La Voz de Asturias

La rebelión de la periferia: la batalla que ya está aquí

Opinión

Eduardo Bayón

04 Feb 2020. Actualizado a las 05:00 h.

El resultado electoral de Teruel Existe, las protestas del sector olivarero en Jaén o los disturbios protagonizados por agricultores extremeños en Don Benito, son todas ellas caras de la misma moneda. El malestar en los territorios periféricos de las grandes urbes metropolitanas se viene gestando desde hace tiempo, pese a la sorpresa generalizada con las que se ha acogido su estallido.

Las zonas agrarias y ganaderas están sufriendo lo mismo que en su día padecieron los obreros con la desindustrialización. En un tiempo en el que la polarización del empleo es la regla general de nuestros mercados laborales, en el que por un lado, existen grupos profesionales muy bien remunerados (como por ejemplo, los vinculados a las grandes tecnológicas) y por otro, empleos precarios, inestables y mal remunerados.

El geógrafo francés Christophe Guilluy afirma en su obra «No society. El fin de la clase media occidental» que sobre las ruinas de la clase media occidental —la cual se encuentra en proceso de extinción— conducido por categorías que ayer estaban social o culturalmente enfrentadas, pero que hoy comparten la misma percepción de la globalización, ha emergido el mundo de las periferias. Apartados de las grandes metrópolis, sin conciencia de clase, esos obreros, empleados, campesinos, trabajadores independientes, representan en el conjunto de los países desarrollados un potencial mayoritario a los que asola una doble inseguridad: una social, vinculada a los efectos socioeconómicos, y otra, cultural, vinculada a la sociedad multicultural.

Asistimos así a una recomposición de las clases sociales, especialmente la trabajadora, que hoy en día, sin conciencia de pertenencia a la misma, tienen como denominador común la percepción de los efectos de la globalización, los cuales consideran que les convierte en «perdedores» del modelo económico imperante. De esta forma, tenemos a trabajadores, empleados y agricultores que comparten precariedad, incertidumbre, expectativas frustradas y una relegación territorial y cultural que confluyen en sus demandas sociales y, también, en muchas ocasiones en su voto a formaciones populistas.

Por su parte, la relegación territorial tiene una consecuencia directa que supone que estas clases populares no vivan en lugares donde se crea empleo, al contrario de lo que ocurre en las grandes ciudades. Se genera así otra dificultad añadida que supone la imposibilidad, incluso, de acceder fácilmente a empleos precarios, a diferencia de las grandes urbes donde la rotación en este tipo de empleos es más viable.

Esta periferia que no es solo la de territorios rurales, lo son también ciudades de tamaño medio, capitales de provincia y regiones (como Asturias o Extremadura) que viven desde hace décadas en una decadencia continua, sin perspectiva de futuro y que ven como cada año su población activa decrece y emigra hacia esas "aspiradoras" en las que se han convertido las grandes metrópolis como Madrid o Barcelona.

Las respuestas hacia las posiciones de la periferia se han basado de forma recurrente en un desprecio continuado. Así, el escepticismo de los obreros frente al modelo globalizado y la construcción europea se ha traducido en considerar a estos como ignorantes que se resisten al progreso. De la misma forma, la demanda de regulación era contemplada como una señal de repliegue identitario. Ejemplo de ello son las explicaciones que en reiteradas ocasiones se dan respecto a los resultados electorales de opciones populistas, especialmente las relativas a la ultraderecha, o en votaciones como la del Brexit, cuestión directamente relacionada con la demanda de regulación y de «tomar el control» —lema de campaña de la opción del Brexit—. La esfera dominante usa esta postergación cultural para acelerar el proceso de marginalización y exclusión intelectual de la antigua clase media occidental.

En el caso de las recientes protestas agrarias en España las respuestas en esta dirección no se han hecho esperar. Acusaciones de que las protestas están promovidas por los terratenientes y por la derecha, son acompañadas por afirmaciones de que reciben cuantiosas subvenciones que recuerdan a las quejas que en su día se vertían contra los subsidios de las zonas mineras o metalúrgicas, mientras sufrían una desindustrialización masiva que era sustituida por la precarización de los puestos de trabajo alternativos.

Por último, esta reconfiguración social se está traduciendo en cambios políticos. La fractura generacional del voto, sumada a la de periferia/ciudad, proseguirán aumentando por el peso que va a desempeñar el eje proteccionismo/globalismo, el cual aún no ha sido explotado por ningún partido español.


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