Expulsado y condenado por ser de la UMD
Opinión
18 Apr 2017. Actualizado a las 05:00 h.
Allá por los años setenta, los miembros de las Fuerzas Armadas que salían de la academias se encontraban con un ejército seminacional. Y era así porque había surgido tras una Guerra Civil donde cerca de la mitad de los cuadros de mando que permanecieron fieles a la República o habían muerto o estaban exiliados y en todo caso, expulsados. Los altos mandos habían participado en esa guerra a las órdenes de Franco y el resto habían sido educados por ellos. Los que no habían hecho la Guerra Civil estaban imbuidos, en su mayoría, del espíritu de «La cruzada» y de la obediencia y la admiración por Franco que les habían inculcado en las academias militares.
También les habían enseñando valores importantes como el honor, la honradez, la camaradería, el amor al servicio, la eficacia... pero al llegar a las unidades se encontraban con una realidad muy diferente que a muchos les hizo cuestionarse su profesión y el valor de unas Fuerzas Armadas casi sin medios y solamente preparadas para defender al régimen de un enemigo interior residenciado en todo lo que no fuera adepto a Franco.
Esa desilusión fue una de las vías de acceso a la Unión Militar Democrática (UMD), una organización clandestina nacida en Barcelona el 31 de agosto y 1 de septiembre de 1974. Doce jefes y oficiales, reunidos en la casa del comandante Reinlein y animados por el comandante Julio Busquets elaboraron un ideario y nació la UMD: «Unión, porque éramos compañeros; Militar, porque era nuestro afán; Democrática, porque queríamos dejar de ser súbditos para pasar a ser ciudadanos». Otros llegaron a la UMD por su sentido democrático y las inquietudes que recibieron desde la universidad.
Y comenzaron a elaborar documentos, y enviarlos a los cuarteles, se tomó contacto con los líderes de los partidos políticos de la oposición y, sobre todo, a elaborar planes de formación y de seguridad y tratar de crecer mediante la captación, «boca a boca» con otros compañeros. Claro que esto último hizo que los servicios secretos se colocaran rápidamente tras las huellas de la UMD. No les fue difícil, entre otras cosas porque tampoco éramos muy disciplinados con esas normas de seguridad y también porque algunos de los políticos contactados, presumiendo de sus contactos, se volvieron demasiado lenguaraces. Era tal nuestra inexperiencia que, a veces, nos «captábamos» entre nosotros mismos, sin saber que el compañero abordado estaba en la organización.
Pero seguimos adelante con más ilusión que prudencia. Se pagaba una cuota de 300 pesetas al mes (menos de dos € para que lo entiendan los jóvenes) que servían para traslados, sobres, sellos, cartas - se enviaban desde provincias en las que no había guarnición - y estaban distribuidos en grupos de 4 ó 5 miembros con un coordinador que a su vez rendía cuentas a un comité regional o al Comité Ejecutivo Nacional (CEN) cuando hacía falta.
El 29 de julio de 1975, nueve jefes y oficiales en Madrid y Pontevedra, fuimos detenidos e incomunicados. La operación corrió a cargo del servicio de información del Ejército, entonces comandado por el coronel Sáez de Tejada -quien luego llegaría a Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra de la mano del PSOE-, pero se les escapó uno. Ese fue un error de grandes consecuencias, porque el capitán de Aviación José Ignacio Domínguez aceptó ser el portavoz de la UMD en el extranjero. El andaba de vacaciones por el Mediterráneo y lo cierto es que la UMD no podía haber tenido mejor portavoz que más tarde pagaría su osadía con el exilio, una condena de siete años y medio y la expulsión de las Fuerzas Armadas.
Domínguez escribió artículos, concedió entrevistas a la prensa internacional, muy interesada en el asunto de la UMD después de los ocurrido en Portugal el 25 de abril un año antes. El Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) portugués ayudo a la UMD y sobre todo a su portavoz a quien dio todo tipo de oportunidades, aunque sabían y entendían que nuestro apuesta era diferente a la suya. Portugal era en 1974 un país desestructurado, excepción hecha de la Iglesia, las Fuerzas Armadas y el Partido Comunista Portugués. El escenario español era diferente y la UMD no quería ser motor de ningún cambio y menos violento, que si consideraba que debían protagonizar las fuerzas sociales, partidos, asociaciones, sindicatos...
En la prisión las cosas no fueron fáciles. No se aplicaban ni las normas de un reglamento de prisiones de 1920. Éramos trasladados de un lado a otro para evitar captaciones desde dentro, cosa que sucedió de hecho más de una vez. Las condiciones en los Castillos Militares eran detestables y a veces el trato con nuestros «carceleros» era desde cariñoso y comprensible, a despreciable. Pero se mantuvo la unidad, cosa que trataron de romper con ofertas de libertad, presiones familiares y otras lindezas. No permitieron abogados civiles. Todos eran muy rojos según el mando: qué pensarían, nos preguntábamos, un Enrique Tierno, un Ruiz Jiménez, un Jaime Miralles -el gran motor de todos ellos- o... José María Gil Robles. En el Consejo de Guerra, al que no dejaron entrar a una representante de Amnistía Internacional recomendada por el ministro de Asuntos Exteriores, fueron invitados un par de oficiales por región militar, la mayoría de ellos de los servicios de información. De entre ellos surgió un grupo de energúmenos que insultó a los procesados a voces cuando dijeron que concebían la Patria como un marco de convivencia en el que se respetara la voluntad popular libremente expresada.
¿Cual fue la apuesta de los militares de la UMD? Intentar poner los medios para evitar que las Fuerzas Armadas fuera un impedimento para llegar a la libertad y la democracia. Como muy bien definiría José Fortes, activo miembro de la UMD que la puso en marcha en Galicia, se trataba de «echar agua en la pólvora del mando ultra militar» y las fuerzas del entonces conocido como bunker, representantes del mas rancio franquismo, con el general o sin él.
Hubo más procesamientos, que fueron sobreseídos, y persecuciones por otras vías a los militares sospechosos de ser de la UMD, pues las primeras detenciones, cuando se hicieron públicas y la labor de la UMD en el exterior creó una inseguridad en el régimen que tardó mucho en conocer la magnitud de esta organización que venía a demostrar, eso sí, que el Ejército no era monolítico.
De los procesados, nueve fuimos expulsados de las Fuerzas Armadas y perdimos el derecho a vestir un uniforme que respetábamos y amábamos. Cuando se hicieron públicas las sentencias -42 años y seis meses para nueve de los juzgados en Consejo de Guerra- el corresponsal de la BBC de Londres en Madrid abrió su crónica señalando: «Nueve jefes y oficiales del ejército español han sido condenados por defender ideas conservadoras». La ironía tenía su porqué. Nuestro ideario habría sido seguido por cualquier gobierno conservador europeo. Sólo pedíamos libertad y democracia, un ejército profesional a las órdenes del Gobierno y una Constitución. ¿Demasiado para la época? No. Demasiado para los energúmenos que entonces regían los destinos de este país. Pero cuando llegó esa democracia, esa Constitución y esas libertades, los partidos olvidaron a la UMD, ni siquiera concedieron la amnistía a sus «delitos» cuando si les llegó a quienes tenían delitos de sangre y pasaron 34 años hasta que llegase un reconocimiento. Pero eso ya es otra historia