La catedral asturleonesa en llamas
Opinión
17 Apr 2019. Actualizado a las 01:56 h.
Vemos quemarse Notre Dame. Y lo vemos con la tristeza que sentimos todos los que nos sentimos europeos. También con la tristeza de los que fuimos algún día -aunque sólo sea un año, un mes o un fin de semana- parisinos. Conmueve pensar que una iglesia que para muchos es sólo el decorado de la foto turística de rigor, pueda ser durante unas horas algo que forma parte de todos nosotros. Aún al precio de las lágrimas vertidas por lo que se quema y por lo que se pierde.
Afortunadamente, en Notre Dame, nadie dirá que «¿quieres reconstruir Notre Dame? ¿Por qué no te centras en cosas más importantes como la educación o la sanidad«». Tampoco, que yo sepa, se prevé que nadie vaya a decir que «nada de reconstruirlo, eso sería hacer una catedral artificial, no como la que hubo toda la vida durante siglos» o un «da igual Notre Dame, Notre Dame es algo local y paleto, lo universal es el fuego» o «Notre Dame tuvo su tiempo, que es la edad media, ahora lo que deberíamos hacer allí son edificios modernos». Ni siquiera nadie dirá: «»A mí me parece bien que esté Notre Dame, e incluso que la reconstruyan, pero que no me obliguen a estudiarla en Historia del Arte ni tampoco que me la hagan pagar con mis impuestos». Tampoco, seguro que estáis de acuerdo conmigo, nadie va a decir nada semejante a «lo de Notre Dame es un chiringuito de cuatro restauradores y guías turísticos que quieren vivir de la catedral a costa de los impuestos de todos».
A cualquiera que viva en Asturies estos argumentos (por llamarlos de alguna manera) seguramente le suenen. Pasa que cuando hablamos de las joyas culturales de los otros (en este caso Notre Dame) nos parece realmente escandaloso que alguien suelte gilipolleces como las que he enunciado o como la más común estos días que se ve por twitter y que sueltan algunos desgraciados de «la única iglesia que ilumina es la que arde».
Catedrales asturianas y leonesas
Asturies también tiene una catedral gótica. Novelada, fotografiada… Fue sede de la Xunta Xeneral que declaró la soberanía el 25 de mayo de 1808. También Llión tiene lo suyo, no sólo la catedral gótica de Llión, la de Santa María; sino la otra iglesia, que es muchísimo más increíble y que fue el palacio capitalino del Reino asturleonés durante varios siglos: San Isidoro de Llión, el panteón de nuestros reyes. Sin embargo hay aún una cuarta joya que hunde sus raíces en plena edad media y es algo más vieja que la Catedral de Notre Dame de París: la lengua asturiana, o leonesa, o asturleonesa.
Nuestra lengua, como la catedral de París, es vieja y hunde sus orígenes en el siglo XII. Concretamente, ocho años antes de que empezasen a poner las primeras piedras en la Île de la Cité, en 1.155, confirmaba Alfonso VII el Fuero de Avilés. Éste sería el primer documento escrito en asturiano del que se tiene constancia y al que más adelante seguirían muchos otros más.
Nuestra lengua, como la catedral de París, tuvo una evolución a lo largo del tiempo. Nuevas palabras fueron adquiridas y otras viejas mutaron. Del mismo modo que a Notre Dame de París iban llegando cosas como la electricidad o la aguja del siglo XIX, a nuestro idioma asturleonés fueron llegando palabras, otras fueron perdiéndose y otras evolucionando.
Nuestra lengua, como la catedral de París, estuvo amenazada y atravesó períodos de más y menos riesgo. Del mismo modo que en París cayeron las tropas nazis durante la Segunda Guerra Mundial, varios decretos y prohibiciones cayeron sobre nuestro idioma y muchos de ellos aún no han sido levantados (de ahí que muchos luchemos aún hoy en día por la oficialidad).
Nuestra lengua, como la catedral de París es compleja. Ninguna de las dos la podría hacer una sola persona, ni tan siquiera unas pocas. Ambas requirieron, para formarlas y construirlas, de generaciones de obreros una y de hablantes otra.
Nuestra lengua, como la catedral de París, es fuente y pieza indispensable de la cultura. La catedral de París aparece en obras -algunas de ellas extraordinariamente bellas- mientras que la lengua asturiana ha sido el vehículo en el que escritores y escritoras han hecho magníficas novelas y poemas durante siglos.
Nuestra lengua, a diferencia de la Catedral de París, no arde de golpe en apenas unas horas. Se consume a fuego lento ante la pasividad de todos. No pasa una semana en la que nuestra lengua, a diferencia de la Catedral de París, no sufra un ataque, un desprecio o una crítica.
A la catedral de París todos la consideran cultura, todos le dan importancia y es patrimonio de todos. Nuestra lengua, en cambio, es el enemigo a abatir para aquéllos que ven fantasmas no se sabe dónde, para aquellos a quienes envuelve un velo de complejos.
Para la Catedral medieval de París habrá dinero, voluntad, dedicación, misas, colectas, actos, homenajes… y mil cosas más… incluso hechas por los que son «españoles y muy españoles». Para nuestra lengua, que además de medieval «es de aquí», no habrá nada de eso: sólo insultos, desprecios, negación de derechos a sus hablantes y críticas ridículas.
Así tratamos los asturianos y los leoneses a nuestra cultura. Así dejamos que la traten vascos como Abascal y castellanos como Casado. Así cuidamos de lo que es nuestro y es que, como dijo aquél, «poco nos pasa».