De bello civili
Opinión
05 Jan 2017. Actualizado a las 05:00 h.
En el año 61 A.C., Roma está gobernada por un triunvirato. Cneo Pompeyo Magno, Marco Licinio Craso, y un ambicioso Cayo Julio César. Si bien, formalmente, el poder y la influencia estaban repartidos entre los tres, lo cierto es que el riquísimo Craso era un mero convidado de piedra, que había alcanzado la condición de triunviro de la mano de Julio César y con la oposición del picentino Pompeyo. En realidad, César buscó coaligarse con Craso con el solo objetivo de aprovecharse de su prestigio como orador en el foro y asegurarse el apoyo y el voto de los «clientes» de éste, en los «comitia consularia» en los que César pretendía ser elegido cónsul, por lo que, «de facto», eran Pompeyo y César, los que llevaban las riendas de la Republica. Ambos se conocían desde hacía muchos años e incluso habían sellado su alianza mediante el matrimonio de Julia, la hija de Cesar, con el propio Pompeyo. Curiosamente, Pompeyo, que era despreciado por los romanos «de pura cepa», pues lo consideraban un advenedizo, nuevo rico de provincias, (procedía de la aristocracia terrateniente de Picenum), estaba en el bando «conservador» del Senado, y defendía los privilegios de éste, (Magnus había comenzado su carrera política de la mano del dictador Sila). Mientras que César, pese a pertenecer a una de las más nobles y patricias familias de Roma, (la gens julia se vanagloriaba de descender de la propia diosa Venus, a través de su hijo Eneas), encabezaba el bando de los «populares». Los partidarios del Senado, temiendo la cada vez mayor influencia y poder de Cesar, y previendo que éste desembocaría en una dictadura, buscaron desposeerlo de su magistratura y acabar así con su mandato sobre los ejércitos romanos. Cuando el Senado le instó a abandonar el poder, el astuto César, utilizando como peón al tribuno de la plebe Cayo Escribonio Curión (un personaje que según las fuentes de la época gozaba de muy mala salud, y que si bien en un primer momento se opuso a César, acabo militando en el bando de éste), propuso que tanto él como Pompeyo cedieran el poder al mismo tiempo, a sabiendas de que este último se negaría. La guerra civil estaba servida. Tras una serie de batallas, algunas de ellas con resultado incierto, Pompeyo tuvo que huir, y César quedó como gobernante absoluto. No obstante, fue ésta una victoria pírrica, pues como sabemos, el noble Cayo Julio César, fue asesinado poco tiempo después, curiosamente, a los pies de la estatua de su rival Pompeyo. Sostiene Marx, en su obra «El Dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte», que «la historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa». Por eso, todos los ciudadanos españoles nos aprestamos a contemplar la batalla definitiva de esta «farsa», y todo parece indicar, que los dos ejércitos, con sus generales a la cabeza, se van a enfrentar en un campo de batalla llamado «Vistalegre II».