Alfonso Fernández Canteli, el sabio discreto
Opinión
04 Jun 2018. Actualizado a las 05:00 h.
Sin su aportación investigadora y su sólida personalidad, la EPI (Escuela Politécnica Industrial) de la universidad asturiana, no sería lo mismo. Pero en Alfonso Fernández Canteli no solo es admirable su capacidad técnica, que está fuera de toda duda y avalada por una trayectoria de reconocido prestigio nacional e internacional. Sus cualidades humanas hacen de Alfonso un sereno profesor siempre desvelado por sus alumnos y volcado en sus doctorandos, así como un compañero solidario. Por supuesto, es mucho más que un investigador al uso, y es que esta especie de sabio renacentista profundiza en distintos saberes y eso hace de él un genio total en el más amplio, noble y práctico sentido del término.
Fernández Canteli es la antítesis de un catedrático soberbio, de esos que se vienen arriba sin atesorar mérito alguno y que son entes inservibles (excepto para incordiar el desarrollo del talento). Ha recorrido el mundo aprendiendo e investigando, y un dato muy significativo es que sabe perfectamente lo que es el trabajo en una fábrica y en otro tipo de empresas, lo que hace lo sitúa en las antípodas de esa especie que suele anidar en el ámbito universitario: la de los teóricos que nunca han dado un palo al agua fuera de las cuatro paredes de su despacho y que la única navegación que conocen es la que hacen desde su móvil.
Como buen librepensador, es persona con inquietudes políticas y con notable sensibilidad social, y ha peleado por una universidad más universal, más abierta, más cosmopolita, más transparente, menos burocrática y más eficiente que la que le ha tocado vivir en su periplo académico. Es evidente que con semejantes premisas vitales es casi un milagro que haya sobrevivido en este solar mental en que se ha convertido Asturias, siempre con la ayuda inestimable de una clase política a la que este tipo de sabios le produce todo tipo de alergias.
Alfonso es el paradigma de sabio discreto y humilde que sabe escuchar, que muestra interés por todo lo que le rodea -como un adolescente que está despertando al mundo-, y que se siente muy cómodo con compañeros y alumnos brillantes, de los que siempre está dispuesto a aprender.
Honesto por los cuatro costados, nunca te vende una moto, y siempre te da la mejor orientación. Nunca fantasea con lo que no sabe, te lleva de la mano a que conozcas a los mejores equipos y a las mejores personas en cada materia. Es el perfecto asesor científico.
Profundamente culto, este Da Vinci asturiano es un consumado melómano, un gran lector, un excelente escritor, un amante de las artes, un etnógrafo de primera y mucho más.
En un mundo cada vez más superfluo, de saberes y valores efímeros y volátiles, Alfonso encarna el espíritu ilustrado, racional y amante cien por mil de la tradición y la cultura asturiana, en la que cree con tal convicción que la considera una energía transformadora y de mejora de la condición humana. Precisamente este idealizado sentimiento de asturianidad lo ha llevado a reunir a lo largo de su vida una colección de madreñas y zuecos única en Europa, y que ha llamado la atención de los holandeses y de otros pueblos civilizados, mientras que aquí permanece hacinada entre cuatro paredes…
Dadas las circunstancias actuales, yo espero de corazón que Alfonso siga alumbrándonos, cual caballero andante, un camino que con mentes como la suya siempre es menos incierto…