Voz
Opinión
12 Jan 2019. Actualizado a las 10:34 h.
En los primeros ochenta pasó por Gijón el grupo Els Joglars con una sátira del fascismo titulada Olympic Man Movement (qué cosas hacía Boadella en los ochenta). En una de las escenas y en una universidad que podría ser cualquiera del tardofranquismo, dos catedráticos de aquellos discuten amargamente, cada uno rebullendo autoridad, jerarquía e historial entre sus airadas razones. La discusión sube de tono y llega al punto en que uno le espeta al otro a gritos: «¡es usted más ignorante que un penene!». Al otro se le cae el monóculo por la impresión y tartamudea sin decir nada porque no consigue poner en fila la avalancha de palabras e improperios que se atropellaron en su garganta encrespada. Ante una provocación es difícil no reaccionar, aunque ser reactivo es justamente en lo que consiste no tener la iniciativa. Pero es difícil evitarlo. Y si la provocación es lo bastante desvergonzada, la mezcla de pasmo por la audacia y de indignación por la ofensa puede dejarnos mudos por sobrecarga emocional. Y eso le debe pasar a la izquierda. A la izquierda parece que se le cayó el monóculo de estupefacción y que está muda de tan escandalizada.
Lo que importa de los vahos que pueden subir de Andalucía hacia el norte no es lo que diga Vox. Vox quizá quiera que se declare patrimonio de la humanidad el botijo y que las leyes protejan como bien cultural el pañuelo con cuatro nudos en la cabeza, dar pensión vitalicia a los descendientes de Guzmán el Bueno y reclamar formalmente la devolución a España del Tirol, Austria y Holanda. Vox puede derramar brea y fealdad en la vida pública y puede ser un vapor mefítico y ruidoso como un horrísono pedo de resonancias carpetovetónicas. Pero no es eso lo relevante. Lo relevante es lo que venían diciendo y haciendo PP y C’s. Vox sólo les hace ajustar los graves y los agudos en su melodía. El pacto con Vox es el pretexto para que PP y C’s pongan negro sobre blanco lo que ya apenas enmascaraban en tonos grises. Es esa parte lo que importa y la reclama algo de voz (con z) en quienes parece que les comió la lengua el gato.
Tomemos el caso de la educación. No es Vox. Vox sólo añade decibelios y no mucha más desvergüenza a lo que ya venían diciendo las derechas, Iglesia incluida. En Asturias nos duelen los oídos de escuchar al arzobispo Sanz Montes refiriéndose a la enseñanza pública como enseñanza ideologizada y llamando «ética de Estado» y «dictadura totalitaria» a lo que se aprende en las aulas de la enseñanza pública. No sé por qué no se oye alto, claro y repetido que la única enseñanza que tiene obligación legal de no adoctrinar ideológicamente es la pública. Y que eso no es un defecto del sistema. Es normal que los colegios privados tengan su ideario y su sesgo ideológico. Pero es la pública quien tiene obligación por ley de no adoctrinar más allá de lo que se consideran valores compartidos. El Estado tiene que garantizar que la pública sea la enseñanza de referencia a la que pueda acceder cualquiera porque el derecho a que no adoctrinen a tus hijos es prioritario sobre el derecho a que los adoctrinen en tus creencias. Por supuesto, el sesgo ideológico siempre es relativo. Para alguien de derechas, Zapatero puede ser izquierdista y para alguien de extrema derecha será comunista. Obviamente, desde el extremo ideológico del arzobispo Sanz Montes y el resto de conferencia episcopal, la enseñanza pública es una dictadura izquierdista. Las razones que llevan a las familias a la enseñanza privada son variadas: sintonía ideológica o religiosa con el colegio, interés por la exclusividad, sesgo social y tipo de compañías, convencimiento de la calidad del colegio, afinidad con sus métodos, … Las razones de los docentes para dar clase en los colegios privados normalmente son las habituales de trabajar donde surge la oportunidad y en algunos casos la identificación con el colegio. Las razones y propósitos de quienes dirigen un colegio privado son las de cualquier iniciativa privada: conseguir los mejores resultados para el colegio. Pero las razones de los partidos de derechas y de la Iglesia para que el Estado favorezca con sus recursos a la enseñanza privada concertada son de adoctrinamiento ideológico. La Iglesia quiere influir y tener poder a través de la enseñanza y las derechas quieren adoctrinar a través de la Iglesia y lo pretenden con una desmesura que no hay forma de encajar en un pacto educativo. No oigo con suficiente volumen una idea tan sencilla.
Otro caso es el de los impuestos. De nuevo lo importante no es Vox, sino el PP y C’s. Algún despistado quiere todavía fingir que Vox crece con los votos de la clase baja abandonada por la izquierda y sus enredos intelectuales. Las rebajas de impuestos que proponen son las que afectan a los ricos. Caza, toros y rebajas fiscales a las herencias millonarias y a las rentas más altas no es un programa para la clase baja y por eso no es la clase baja la que le está dando alas a la extrema derecha. Es el programa ultraliberal de toda la vida que venían pregonando Casado y Rivera y ya había aplicado con impiedad Rajoy. Pero tampoco se repite la idea sencilla de que los ricos cada vez pagan menos impuestos, porque se les pide menos o porque se les facilita la evasión fiscal, y que eso es lo que amenaza la sostenibilidad del estado de bienestar. Se deja sin réplica la propaganda de que la gente se jubila y no se acaba de morir, que hay inmigrantes y turistas que corroen nuestra sanidad y que el sistema no aguanta, mientras se mantienen como inevitables paraísos fiscales (España limita al norte con Andorra y al sur con Gibraltar), como si su existencia no tuvieran nada que ver con la sostenibilidad del sistema. El PSOE está haciendo ahora abracadabras numéricos para mostrar que subir la jubilación a los 67 años es la manera de que la gente se jubile a los 65. Pero nunca se acompañan estos cálculos con los datos de quién está pagando los impuestos y quién y por qué cada vez paga menos. Esta es otra idea sencilla que no se repite, mientras las derechas engordadas ahora con Vox hablan todos los días de los impuestos como un cinturón que nos aprieta la tripa y como si fueran la consecuencia de no hacer bien las cosas. Bajar los impuestos a los ricos no es bajar los impuestos, es bajárselos a los ricos. (Por cierto y como curiosidad. Me llama la atención cómo se destaca lo bien que estamos de salud para justificar que la edad de jubilación sea cada vez más alta y no oí todavía el mismo argumento para retrasar la edad máxima a la que se está en la cárcel. Lo digo por quienes ustedes saben).
Por no oír, no oigo siquiera cómo llegó Pedro Sánchez a la Moncloa. Casado, Rivera y todo su séquito están todos los días repitiendo historias de separatistas y de terroristas remozados y hasta gritan la palabra traición en pleno hemiciclo. Y nadie repite que un auto judicial dejó sentado formalmente y con detalles lo que todos sabíamos más o menos: que nos gobernaba una mafia que llevaba décadas actuando. Una emergencia nacional, y no pactos inconfesables, provocó un cierre de filas. No entiendo por qué no se oye una verdad tan palmaria y tan reciente.
Las situaciones confusas requieren mensajes y claridad. Limitarse a reaccionar a cada burrada de Vox es darles la iniciativa y renunciar a una voz propia. Se necesita una voz clara que exprese lo fundamental y lo repita cuantas veces haga falta. El PSOE sigue con el error de la socialdemocracia de reducir sus convicciones a lo que pacta con los demás. Y Podemos no tiene bien elegidos los mensajes y los temas. La izquierda está tan convencida de su superioridad moral que es muy impresionable y se queda sin habla ante cualquier desvergüenza. Su afonía está haciendo que sólo se oiga el ruido y, según vienen las cosas de Andalucía, haciendo honor a su etimología: rugido.