El caso Alcàsser y los sanos hijos del patriarcado
Opinión
20 Jun 2019. Actualizado a las 12:13 h.
Hay en la serie documental de Netflix El caso Alcàsser, creo, un trozo de la historia de España, pues la historia de un país es también la de los crímenes de sus habitantes. El asesinato de las tres adolescentes se analiza con el prisma de nuestros tiempos o los que toquen desde 1992, si bien, y pese a los notables esfuerzos de los artífices de la delirante teoría de la conspiración, los hechos son los que son, los que fueron, y ningún análisis puede cambiar la realidad. Quizá por eso se me atragantaron bastante los últimos minutos de la serie, en los que se establece una absurda teleología, pretendiendo hacer creer, tal vez, que existe un hilo conductor entre aquellos crímenes y las manifestaciones y huelgas feministas del 8 de marzo de los últimos años. Ese hilo no existe, por más que se empeñen. Pero, en fin, salvo alguna cosa más que encuentro discutible, el documental analiza asépticamente los sucesos y desmonta con contundencia el trajín de la teoría conspirativa hasta dejarla herida de muerte.
El estreno de la serie ha resucitado teorías sociológicas planteadas el año pasado. A cualquier cosa se le llama teoría hoy, vale, pero esta semana leí varias entrevistas a la autora del libro Microfísica sexista del poder: el caso Alcàsser y la construcción del terror sexual, que establece una narrativa, que es la forma fina que se utiliza hoy para justificar teleologías varias, según la cual el asesinato de las tres chicas y su posterior tratamiento en los medios perseguía un fin concreto: coartar de alguna manera a las mujeres y restringir su libertad. La autora habla de otros crímenes posteriores, alguno de ellos separado varias décadas de lo de Alcàsser y otros un siglo, como los cometidos por Jack el Destripador, pues como es público y notorio, la Inglaterra victoriana y la Valencia de 1992 tienen mucho en común, y asegura que lo de Alcàsser no fue un hecho aislado. Cum hoc ergo propter hoc.
Decía una amiga en su cuenta de Twitter el otro día que si tienes el mismo argumento para explicar una cosa y la contraria, igual no estás explicando mucho. Reducir todo al patriarcado lleva de forma inevitable a afirmar sin problema alguno que Antonio Anglés y Miguel Ricart son sanos hijos del mismo. Esto, a poco que observes, es absolutamente falso.
Antonio Anglés y Miguel Ricart están muy lejos de ser hijos sanos de alguien o algo. Ambos tenían antecedentes, el primero fue camello del segundo, y este se fue a vivir una temporada con el primero precisamente porque le conocía de comprarle drogas. Robaban juntos, ellos dos y en ocasiones un hermano de Antonio, Roberto. En el momento de los hechos, Anglés estaba huido de la justicia. El volante médico encontrado cerca de los cadáveres de las chicas estaba a nombre de uno de sus hermanos, Enrique, y Antonio utilizaba esa identidad para ir al médico precisamente porque estaba ocultándose de la justicia y no podía dar el suyo.
Tanto Anglés como Ricart eran violentos y sádicos. Ambos vivían en los márgenes de la sociedad y al margen de la ley. Esto es así, guste o no. No eran aceptados ni en sus propias casas. No eran sanos, eran politoxicómanos, camellos y atracadores. No eran normalidad alguna, ni lo fueron nunca, y no estaban integrados en ningún sitio.
El periodista Juan Ignacio Blanco, artífice de la teoría de la conspiración, incurrió como tantos otros en un machismo repugnante que le llevó a determinar cuál de las chicas asesinadas era la más bella, en riguroso directo televisivo en el programa de Pepe Navarro y sin que mediara vergüenza alguna. También habló de rituales satánicos en una trama organizada de secuestro, abuso y asesinatos de menores por parte de personas adineradas, un recurso clasista de quienes creen que los pobres somos tontos incapaces de perpetrar semejantes maldades, como si no fuéramos todos de la misma especie, pero que, lejos de ser una hipótesis original, es simplemente la internacionalización de los bulos estadounidenses de los años ochenta que desembocaron en el pánico moral del Abuso Ritual Satánico, ARS. Esta importación también desembocó aquí en el caso Bar España que estos días ha llevado a declarar a antiguos y actuales cargos políticos en el juicio contra sus difamadores, quienes tienen un claro precedente en las teorías de Juan Ignacio Blanco sobre Alcàsser. Los divulgadores de bulos del Bar España se mueven en círculos políticos de extrema derecha, y el propio Blanco y su en aquellos tiempos inseparable Fernando García dieron charlas en sedes de partidos de extrema derecha.
Cada ideólogo, cada activista, cada persona se pregunta cómo pudo ocurrir el triple crimen de Alcàsser y cada uno tiene la solución para evitar que vuelva a ocurrir. Es difícil asumir la realidad: que hay gente mala, capaz de hacer eso y cosas peores sin ningún problema de conciencia. Es fácil buscar un factor externo, algo que sirvió de interruptor y que está oculto, y creer que con solo encontrarlo podremos apagarlo para que estas cosas terribles dejen de suceder. Cada uno busca su interruptor para todo, pero en demasiadas ocasiones, hay uno diferente para cada crimen. No sirven teleologías ni holismos que nos pretendan explicar lo que sucede. La realidad es compleja, y la maldad, a veces, es indistinguible de la estupidez.