La Voz de Asturias

La libertad de las eléctricas

Opinión

Enrique del Teso

04 Sep 2021. Actualizado a las 05:00 h.

«Pero, entiendes, un banco o una compañía, no lo pueden hacer porque esos bichos no respiran aire, no comen carne. Respiran beneficios, se alimentan de los intereses del dinero». «El banco, el monstruo necesita obtener beneficios continuamente. No puede esperar, morirá. La renta debe pagarse. El monstruo muere cuando deja de crecer. No puede dejar de crecer». «El banco es algo más que hombres. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aun así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el monstruo». Así contaba John Steinbeck cómo se explicaban aquellos hombres de negro en los años treinta en EEUU, tras la Gran Depresión y durante el dust bowl que había destruido las cosechas.

En esta crisis nuestra de electricidad parece haber un monstruo sin personas responsables. Se habla de las eléctricas como si se hablara del pedrisco, de algo que nos arruina sin que tengamos a quién dirigirnos, como si un monstruo nos mordiese nuestras necesidades vitales porque respira beneficios como nosotros respiramos aire y si se ahoga él nos ahogaríamos todos. Aunque estemos sin resuello, todos tenemos que alimentar al monstruo. Eso nos dicen. No hay ni un nombre propio detrás de este desmadre tarifario. Nadie tiene la culpa de esas facturas indescifrables, nadie las puso ahí, como nadie puso ahí a los agujeros negros.

Todo el mundo da vueltas a qué está fallando como si estuviera fallando algo. Algunas crías de los canarios no reciben alimento de su madre. Cuando la madre asoma al nido con la comida en el pico, no todas las crías tienen la misma fuerza para levantar la cabeza. La que llega antes al pico materno no come su parte sino que lo come todo. Simplemente aprovecha una ventaja. Y el resultado de estar en ventaja siempre es el mismo. La próxima vez que llegue la madre con comida su ventaja será mayor, porque sus hermanos estarán aún más débiles por no haber comido, por lo que se lo comerá todo con más facilidad. Al final los demás morirán. El juego del Monopoly no es como el de tres en raya, que puede no acabar nunca. El del Monopoly siempre tiene un ganador, al final uno se queda con todo.

Desde luego, parece que las sociedades razonablemente libres se estructuran sobre una economía de mercado. Pero el mercado puro, el capitalismo sin corrección, lo que pretenden que creamos que es la libertad, no hace justicia entre competidores premiando al mejor ni provoca unos flujos de riqueza que acaban beneficiando a todo el mundo. El dinero se acumula donde ya hay dinero. Como con los canarios, gana el que está en ventaja y el resultado es que después tendrá más ventaja. El mercado ciego nunca reparte. Sin intervención, el que está abajo jamás remonta, la igualdad de oportunidades es inexistente. El mercado sin intervención perjudica a la mayoría y no beneficia al mérito. El capitalismo de amiguetes es una redundancia. No hay otro.

No está fallando nada. Ese es el sistema. El capitalismo sin intervención se llama neoliberalismo y no hay otro que el que nos está apagando la luz y quiere quitarnos el médico y diferenciar las escuelas a las que van unos y otros y sus respectivas oportunidades. Los polluelos que están en ventaja no buscan su ración ni siquiera la mejor ración. Lo quieren todo. Sin economía de mercado no hay democracia, pero con el mercado descarnado y sin intervención tampoco. Las eléctricas y otros monstruos se apoderan de los medios de comunicación ocupando sus consejos de administración, comprándolos o vendiendo la publicidad de la que dependen; presionan a los gobiernos desde los medios y los movimientos financieros; llenan de dinero a ex-ministros y ex-presidentes, de manera que los ministros y presidentes de cada momento saben lo agradecidos que pueden ser según cómo gestionen lo que les incumbe; financian a fuerzas políticas según su pelaje y les cambian el pelaje por la deuda contraída con ellos; condicionan los resultados electorales y buscan que las elecciones sean el pase infantil al que vamos todos para que después la oligarquía adulta tome las decisiones de verdad. Se lo decía a Aladín el malo de la película: la regla de oro es que quien tiene el oro hace la regla. Sin mercado no hay democracia, pero lo que hay con mercado sin intervención pública tampoco es democracia.

Nuestro sistema es cada vez más neoliberal y por eso quienes están en ventaja cada vez tienen más fácil emplear esa ventaja en tener más ventaja. Con las eléctricas no hay fallos, el sistema está funcionando tal y como es. Ni siquiera tienen que mostrarse, no hay nombres propios, es el monstruo. Incluso el Gobierno elegido (sí, Gobierno Legítimo) silencia el nombre de las compañías que nos roban delinquiendo, como si necesitaran delinquir para robarnos. La carencia en una necesidad básica y el deterioro en la situación laboral y personal pueden estar creando una indignación colectiva de mala clase. Es la indignación intransitiva, la que se cuece dentro de los sujetos y no se expresa en movilizaciones colectivas dotadas de dirección y sentido. Una población indignada y sin movilizar es una membrana delicada y permeable a todo tipo de impurezas. Los bulos (okupas, invasores aprovechados) circulan por esas membranas como la electricidad por un conductor y la frustración se proyecta más fácil contra el que se tiene al lado que contra el monstruo que no tiene nombres. La ultraderecha está en ello.

Sánchez está intentando escenificar triunfos colectivos (retirada de Afganistán, vacunación, fondos europeos…) que refuercen la necesidad psicológica que tiene la gente de dejar atrás una pesadilla y de intuir algo positivo por delante. Es una versión débil de cómo le hicieron la campaña a Ayuso. En política hay propaganda, eso no debe molestarnos. Pero este gobierno necesita algo más y algo más de lo que está dando. Sánchez debe entender que ser una derecha más educada y sensible que la derecha acaba percibiéndose como debilidad de carácter. El Gobierno necesita firmeza progresista, firmeza de transparencia y firmeza democrática. El Gobierno tiene que hablar alto y claro, aquí y sobre todo en la UE, de los impuestos de las rentas más altas, de los servicios públicos que financian, de los derechos que dependen de esos servicios públicos, de las tropelías fiscales permitidas y de que quien te promete bajar los impuestos te quiere quitar el médico y la pensión. Alto y claro. No puede ofrecer solo las réplicas neoliberales de Calviño a todas las medidas correctoras de ese mercado que acaba no siendo democracia. Tiene que dar pasos de transparencia, poner nombres propios al monstruo, explicar las torceduras del sistema que provocan estos abusos, detallar qué van a hacer para enfrentarlas y que notemos que entienden que para que todos seamos razonablemente libres no pueden ser desmedidamente libres unos pocos (recordemos que el sujeto más libre de la España contemporánea fue Franco).

Y el Gobierno tiene que mostrar firmeza democrática. La ministra Ribera fue socialmente poco empática al casi implorar empatía social a los nombres propios que se cobijan en el monstruo. La democracia exige que mande el Gobierno elegido y esa especie de gimoteo no es una señal de debilidad del Gobierno, sino de la democracia. Tenemos que percibir que el Gobierno lucha en la dirección correcta. Y no se está percibiendo. La incomodidad de Podemos está siendo tan intransitiva como la indignación de la población y tiene que equilibrar su impulso vago a movilizaciones con su responsabilidad de Gobierno. Alguien tiene que señalar, denunciar y dar sentido conjunto a la indignación colectiva contra la opacidad y por la reafirmación radical de la democracia. Hay asociaciones de consumidores, asociaciones ciudadanas, hay más Podemos que el Gobierno, más izquierda que Podemos, hay sindicatos. El monstruo tiene que tener alguna mala noche de sueño. Tiene que sentir que manda mucho, pero no tanto.


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