La Voz de Asturias

¿Hay que quemar a Bertolucci?

Opinión

Pedro Antonio Curto

08 Dec 2016. Actualizado a las 05:00 h.

En la novela «Una historia perversa» de Adelaida García Morales se cuenta la historia de un escultor que insatisfecho con el resultado de su obra utiliza cuerpos humanos para realizar sus esculturas. Primero son cuerpos muertos, pero más tarde lo hace con vivos a los que mata, con lo cual logra captar el momento que va de la vida a la muerte.

«Hacer películas es también eso, conseguir cosas. Tenemos que ser completamente fríos. No quería que María interpretase rabia y humillación, quería que María sintiese rabia y humillación». Son palabras de Bertolucci conocidas al saberse que en la película «El último tango en París», él como director en complicidad con Marlon Brando, escondieron a la actriz María Scheneider la famosa escena de la violación. Aunque parece que dicha escena fue simulada, la actriz padeció a lo largo de su vida, depresiones y problemas con las drogas, declarando: «Durante la escena, aunque Marlon estaba interpretando, yo lloré lágrimas de verdad. Me sentí humillada y, si soy honesta, casi violada». Como en la novela, cabría preguntarse: ¿Dónde están los límites del arte? ¿Los medios justifican el fin?

Creo que «El último tango en París» es una película interesante, con más de una lectura, que señala, e incluso adelanta, algo de lo que estamos viviendo: la soledad del ser humano en un medio hostil, su autodestrucción, que necesita refugiarse, como salvación, en el puro instinto sexual vacío de contenido. Es un tango desesperado y suicida. La famosa escena de la mantequilla colocó a la película en el escándalo  y con él, el éxito, pero que hizo se obviaran  otros aspectos más sutiles, pero más complejos y profundos. 

La pulsión creativa no debe tener fronteras, pero si un dialogo, una ética y sobre todo, unos límites humanos, y quizás ahí, Bertolucci erró. Creo que la ficción debe ahondar en la realidad, recrearla, diseccionarla, para así poder contemplarla con otra mirada. Porque sino se establecen otros parámetros, lo que ahora está saliendo: la carpintería de la obra y no la obra en sí.  Y también, de las relaciones de poder.

Cuando se hace la película María Schneider es una joven actriz de 19 años y Bertolucci un director reconocido, al igual que Marlon Brando un actor famoso. La escena la planifican entre ambos, sin contar con la actriz, que es sometida a la experimentación de dos hombres que no la tienen en cuenta. Poder y patriarcado una vez más unidos. «Me porte de una manera horrible con ella», ha declarado Bertolucci, aunque añadiendo que, «culpable, pero no arrepentido».

La creación, en cualquier campo, debe ser irreverente y transgresora, buscar en las partes más oscuras del ser humano y la sociedad, pues sino es imposible colocar una antorcha de luz para al menos poder conocerlas. Las diversas formas de lo políticamente correcto, se están imponiendo como una nueva forma de censura. Porque la obra debe tener un dialogo con sus propias pulsiones y límites, pero no encerrarla y menos someterla a la dictadura invisible del «me gusta».  Aunque en ocasiones sea difícil establecer donde está lo uno y lo otro.

¿Invalida lo que se ha conocido la obra de Bertolucci o la de Marlon Brandon? Creo que es imposible un divorcio entre el autor y su obra. Otra cuestión es negar el valor de una, por el comportamiento de su autor. «Un viaje al fin de la noche», es una de mis novelas de cabecera, pero el antisemitismo y colaboracionismo nazi de su autor, Luis-Ferdinand Céline, me resultan repulsivos. Yukio Mishima me parece un estupendo escritor al que le hurtaron el Nobel, pero su paranoia ultranacionalista llevada al extremo de su suicidio ritual, resultan grotescos.

 Bertolucci, como Brando, establecieron en ese momento un mal dialogo con la obra que estaban realizando. Pero, ¿hay que quemarlos?


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