Una derecha montaraz para darle vuelta a la Historia
Opinión
09 Dec 2018. Actualizado a las 05:00 h.
Este 20 de Noviembre, en el Senado, a propuesta del PP, con apoyo de FORO y UPN, para evitar condenar al franquismo, apoyaban una enmienda que pedía ilegalizar las organizaciones comunistas y populistas. Esto que parecería una aberración hace 40 años, cuando se aprobó la Constitución, es la punta del iceberg de una derecha montaraz que parece querer dar la vuelta a la historia. Si la Transición tuvo en la legalización del PCE uno de sus rubicones y mayores hitos, hoy una derecha ya sin complejos, mostrándose como siempre fue, parece querer saltar hacia el otro lado de esa línea, para volver a un régimen neofranquista.
El resultado electoral de VOX en Andalucía es un paso más en un proceso de derechización política y también social que se viene produciendo en este país, desde que José María Aznar gobernase con mayoría absoluta del año 2000 a 2004, dejando de hablar catalán en la intimidad, para pasar meternos en la Guerra de Irak e inventar la posverdad aquel fatídico 11 de Marzo de 2004. Aquel mandato de Aznar fue el comienzo de un proceso donde la derecha española comenzó a romper todos los consensos que habían dado lugar a la transacción del 78. Consensos religiosos, volviendo a intentar aplicar las prácticas históricas del nacional-catolicismo, no pudiendo culminarlos en materia de divorcio y aborto gracias a la denodada lucha del movimiento feminista. Consensos territoriales, con la impugnación posterior del Estatuto de Cataluña, origen de la quiebra política territorial actual, y con la voladura del Pacto de Ajuria Enea, que planteaba una salida negociada al fin de ETA y que permitiría que cualquier idea fuera defendible y realizable en un escenario de ausencia de violencia. Consensos sociales, superando cualquier necesidad de pacto social con las clases trabajadoras, en aras de una nueva concepción de la propiedad privada como derecho absoluto y donde el estado dejaba de tener cualquier papel en la distribución de la renta y la riqueza a favor de la mayoría social, dado que supuestamente el mercado ya asignaba bien los recursos y las oportunidades de la ciudadanía. Y consensos políticos, con un secuestro de la Constitución, vaciándola de cualquier interpretación pluralista, haciendo que en su marco sólo fuera posible una política muy determinada, la que beneficiaba a las oligarquías que se habían ido consolidando a la sombra del franquismo y que mantuvieron su poder, aunque limitado, en los años de la Transición.
Desde el año 2000 acá la izquierda no hemos sabido, o no hemos querido, ver que ese proceso diseñado por las élites de este país tenía muchas posibilidades de fructificar, si no se le plantaba cara suficiente. La izquierda siguió renunciando a defender y poner en práctica sus políticas, porque nunca tocaba. La izquierda siguió presa de sus limitaciones impuestas en la citada Transición, mientras la derecha iba preparando el terreno ideológico y social para dar marcha atrás a lo que habían tenido que ceder por la correlación de fuerzas en los años 70. La izquierda seguimos miopes creyendo que la derecha nunca iba querer tocar ciertos aspectos que ya parecían incuestionables, como el sistema publico de pensiones, la educación universal, el estado de las autonomías o el plurilingüismo territorial. La izquierda lejos de practicar políticas económicas de corte socialista o socialdemócrata fue la impulsora de la medidas neoliberales que hacían que los pobres fueran más pobres, y los ricos fueran más ricos, y que por lo tanto sentaba las bases para que pasado el tiempo la derecha tuviera la tentación de ya no necesitar de la izquierda, ni sindical ni política, para apaciguar ningún tipo de lucha, porque las luchas sociales se habían reducido a debates parlamentarios, muy alejados de lo que fue La Clave y mas cerca de lo que hoy es Sálvame. Si a ello unimos que las organizaciones políticas de la izquierda fueron cada vez más aparatos burocráticos, con practicas autoritarias en lo interno, y nido de corrupción parasitaria de las instituciones, todo hacía prever que cuando se diera una crisis fuerte, como fue la del 2008, su base social se distanciase bastante de ellas, porque ya no coincidía su discurso con su práctica.
En ese contexto la base para el resurgir de la extrema derecha estaba sembrada, pues, por un lado, el gran capital necesita cada vez más de medidas autoritarias que le permitan aplicar sus políticas más antiobreras, el llamado austericidio y el libre mercado total, sin riesgo de cuestionamiento social y, por otro lado, los sectores que habían mejorado su situación en los años 70, al haber quedado desarmados de referentes organizativos e ideológicos, eran presa fácil, en los momentos de vacas flacas, de caer en manos de los discursos del penúltimo contra el ultimo. En ese escenario culpar a la inmigración del dinero que te roba la banca, defender la eliminación del impuesto de sucesiones mientras te desmantelan la educación publica para financiar la concertada, culpar a Cataluña y Euskadi de todos tus males, mientras no miras para como las castas políticas locales te roban con el Marea, los Eres o la Gurtel, eran etapas claramente previsibles, que iban a sucederse una a otra.
En un momento surgió el 15-M y posteriormente Podemos, y todo pareció cambiar, pero los errores propios, el tradicional cainismo de la izquierda y la ofensiva mediática y política de una derecha que ya no estaba dispuesta a ningún mínimo de consenso, permitieron a esa derecha envalentonada y sin complejos soportar el envite, y pasar a la ofensiva. Primero decidieron lanzar el llamado Podemos de derechas, que es hoy Ciudadanos, que está muy lejos de ser una fuerza centrista como fue la UCD de Adolfo Suárez. Y ahora, en ese marco de absoluta confusión en la izquierda, lanzan a VOX, para dar un paso más en su proceso de involución. Esta nueva extrema derecha ya ha perdido todos sus complejos y ha se atreve a plantear propuestas que ni Fraga se atrevía en los 80. Algunos/as consideraban que esto sería flor de un día y que incluso era bueno, pues discursos tan frikis no podía prosperar, por lo cual les invitábamos a nuestros ámbitos de debate, para demostrar que nos éramos superiores, o incluso les apoyábamos para que restasen votos a Rajoy y cia. Error tras error, y mientras la izquierda erre que erre, renunciando a defender planteamientos como la Republica, la laicidad del Estado, la fiscalidad redistributiva, la nacionalización de sectores estratégicos o la desobediencia a la Europa de los Monopolios. Cuando la derecha ya ha roto con la Constitución del 78, en la práctica e incluso en la teoría, la izquierda seguimos presos de ataduras que nos hacen incapaces de combatir en debidas condiciones esa ofensiva reaccionaria.
La derecha ha puesto sobre la mesa un discurso fuerte, el del estado mínimo y el de la desregulación total de las relaciones económicas, la del despido libre y la privatización de todo lo publico, el de la fiscalidad indirecta y el legalizar el fraude fiscal, el de volver al hombre Varón Dandy y negar la existencia de la violencia de genero, el de los toros, la misa diaria, y la religión en las escuelas, el de acabar con cualquier tipo de autonomía territorial para volver al «Santiago y Cierra España». Si frente a ese discurso y esa práctica, la izquierda no despierta, no vuelve a los barrios, no recuperamos un sindicalismo combativo y no pactista, no retoma la asamblea y la participación popular como garantes de su fuerza de combate, no antepone la unidad a los patriotismos de sigla, y sobre todo no enarbola con orgullo sus símbolos, su bandera tricolor, su memoria histórica y republicana, su defensa del carácter plurinacional y laico del estado, y no esta dispuesta a confrontar en todos los terrenos para volver a poner siete candados al sepulcro del Cid, volveremos a discutir de política en la clandestinidad o en los nuevos Carabancheles, que ahora creo que se llaman Estremera.