La Voz de Asturias

El radar Covid y el temor digital

Opinión

Gaspar Llamazares Redacción Miguel Souto Redacción
Una persona hace uso desde su teléfono móvil de la aplicación móvil que desarrolla el Gobierno de rastreo Radar COVID

08 Feb 2021. Actualizado a las 05:00 h.

Sí ha habido un tema que ha dado mucho de sí en esta pandemia, ese ha sido el de la digitalización. No es nuevo, es cierto, pero se ha visto enormemente acelerado por el aislamiento obligado debido al confinamiento y por la consiguiente necesidad de utilizar las nuevas tecnologías en ámbitos tan esenciales como la salud, la educación, el trabajo o el ocio.

Con ello hemos visto sus potencialidades, pero también se han puesto en evidencia las diferentes brechas digitales, que remiten en última instancia a la ampliación de unas desigualdades que tampoco son nuevas, sino que recientemente, con la globalización neoliberal, se han visto ampliadas hasta la obscenidad.

Por destacar lo positivo, en esta pandemia, en particular en la sanidad y la salud pública han aparecido nuevas posibilidades con la digitalización y se anuncian otras tantas de la mano de la robotización y la inteligencia digital. Sin embargo, también aquí se puede errar por exceso.

Así, los propagandistas de la aplicación Radar Covid daban por hecho que, al descargarla en nuestro teléfono, poco menos que nos haríamos inmunes -como decía el viejo proverbio galego, «chegar e encher»-, lo que como se demostró era un error de perspectiva, condicionado sin duda por el ejemplo asiático de control digital en la pandemia y el ensayo de La Gomera que en ese momento se dijo que duplicaba la capacidad de rastreo del método manual. Lo mismo ha ocurrido con los test, que, según la moda en cada fase de la pandemia, también han adquirido el carácter de panacea.

Al final, toda la experiencia del radar covid se ha quedado en casi nada, y decimos casi porque eso depende mucho de la salud pública y la capacidad de rastreo de cada Comunidad Autónoma. Y, dado que las explicaciones que se ofrecen sobre esto han sido parcas, cuando no rozan el absurdo, conviene abrir una reflexión al respecto.

Siempre se dice que hay una línea fina que separa los deseos con la realidad, lo que realmente ha pasado y lo que pudo ser. Pero en este caso la línea no ha sido tan fina. Tampoco está claro bajo qué condiciones fue cambiando la disposición de la línea, ni la lejanía o proximidad de la misma, ni cómo cambió según las circunstancias. En cualquier caso, para empezar, hay algo que debemos aclarar: no se trata de rechazar el uso de la app en absoluto sino de valorar su resultado y remover los obstáculos para mejorar su cobertura y con ello su eficacia en ésta o en futuras pandemias.

Se trata, de que no hay que utilizar estas apps si lo que se pretende con ello, una vez más, es no desarrollar el sistema de salud ni contratar o habilitar el personal necesario para hacer rastreos, controles y aislamientos en la atención primaria y sociosanitaria, como se ha demostrado desde el final de la desescalada y el inicio de la mal llamada nueva normalidad. Se trata, también, de que las apps no son la panacea, sino que son, o pueden ser, simplemente un medio auxiliar más. Nada más, pero nada menos.

Por eso consideramos, además, que, en determinados aspectos, los escasos artículos que se han publicado sobre el tema no ayudan al mencionado análisis. Después de echarle la culpa al gobierno o a las CCAA y darle siempre la razón al diseño de la empresa, solo dedican unas pocas líneas al hecho de que estas aplicaciones informáticas no solo han fracasado en España, sino prácticamente en toda Europa e, incluso, más allá. Y todo esto se ha dado, y es significativo, a pesar de los tiempos que corren, de individualismo exacerbado, propicios a la conectividad tecnológica y a las relaciones en lata. En este caso la psicopolitica de la seducción ha perdido la batalla frente al temor a la biopolítica de la coacción, en los conocidos términos del filósofo Byung Chul Han.

No es como el último gran debate de la pandemia, el debate de la industria farmacéutica y el mercadeo con las vacunas, en detrimento de la ansiada inmunidad de grupo y del derecho universal a la salud: investigación pública y subvencionada, precio libre y mercado universal solo para países ricos. Ni tampoco como el debate de la eficacia de las vacunas, que ha dejado paso a la bioética, y que una vez definidos los grupos prioritarios más vulnerables. Sin embargo, la esperada polémica sobre la obligatoriedad y la voluntariedad se ha visto atenuada con el incremento de la adhesión ciudadana. Da toda la impresión de que éste será sustituido en el próximo futuro por los llamados carnets o pasaportes serológicos. La discriminación, pues, no en ausencia de obligatoriedad, en primer lugar, en el sector sanitario y residencial, pero después con toda seguridad en el sector productivo y en los espectáculos públicos. Al tiempo.

También continuará en el futuro la utilización de las respectivas vacunas como logro nacional y como arma geoestratégica.

Este del radar covid es un debate más sutil, en el que por cierto, salvo en los países asiáticos, que tienen una mentalidad disciplinada y en más de un caso autoritaria, que les viene del confucianismo, y ya adoptaron en algunos casos medidas tecnológicas muy intrusivas y tienen, además, experiencias previas de pandemias y de planes de contingencia con respuesta colectiva, sin embargo, en la mayoría de los países occidentales, la utilidad de los medios digitales para rastreo no llegó a un mínimo de adhesión de los ciudadanos. Primero en la instalación del radar, que ha sido en general minoritaria y mucho más baja del umbral de efectividad, y luego en la comunicación de los contactos que ha sido aún menor y que sólo ha servido en aquellas CCAA con un buen sistema de rastreo. Al final, menos del 15% de los ciudadanos la han instalado en España y al parecer sólo ha rastreado al 2% de los contactos.

Está claro que los países asiáticos han apostado por la vigilancia digital dentro de su estrategia de erradicación y eliminación del virus. Y también está claro que, a pesar del esfuerzo en la descentralización y la anonimizacion de los dispositivos mediante el bluetooth, en los países occidentales sigue operando la primacía de los derechos individuales y dentro de ellos de la protección de la intimidad y los datos personales en el ámbito de la salud, y por tanto el prejuicio frente a todo tipo de control digital.

De modo que el último esfuerzo, realizado por la UE a final de 2019 para rescatar el radar covid generando una suerte de red europea de apps, incluso con la garantía de la exigente normativa europea para que no fuesen invasivas desde el punto de vista de la privacidad, tampoco ha funcionado, al menos hasta el momento. Llama la atención la profunda contradicción que supone está resistencia al control para una finalidad como la salud, frente a la facilidad con que cedemos nuestros datos, sin contrapartida alguna, en las redes sociales o en el comercio digital.

En conclusión, no podemos negar que las nuevas tecnologías han sido útiles durante la pandemia, pero tampoco podemos olvidar que otras como el radar covid no han cumplido con las expectativas, y algo tendrá que ver con que en determinadas manos también se han vuelto una amenaza para las democracias y las libertades de los ciudadanos (solo en China hay más de 200 millones de cámaras de vigilancia). Un buen número de ensayistas, entre los que se encuentran el mencionado Byung-Chul Han y también Mariana Mazzucato, han alertado del poder del procesado del big data en manos de las grandes corporaciones, no solo como un negocio, sino también para el control de la población, de sus gustos y preferencias. De hecho, se ha abierto el debate ya no solo sobre el carácter privado, sino también sobre su naturaleza de bien público a proteger, de los datos personales de los ciudadanos.

En todo caso, desde una perspectiva de pandemia y salud pública, que era de lo que se trataba, lo esencial es que se pongan los medios adecuados para reducir los contagios en concreto en salud pública y atención primaria para la detección, el rastreo y en su caso aislamiento, así como la distancia social, mascarillas y ahora las vacunas. Así como la mejora en los tratamientos de la enfermedad. Y por supuesto, pero complementariamente el radar digital. No hay razón para el temor ni para la panacea.


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