Los daños del lobo
Opinión
22 Jul 2018. Actualizado a las 05:00 h.
Es necesario repensar el debate sobre los daños del lobo, después de 5 años de descalificaciones en la prensa y las redes sociales.
La identidad de Asturias está basada, en buena parte, en su medio natural y en su medio rural. El problema es que la convivencia no siempre es pacífica. Por eso es imprescindible tener un debate sereno y riguroso.
Nuestros ecosistemas son un valor de futuro para quienes vivimos aquí. Todo está relacionado dentro de la naturaleza y debemos ser conscientes de la importancia de la conservación de la biodiversidad para la conservación de nuestra propia vida. Pero no solo eso, el impacto económico de la degradación de los ecosistemas es muy importante. Por ejemplo, no es posible en estos momentos negar la importancia de la marca Paraíso Natural, como marca que, más allá del turismo, permite vender nuestros productos fuera de nuestra tierra. Y no hay Paraíso Natural si no hay ecosistemas conservados.
El mantenimiento de esa biodiversidad no puede hacerse por especies separadas, sino conservando el ecosistema en su conjunto. El lobo es un ejemplo de ello. Los grupos familiares y estructurados de lobos juegan un papel fundamental al contener la propagación de enfermedades que se trasmiten entre el ganado y la fauna salvaje, además de regular la población de sus presas como el venado y el jabalí de forma mucho más eficaz que la actividad cinegética humana.
Al mismo tiempo, la despoblación del mundo rural y la reducción de puestos de trabajo dedicados a la agricultura y la ganadería en las últimas décadas, hace que aumente el sotobosque y que lobos, jabalíes, mustélidos y otros animales puedan acercarse con más seguridad a las poblaciones rurales donde encuentran alimento con relativa facilidad. Esto genera cada vez más interacciones problemáticas entre la población rural y la fauna salvaje, creando descontento. Por otro lado, la ganadería extensiva y semiextensiva en Asturias, más allá de fraudes o daños causados por perros, sufre cada año pérdidas a manos de los grandes carnívoros.
Se produce por tanto un conflicto, que será permanente y creciente, entre conservación y actividad económica humana.
Ante eso, la posición de la política, la prensa y la sociedad en general no debe ser echar leña al fuego, sino buscar los medios para reducir los puntos de fricción.
Centrándonos en el daño del lobo, el gobierno de Asturias por fin ha reconocido la necesidad de mejorar los protocolos para tasar los daños.
Estamos sometiendo a la guardería y a quienes se dedican a la ganadería a una presión innecesaria y contraproducente.
Debe existir formación específica para los guardas que tasen los daños. Debe existir un protocolo detallado y claro de los pasos que deben seguir y la información que deben recabar. Así mismo, debemos trabajar en disponer de una prueba objetiva que es el análisis de la carne de la res muerta para averiguar si tiene saliva de lobo. Hay un porcentaje importante de daños atribuidos al lobo que son causados por perros, perros que son un peligro sanitario y para las personas. La indolencia de las administraciones a la hora de cumplir la ley en este tema debe terminarse.
También tenemos que entender que, para una persona que vive de la ganadería, hay que tasar más daños que la pérdida de la res. Hay un tiempo de trabajo dedicado a localizar el animal, hay unas pérdidas de oportunidad y una influencia negativa en el comportamiento del resto del rebaño, además de los animales heridos. De la misma forma que un seguro de un comercio tiene en cuenta todos estos factores, el pago de daños debe tenerlos también en cuenta. Así como los intereses de demora a partir de un tiempo de denunciada la pérdida, si no se ha producido aún el abono de la indemnización.
No podemos seguir alimentando la tensión y exponiendo a la guardería a un ambiente hostil, ni considerando a una persona que se dedica a la ganadería presunto culpable. Quienes durante estos años se han lucrado fraudulentamente por el cobro de estos daños deben ser perseguidos por la fiscalía, y quienes con su negligencia permitieron ese despilfarro de fondos públicos, asumir su responsabilidad. Ahora toca construir unas condiciones adecuadas para no reproducir los errores del pasado.
Es necesario, además, dejar de hacer controles de población de lobos que se han demostrado científicamente contraproducentes, y estudiar en qué zonas o en qué explotaciones los daños son realmente significativos, para realizar inversión en mejorar el manejo para reducir los daños. Daños existirán siempre, la cuestión es que el impacto económico sobre las explotaciones sea compensado por el cobro de la indemnización y no suponga un problema real para la explotación.
Para afrontar un futuro de convivencia con una población asentada de lobos, osos, nutrias y otros, debemos comenzar por asentar una cultura de rigor científico, de diálogo y de abandono de posiciones excluyentes. Nuestro futuro, independientemente de que vivamos en la calle Corrida de Gijón, o en el valle de Casomera en Aller, depende de que sepamos conjugar la existencia de estos dos pilares identitarios y económicos.