La Voz de Asturias

General, tenga a «bien» fusilarme a mí también

Opinión

Eduardo García Morán
El helicóptero Super Puma del Ejército del Aire con los restos del dictador despega del Valle de los Caídos el pasado 24 de octubre

04 Dec 2020. Actualizado a las 05:00 h.

Como usted nada sabe de mí, general (oh, general) Francisco Beca, esperanza tengo de que algún uniformado fan del «irrepetible» (FFB, que Dios tenga en su Infernal Gloria) ponga su vista en estas líneas y se las haga visibles. Porque, entonces, podrá incluirme en la lista de los 26 millones de «rojos» que quiere fusilar por la salud del cuerpo de la Patria.

Aunque no se me debe catalogar exactamente como rojo, porque no soy comunista de acción y perturban mi sistema nervioso el dúo Iglesias-Montero y su círculo bolchevique, sí que abomino del Generalísimo General del 36, en efecto irrepetible en cuanto a crueldad y horror en el XX hispano. Además, soy constitucionalista, y de un modo tal que la Carta Magna es mi Biblia.

En este sentido, general Beca, no tenga en cuenta (para no fusilarme) que abomino de los nazis de los Países Catalanes (un desvarío que casa con su sordidez) y de los vascos y navarros, donde también habitan violentos aberchales. No lo tenga en cuenta porque mi abominación no está asentada en la Idea de Patria, que apátrida soy y al Espíritu Santo gracias doy por esta iluminación, sino porque, desde el fascismo grosero y los radicales que radicales hostias que dan (Alsasua, etcétera) y vítores repulsivos a los etarras cuando les abren las reja, anida el insolidario egoísmo de las clases cómodamente acomodadas que, amparándose en masas de individuos adocenadas en identidades tribales y, consiguientemente, odios, buscan ser señores con los vasallos a sus pies jurándoles fidelidad, a poder ser sobre los Evangelios o alguna reliquia que milagrosamente aparezca de la noche a la mañana de La Moreneta bajo una baldosa del monasterio de Montserrat o de san Ignacio de Loyola en un caserío montuno.

Réstame solo corregirle, general Beca, en un detalle sin mayor transcendencia, al menos de balancearlo con un número de fusilamientos a lo Stalin-Hitler. La corrección es que los 26 millones no somos unos «hijos de puta» (y quien lo sea, ¿qué sabe usted de las putas circunstancias por las que pasó su madre, muy a menudo propiciadas por el padre?). Sin embargo, sé que el agravio que nos ha espetado no guarda relación con las prácticas sexuales de nuestras madres; guarda relación con la potencia de la ofensa, que es en nuestra cultura la más alta, a la manera de como lo es en la musulmana el insulto «perro». Establecido esto, y en este segundo sentido, yo le llamo a usted perro e hijo de puta.


Comentar