Una línea de silencio y libertad por los mártires de La Bornaina
Opinión
29 Apr 2019. Actualizado a las 05:00 h.
Sucedió un 28 de julio de 1938 en Asturias. Más concretamente, en la mina La Bornaina, en el Valle de Carrocera. Cuentan algunos que lucía el sol en el entorno de aquella mina, sumida en la frondosidad del bosque. Oliva Zafa Castillo tenía 23 años; Aquilino Suárez Fernández tenía 25 años; Cándido Fernández Montes tenía 22 años; Francisco Fernández Nava tenía 31 años; Vicente Roces Menéndez tenía 36 años; Jamino Fernández Suárez tenía 26 años; Amalio Fernández Rodríguez tenía 22 años, y José García Iglesias tenía 24 años.
De los ocho mártires de La Bornaina todos eran solteros, excepto Oliva, Francisco y Vicente. Y todos eran muy jóvenes. Hace 80 años que fueron ejecutados a sangre fría y con la infinita vileza que puede generar la naturaleza humana. Fueron ejecutados de manera cobarde, brutal y sin piedad. Y sus muertes pudieron haberse evitado. No murieron en combate, ni murieron atacando a ningún objetivo enemigo.
Su único delito fue esconderse para evitar la tragedia que lamentablemente terminaría consumándose aquella soleada mañana del verano asturiano de 1938. De los 8 mártires de La Bornaina, 7 eran mineros y Oliva era la viuda de Laureano Argüelles Felgueroso, alcalde de Piloña, que poco tiempo antes de los luctuosos hechos de La Bornaina, había sido asesinado. Todos eran socialistas.
Oliva había llegado al Valle de Carrocera con su bebé de pocos meses buscando el amparo de unos familiares, para salvar la vida del pequeño, a sabiendas de que la suya podía estar sentenciada de muerte. Y así fue: salvó la vida de su hijo. La masacre de La Bornaina podría ser una más de las muchas de la mal denominada Guerra Civil Española, que en ocasiones, más que una contienda o un combate, fue una arbitraria carnicería orquestada desde los sentimientos de venganza, envidia o crueldad de aquellos que se sumaban al carro de una victoria teñida de sangre, que jamás resolvió los problemas sociales y políticos de España, y que fue un episodio execrable y estéril.
Pero resulta que la masacre de La Bornaina, por avatares impredecibles de la vida, no cayó en el olvido, como la de tantas fosas comunes y cunetas, que aparecen en nuestra conciencia civil y cívica cada dos por tres, como una especie de mal sueño o de maldición eterna. A mí me ponen la piel de gallina algunos datos de esta negra crónica de mi Asturias del alma: los mártires de La Bornaina fueron delatados por sus vecinos «de puerta con puerta», que no contentos con desvelar su escondite, presionaron y exigieron a la guardia que los ejecutase.
Contra todo pronóstico de honor, de patria y de Dios, la guardia negoció con ellos y dio su palabra de perdonarles la vida. Cuando los jóvenes accedieron a salir de la mina, les dieron unos bocadillos y unas onzas de chocolate, y justo cuando estaban reponiendo fuerzas y confiando en la palabra de sus captores, estos formaron y a traición, los acribillaron a balazos. Han pasado ochenta años y durante muchas décadas, los familiares de los mártires tuvieron que convivir a diario con los verdugos de aquellos 8 jóvenes que fueron asesinados por sus convicciones.
Por cierto, La Bornaina no cayó en el olvido porque algunos familiares de los allí yacentes, han cuidado y cuidan de ellos y de aquel lugar, como si de un templo de la memoria y la dignidad se tratase. Todo un ejemplo a seguir, para que los miles de muertos de nuestras cunetas dejen de pedirnos amor y justicia en nuestros malditos sueños cotidianos.