Relaciones no lineales en la violencia de género
Opinión
19 Jun 2021. Actualizado a las 05:00 h.
¿Qué tendrá que ver el cadáver de la pequeña Olivia con el estruendoso aplauso que se le brindó a Plácido Domingo, con los anatemas de la Iglesia contra la «ideología de género» o con esa contabilidad creativa que sitúa la causa de la pandemia en las manifestaciones del 8 M? Veremos que nada, que no tienen nada que ver, como nunca tuvo nada que ver que alguien se echase desodorante con que otros tuvieran cáncer de piel.
La primera dificultad para dejar de fumar es ponerse a ello. Es difícil por una razón: ningún cigarrillo produce cáncer, nunca pasa nada por fumar un cigarrillo más. Todo el mundo se lava las manos antes de comer, pero la mayoría no lo hace en los restaurantes. Y hay una razón: que no pasa nada; hoy nos lavaremos las manos antes de comer, pero no pasaría nada si no lo hiciéramos. Las materias humanísticas son para mucha gente inútiles. Y también hay una razón: que cualquiera de ellas (Fortunata y Jacinta, el barroco, la Guerra de Sucesión o el alcance de los cuantificadores) es un conocimiento tan inútil como lavarse las manos antes de comer. Hay un tipo de relaciones entre las cosas muy tramposo que se llama relaciones no lineales. Las relaciones lineales normales se ven fácil porque en ellas dos magnitudes se afectan una a otra de manera continua: al girar la rueda del volumen la radio se oye más fuerte, cuanto más fuerte pisemos el acelerador más rápido va el coche; cualquiera puede verlo.
Las relaciones no lineales, sin embargo, se establecen entre magnitudes que se afectan, pero no de manera continua: una magnitud aumenta sin afectar a la otra, hasta que alcanza un umbral y provoca un salto brusco en la otra magnitud. Era difícil ver que el gas de los desodorantes dañaba la capa de ozono, porque aumentaba ese gas en la atmósfera y al ozono no le pasaba nada. Hasta que la cantidad de gas alcanzó un umbral y la capa de ozono empezó a descomponerse. Hasta mediados del siglo XIX ni siquiera los médicos se lavaban las manos para operar. Es que la relación de la higiene con la enfermedad es no lineal: aumenta la suciedad sin que pase nada, y solo pasa cuando se alcanza un umbral. Con las humanidades pasa lo mismo. Su efecto útil en las capacidades (y felicidad) de los sujetos se alcanza por acumulación y superación de umbrales. Por supuesto que la lectura aislada de Campos de Castilla es inútil. Acumulando cigarrillos, descuidando sistemáticamente la higiene o sumando muchos desodorantes, vienen los problemas. Y solo acumulando conocimientos humanísticos a partir de cierto umbral suceden en las personas cambios interesantes y útiles. La trampa es la no linealidad. Los casos individuales no parecen tener nada que ver con el efecto conjunto.
Cuando se establece una relación no lineal entre las conductas y una desigualdad que afecta a la mitad de la población, hay que tomarse las cosas en serio. Y si el límite de esa desigualdad es una violencia que deja más de cien crímenes al año, debemos tratar el asunto como si murieran más de cien policías al año en atentados o como si murieran más de cien niños por una enfermedad determinada: como una emergencia nacional inaplazable. Tres fenómenos de criminalidad masiva tenemos mal asentadas en nuestra memoria: la dictadura, ETA y la violencia de género. Solo la última sigue acumulando cadáveres. Aquí no hay una banda organizada a la que haya que desarticular o un gobierno perverso al que haya que derrocar. La violencia es el límite más trágico de una caldera en la que bullen en desorden conductas graves de acosos y agresiones a mujeres, conductas de prejuicios y discriminaciones, reducciones persistentes a estereotipos sexistas, tanteos y tonteos cargantes, graciosadas ruidosas de rebaños de machitos, papanatismo lameculos a varones famosos acosadores, jueces prejuiciosos y un sinfín de refuerzos culturales en canciones, folclores, leyendas y en supuestas historias de amor. Machismo se llama esa caldera.
Más de cien mujeres al año asesinadas por ser mujeres es un fenómeno sistémico. El primer paso para enfrentar el terrorismo fue asumir que se trataba de un fenómeno violento con patrón que requería medios específicos. Si para cada asesinato de ETA la doctrina hubiera sido que el crimen es crimen y no tiene apellidos, que no es distinto un tiro en la nuca que cualquier otro asesinato y se hubiera diluido a las víctimas del terrorismo en la delincuencia general, ETA hubiera sido incontenible. Pero cuando se trata de los derechos de la mujer, extensas áreas de la población fingen no entender. Fingen que reconocer el fenómeno violento sistémico de la violencia de género es criminalizar a los varones o jerarquizar a las víctimas. Todos saben que su hija de 17 años volviendo a casa sola por la noche corre riesgos que su hermano no corre, sin más razón que ser una chica. Pero fingen que tipificar un tipo sistémico de violencia que afecta a las mujeres por ser mujeres es abrir una guerra de sexos. No lo creen, fingen. Es machismo burbujeando en la caldera del machismo.
Lo bueno de las relaciones no lineales es la inocencia de cada caso particular. Sé que ningún aerosol que me eche en el sobaco disolverá ninguna capa de ozono ni provocará cáncer en nadie. Quienes ovacionaron a Plácido Domingo expresamente por la situación que está pasando no lo ovacionan porque realmente crean que es inocente. Lo ovacionan por lo mismo que personajes de la farándula política y mediática apoyan a Juan Carlos I: porque creen que en su caso no importa, que con ellos debe haber otras consideraciones y reglas. Justo lo que creían ellos cuando hacían sus fechorías. La Iglesia llamó a la igualdad de la mujer ideología de género para poder predicar la desigualdad como si estuviera enfrentándose a una ideología radical.
La etiqueta es tan estúpida como si llamáramos ideología racial a cualquier alegato contra el racismo. Asoció en sus homilías la ideología de género con la «cultura de la muerte» y llama adoctrinamiento a los valores de igualdad que se intentan inculcar en las escuelas, Constitución en mano. La derecha condena pero culebrea y diluye la violencia machista en cuanto puede. La última fue Ayuso en su discurso de investidura, bien hermanado con Vox (por cierto, ¿solo Ignacio Escolar se dio cuenta de que exigir 10 años de empadronamiento para recibir ayudas por maternidad es un eufemismo, la única forma legal de asegurarse de que no lleguen subvenciones a esas mujeres que pagan impuestos, pero que son extranjeras de piel oscura?).
Ni obispos, ni derechas, ni aplausos al tenor, ni vaciles coñazos mataron a nadie ni fueron causa de la muerte de nadie. Pero la acumulación de todo ello alcanza umbrales que provocan la muerte sistemática de mujeres. Nadie puede fingir no entender que hay que atajar todas las conductas machistas, aunque sean tan inocuas como cada cigarrillo en particular, para que el crimen machista no tenga terreno fértil en el que crecer. Y atajar implica señalar y denunciar; denunciar las diatribas sexistas de la Iglesia; señalar a quienes ovacionan y preguntarles si realmente creen en la inocencia de un posible agresor o lo que creen es que no es para tanto; denunciar a la derecha por su tibieza mal disimulada; denunciar a la extrema derecha por la manera repugnante en que se pone del lado del crimen; y denunciar todos los ataques a programas de coeducación y a toda la estructura institucional destinada a prevenir y atajar la violencia de género. No olviden que los derechos no se ejercen solo porque haya leyes que los reconozcan, sino porque hay servicios públicos que realizan las actuaciones en las que consisten esos derechos. La extrema derecha ataca los derechos atacando los servicios públicos y llamando privilegiados o vividores a sus profesionales. Que no lo olvide nadie cuando se haga el recuento de muertas. Y al que crea que relacionar machismos más leves o más graves con esos crímenes es exageración o manía persecutoria solo podemos darle la razón. Es cierto que no pasa nada por no lavarse las manos hoy ni por fumar el próximo cigarrillo.