Luis José de Ávila, el último mohicano
Opinión
23 Sep 2019. Actualizado a las 09:40 h.
Conocí a Ávila siendo una niña, cuando fui con mi madre y mi hermano Javier a buscar a mi padre a una celebración del día del jubilao, en la bolera de Casa Faustino, al lado del Pozo Pumarabule. Y resulta que unas horas después de conocer su fallecimiento, estoy escribiendo estas líneas a pocos metros de donde vi a Luis José por primera vez.
Con el tiempo, la vida fue pasando, y aquel periodista, aquel cronista excepcional de la Asturias y la España de su tiempo, llegó a ser uno de mis referentes profesionales y un buen amigo.
Una de las cualidades que más valoré siempre en Ávila fue su sencillez y su cercanía. Era todo lo contrario al típico periodista divo y engolado. Extrovertido y con una inteligente y muy asturiana ironía, Ávila tenía un olfato excepcional para la información, para localizar las mejores fuentes y saber beber de ellas sin abusar.
Y por supuesto, tenía una habilidad especial para localizar el talento, y para disfrutar del talento de los demás, sin envidiar, desde la profunda convicción de que la valía ajena era el mejor entorno para enriquecer la suya, y para mejorar la realidad.
Luis José de Ávila encarnó de manera equilibrada y discreta el periodista de raza, vorazmente vocacional, que supo desde muy joven que para ser un profesional de verdad hay que combinar en acertada proporción la calle y la redacción, los libros y las tertulias, los círculos de poder y el sufrido pueblo llano.
Para Ávila, nadie era más que nadie, y así te lo hacía notar en cada gesto, en cada acción.
Recuerdo con cierta nostalgia y tristeza los buenos momentos vividos, y las lecciones recibidas de él y de su inseparable amigo Vélez. Juntos formaron uno de los más enjundiosos dúos periodísticos que dio la historia de la profesión en esta Asturias, que ha sido y es una de las más excepcionales canteras de escritores y periodistas de toda la Península Ibérica.
Ávila nunca se retiró del campo de batalla informativo. Era una especie de Pelayo en una reconquista constante e infinita, que retrataba Asturias con dignidad y valentía, traspasando todas las fronteras.
Me lo dijo Rodolfo Sánchez en el tanatorio: «Se nos va el último mohicano, Esther», y en ese momento una fina daga de melancolía traspasó mi corazón. Efectivamente con Luis José de Ávila se va el último gran maestro de toda una generación, que fue capaz de hacer un periodismo sin complejos, a pesar de estar en una tierra periférica. Una generación que le echó coraje e imaginación a la censura, que surfeó con valentía la transición española, que padeció el desmantelamiento brutal de Asturias, y que nunca perdió la ilusión por pensar, por escribir, por compartir, y en definitiva por contar miles de historias, sin las que no seríamos como somos.