Urriellismo, el concepto del mundo de Gregorio y Pedro
Opinión
20 Sep 2021. Actualizado a las 05:00 h.
Gregorio Pérez y Pedro Pidal no tuvieron mucha suerte. Su gesta, su gesto y su concepto del mundo cayeron en el ostracismo casi total, pese a que bien podrían ser un extraordinario ejemplo para todos nosotros.
Casi nada sabemos de Gregorio y un poco más sabemos de Pedro. Tal vez en otro país o en otras latitudes serían héroes y sus enseñanzas estarían en los libros de texto o correrían como la pólvora por todos los rincones de internet. Tal vez el mundo, si Gregorio y Pedro hubiesen nacido ciento y pico años antes, sería urriellista y no alpinista. Pero en los Alpes se nos adelantaron.
Gregorio y Pedro, Pedro y Gregorio crearon el urriellismo, un nuevo concepto del mundo en el que la naturaleza es protagonista y en el que la Humanidad busca retos respetuosos con su medio, que la hacen sentirse más humana. Que la integran en el entorno sin estridencias, armonizada y consciente de su vulnerabilidad.
El «Urriellu team», formado por esta providencial conjunción asturleonesa, demostró que lo imposible a veces es posible. Que el coraje, la destreza, el pensamiento estratégico, la ilusión y la humildad no tienen edad, ni clase social, ni esclavitudes ideológicas o de otro tipo. Que se puede ser patriota incluso sin saberlo, y que hay que saber ser patriota.
El cainejo y el gijonés nos mostraron, en definitiva, que la necesidad es una aliada del conocimiento y de la superación. Y que los que tienen de todo no siempre son los que más lejos llegan. Abrieron la puerta a la protección y conservación de la naturaleza, y pusieron los Picos de Europa en el mapamundi de los sueños. Y un valor esencial: Jamás se «vinieron arriba» con su logro ni mercadearon con él.
A veces siento que, salvo entre montañeros y escaladores, y adoradores de los Picos de Europa, casi nadie sabe de ellos. Pero aún sin saberlo, nuestro mundo es, en cierto modo, urriellista. Cada mirada a los Picos, cada paso de senderista o de alpinista, cada cordada, cada cumbre anhelada o alcanzada, tiene un poco de la epigenética de Gregorio y de Pedro.
¡Cuántas veces pienso en cómo y cuándo se conocieron! O en cómo estudiaron y planearon la ascensión; de qué hablaron en la que sería la primera vía del coloso; en cómo lo celebraron o cómo lo compartieron con sus familias. O en cómo fue su relación después de aquella conquista. Para mí, ambos son dos fascinantes enigmas que jamás serán desvelados. Los conocí a través de la admiración que les profesaba mi padre, que desde muy niña me los ponía como ejemplo.
Mi padre, que arriesgaba su vida cada día en la mina, tenía un referente de orgullo patrio, de pasión, de superación y de inteligencia en aquel pastor de Caín y aquel ilustrado de Gijón, que un día se empeñaron en acariciar el cielo y lo consiguieron. Y así crecí con las enseñanzas de un urriellista convencido y confeso. Hagamos que cada vez más el mundo sea urriellista, y lo sea con verdadera conciencia y rotunda convicción.
Porque el urriellismo es idealismo puro, es ni más ni menos que una utopía con vocación de eternidad que un día nos legaron aquellos dos valientes de cuyo nombre y cuya gesta sí debemos acordarnos.