Política y Capital = caciquismo y corrupción
Opinión
20 Aug 2018. Actualizado a las 05:00 h.
Muchas personas ven con extrañeza, y con gran escándalo, que aparezcan casos de corrupción política día a día en los medios de comunicación. No les parece aceptable que en una sociedad democrática pueda haber una utilización tan ilegitima del poder para hacerse uno rico o para que lo hagan la familia o las amistades. No digo yo que eso no esté bien, pues mientras hay capacidad de escandalizarse de algo es que todavía no ha triunfado absolutamente, en la forma de ver el mundo que cada uno tenga, ni la resignación ni mucho menos la decrepitud moral. No digo yo que a mi no me parezca un escándalo noticias como el caso «Noos», el «Pallerols» o, por quedarse un poco más cerca, el «Marea» , «Villamocho» o más recientemente el «Enredadera». Nada más lejos de mi intención que minimizar la importancia ética y política de dichas actitudes, pero lo que me parece poco aceptable es que pueda criticarse algo que es consustancial al sistema sociopolítico que la mayoría de los que escandalizan aceptan, amparan, apoyan o justifican.
Para que exista un político corrupto tiene que haber alguien del capital privado que colabore con él en sus tropelías, para que aparezca una trama caciquil tiene que haber un entramado sociopolítico que le de base y estabilidad. La sumisión de lo público a lo privado, la privatización cada vez mayor de servicios públicos, el alejamiento del poder del control ciudadano y la existencia de un poder cada vez más fuerte del capital sobre el trabajo son las causas últimas de todos los casos de corrupción que día a día nos desayunamos al leer los periódicos. El Capitalismo se basa, entre otras cosas, en la competencia por el máximo beneficio privado y en la existencia de apropiación de la riqueza y de lo que el trabajo produce por parte de una minoría social que es la que detenta la propiedad de los medios de producción. En esa lucha constante, que alguno seguimos llamando de clases, de esa minoría que detenta el poder económico frente a la mayoría que vive de vender su fuerza de trabajo, para lograr que cada vez estos trabajen más y cobren menos, y de los propios integrantes de la minoría entre sí, para ver quien se lleva más parte del pastel, el control del poder del estado, en sus distintas formas, es una de las armas más necesarias. Control no sólo del estado para garantizar que nadie que cuestione la lógica de su sistema pueda ponerla en peligro, sino también para lograr socializar sus propias perdidas o errores de gestión, para obtener fuentes de financiación añadida a sus aventuras empresariales, para poder eliminar competidores etc… Por eso cuanto más fuerte sea el capital, cuanto más grande sea su avidez de negocio, más fácil es que se extienda el nepotismo y la corrupción.
Por eso no es de extrañar que cuando la clase social que va ganando esta guerra, y sus sectores más poderosos en particular, apuestan claramente por privatizar sanidad, educación, justicia, etc., paralelamente se vayan generando tramas corruptas alrededor de todos esos procesos, pues lo que realmente sería extraño es que las mismas no apareciesen. Por eso mientras no comprendamos esa lógica de funcionamiento del sistema vigente difícilmente vamos ya no sólo a poder cuestionarlo en su conjunto, sino ni siquiera a lograr aminorar sus tropelías. Que Rajoy y Zapatero indultasen a banqueros corruptos, que los partidos políticos del sistema estén plagados de procesados, imputados y hasta condenados por corrupción, que el político que privatizo la sanidad en Madrid sea miembro de una empresa que se lucra en ese proceso, o que empresarios expertos en corrupción sepan a que «sheriff» hay que tocar para poder entrar en el Ayuntamiento de Xixón, no son elementos anormales del funcionamiento del sistema, son la máxima expresión de su buen funcionamiento. Lo extraño sería que en un país donde el capital cada vez es más fuerte, donde cada vez quedan menos sectores productivos en manos públicas y donde día a día se recortan derechos democráticos y sociales básicos, no existiese corrupción.
Lo más preocupante, más que todo lo anterior, no es que la mayoría no sepa entender que Corrupción y Explotación son dos caras de la misma moneda capitalista, no es que los/as que nos llamamos de izquierda seamos incapaces, por torpeza o cobardía, de lanzar a los cuatrovientos estas verdades del barquero, no es ni siquiera que la mayoría de los/as trabajadores/as no vean, pese a lo visible que es cada día, quienes son sus verdaderos enemigos, nada de eso. Lo más preocupante, y lo que me lleva a gran desazón, es que la mayoría, también de la izquierda sociológica, acepta esa lógica, la comparte y hasta la defiende con esas demoledoras frases que día a día oyes en las tertulias de cualquier bar o parque: «El que no roba es porque no puede», «Yo y tu si estuviéramos ahí haríamos lo mismo» o «Hacen bien, el que la coja que lo aproveche».