativos mientras se la relega en las aulas o se la reserva solamente para algunos. Pero esta filosofía de titulares culturales es completamente inútil si no está apoyada por la humilde y callada tarea diaria de las aulas, en la que los sufridos profesores intentan sembrar en sus estudiantes el interés por los eternos problemas de la filosofía. La SAF, integrada en la Red Española de Filosofía, hace suyo el lema que estos días se está difundiendo por toda España: #ESOesFilosofía. Este día mundial de la filosofía nos pilla en plena defensa de la filosofía. Exigimos, simplemente un poco de coherencia. No hay cultura sin educación. El amor al saber, a la ciencia, a la justicia, que exigimos en todo el mundo y de los que no podemos prescindir no se improvisan ni se pueden adquirir de otra manera que en la lenta tarea de lectura, argumentación, discusión y confrontación de ideas en los que los profesores de filosofía entrenan a sus alumnos. Tenemos que defender la filosofía; sencillamente, no podemos permitirnos prescindir de ella?
Soledad G. Ferrer es presidenta de la Sociedad Asturiana de Filosofía