Sonría a la cámara (en el Antiguo)
Opinión
24 Sep 2019. Actualizado a las 05:00 h.
A las primeras de cambio, el gobierno municipal de Oviedo nos ha enseñado una de las caras que -el manual manda- se espera de un ejecutivo de derechas. Tras un acontecimiento grave (aunque, por fortuna, no se llevó la vida de nadie por delante) consistente en el apuñalamiento del portero de un local de copas a manos de un menor, se apresuraron a plantear, como solución, la que el guión de su forma de entender los problemas impone: llenar el casco antiguo de cámaras de seguridad. De poco sirve recordar que una de las grandes ventajas de Oviedo es el bajo nivel de delitos, resaltar el carácter aislado del crimen, reconocer la razonable convivencia ciudadana y valorar la percepción alta de seguridad que tienen los ovetenses. Tampoco servirá apuntar que la eficacia disuasoria de esos sistemas es limitada, que requieren un nivel de control de las grabaciones no precisamente sencillo y que no es ninguna panacea en la prevención y persecución del delito. Fuera complejos, es el momento de sumarse a la agenda securitaria en boga y apuntarse a la videovigilancia masiva e indiscriminada.
Así que, aquí tenemos, en nuestro pequeño universo local, uno de los debates de nuestro tiempo. La ponderación entre nuestro derecho a no sentirnos vigilados, a no ser considerados sospechosos potenciales por el hecho de deambular por las calles, a que la maquinaria del Estado -en su vertiente local- se fíe siquiera una pizquita de nosotros, frente al prometido incremento de nuestra seguridad, para contener nuestros temores, justificados o inducidos. El debate lo tienen ganado de antemano los partidarios de la renuncia a los derechos en favor del control, porque todo, absolutamente todo, conspira en nuestros tiempos contra la esfera personal de la intimidad y la propia imagen y, de paso, contra cualquier confianza en no resultar dañado por el «otro», extraño y amenazante. No debe sorprendernos; nos bombardean continuamente con el relato de sucesos convenientemente acondicionados para el infotainment y nos inundan con reclamos imperiosos para que -a menos que seas un descerebrado que no proteges a los tuyos- blindes tu puerta, instales una alarma en tu casa y te cuides del peligro que acecha… y menos mal que no tenemos una segunda enmienda constitucional que nos permita portar armas al estilo americano, porque, sin duda, nos las colocarían.
Sí cabría, sin embargo, poner énfasis en las muchas alternativas a disposición para mejorar la seguridad y la convivencia. Parece que, al menos, se van a ejecutar las ofertas públicas de empleo aprobadas por el anterior gobierno de izquierdas (44 plazas de policía local) y que contaron, entonces, con el rechazo de quienes ahora dirigen el Ayuntamiento. Pero se necesitará más personal si se quiere cubrir las jubilaciones anunciadas y las acuciantes necesidades estructurales de plantilla. Vendría bien, en todo caso, no reducirlo todo a una visión parcial que, además, sobredimensiona los problemas de seguridad y sólo reacciona por impulsos cada vez que hay algún suceso de este tipo (es inevitable el déjà vu con otros episodios del pasado, el más grave el atropello múltiple de 2002 en la calle Mon). Algunas derivadas de esa manera fragmentaria de ver las cosas fueron, de hecho, decisiones radicalmente torcidas, como acabar impidiendo los conciertos en vivo, restricción que, teóricamente, aún persiste (alternada con etapas de bendita tolerancia).
Tampoco estaría de más llevar a la práctica esa política, tantas veces anunciada y tan pocas veces ejecutada, de diversificación de la actividad y mejora del espacio urbano en el casco antiguo; empezando por el martillo de Santa Ana, que está pidiendo a gritos una iniciativa púbica con suficiente determinación (expropiación mediante, si es necesario) para acabar con años de abandono e infografías que no llegan a nada. Y, siguiendo con la lista de deseos, que se haga cumplir de una vez por todas la obligación legal de conservación de inmuebles en materia de seguridad, salubridad y ornato, que no es tanto pedir (¿cómo nos acostumbramos, durante tanto tiempo, al horror de la Casa de los Llanes, en la Plaza de la Catedral, hasta el punto de asumirlo como parte del paisaje?).
Para que la proliferación de cámaras no se convierta en una realidad, sólo nos cabe albergar, paradójicamente, la esperanza en la ineficacia pública en la gestión municipal (lo siento, pero este Ayuntamiento hay muchas cosas que no es capaz de sacar adelante, ahora y antes). Eso o que a alguien, en un ataque de lucidez, se le ocurra releer el artículo 22 de la Ley Orgánica 3/2018, de Protección de Datos Personales, que dice algo tan elemental como que la captación de imágenes en la vía pública sólo se puede realizar en la medida en que resulte imprescindible para preservar la seguridad de las personas y bienes. En el caso de nuestro Oviedín, que no es el Bronx de Scorsese, ¿de verdad es imprescindible?