La Voz de Asturias

Ángel el del Popular

Opinión

Guillermo Guiter

20 Jun 2017. Actualizado a las 05:00 h.

Un economista de humor fino me dijo una vez que es bastante improbable que la Economía sea una ciencia. No obstante las docenas de chascarrillos que entre los profesionales circulan sobre el asunto y que muchas veces las previsiones económicas fallan más que una escopeta de feria, siento un gran respeto, que no confundo con la fe, por la gente que se dedica en serio a la economía. Por eso no deja de asombrarme la cantidad de directivos de banca que llegan a asumir altas responsabilidades sin una previa formación académica del ramo.

Por bajar a lo concreto, está el caso del ínclito Ángel Ron, un licenciado en Derecho, ese título chicle, que nunca ejerció como abogado y que ascendió desde el principio en el Banco Popular. Fue trepando a la sombra del Opus Dei y, al cabo de los años, cuando en 2004 Luis Valls se retiró y su hermano Javier lo hizo en 2006 tras fallecer Luis, Ron se hizo con todo el poder y ese fue el principio del fin. En el peor momento posible, se lanzó de cabeza a lo que los legendarios hermanos Valls se ufanaban de no haber hecho nunca: revolcarse a saco en el negocio inmobiliario. Cuentan que aquí, en la sede del Banco Herrero (Sabadell) de Oviedo, intentaron convencerle de una fusión con el Sabadell que hubiera resultado en un camino diferente para todos, pero Ron no cedió. Ahora ostenta el triste récord de hundir el banco en sólo diez años desde los primeros puestos del ránking de rentabilidad y solvencia hasta la miseria y la fagocitación por parte del Santander, con la oscura bendición de Luis de Guindos.

Su imprudencia en la gestión (de él y sus cómplices) causó la ruina de 300.000 de accionistas, una catástrofe de proporciones bíblicas que ha pasado sin mucho alboroto salvo para los afectados. Pero estamos acostumbrándonos dramáticamente al escándalo, con lo que de inmediato éste deja de serlo.

Un amigo que es un tipo inteligente y sabe mucho más que yo de esto intentaba explicarme el otro día que muchos directivos de banca carecen de formación previa porque el oficio se aprende sobre la marcha, en el negocio. Eso me hizo reflexionar. Sí, sin duda tiene razón, así funciona el mundo bancario español. Pero hablábamos en planos diferentes: una cosa es lo que ocurre y otra cosa lo que tal vez debería ocurrir. Así nos luce el pelo. Porque los bancos marchan casi solos en tiempo de bonanza gracias a los engranajes medios, a los profesionales que llevan el día a día: hacen lo que hay que hacer y punto. Es en los momentos críticos cuando sobran los aventureros y se requieren técnicos brillantes. Obviamente Ron, que reclamó cuatro millones de indemnización «por el trabajo cumplido» no era lo segundo. Eso sí, el derribo lo hizo de maravilla. Y si hablamos de Rodrigo Rato igual me sale una hernia.

En una analogía quizá un poco escabrosa podría decir que un enfermero de quirófano ha visto tantas intervenciones que sería capaz de hacerlas él mismo y, si le dejaran, operaría sin mayor dificultad. El problema viene cuando ocurre algo inesperado, cuando las cosas no funcionan como es habitual. Entonces se mostraría incapaz de reaccionar porque su conocimiento se basa sólo en la experiencia, no hay formación teórica suficiente detrás y carece de más recursos. No sabría ni  por dónde empezar. Lo mismo vale si hablamos de pasantes haciendo el trabajo de abogados, o de mecánicos haciendo el trabajo de ingenieros, o viceversa, para que no me tachen de clasista. O de filólogos haciendo el trabajo de periodistas, y de esto podría hablar un rato. Una cosa es el oficio y otra la formación y, si no, deberíamos cerrar todas las facultades. Hay quien aboga por esto, claro, pero me parece un poco drástico de momento.

No soy tan ingenuo respecto al mundo de las decisiones sobre la banca como empresa sistémica, léase poder político de primer orden. Muy a menudo se alejan del sentido común y de los intereses de sus clientes para internarse alegremente en jardines ajenos. Por otra parte, supongo, un banco es una empresa en la que una pequeña oscilación o un margen ínfimo se multiplica y se convierte fácilmente en una cifra con varios ceros detrás, como ocurre con los sueldos hipertrofiados (y en mi opinión por completo injustificados, en comparación con otras compañías del mundo libre) de sus altos directivos. Razón de más para exigir que los que están al frente de ese negocio sepan, al menos, de números y no se dediquen solo a tejer intrigas políticas que de una u otra forma, con nuestros ahorros o nuestros impuestos, acabamos pagando con sangre los ciudadanos.

 


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