El descontento popular y el Parlamento Europeo
Opinión
24 Oct 2016. Actualizado a las 05:00 h.
Parece ser que la UE no han aprendido nada tras el Brexit. No eran sólo las ideas más o menos xenófobas o las aspiraciones nacionalistas las que llevaron a los británicos a votar por la salida de la UE. La pobreza, los bajos sueldos, la pérdida de calidad de vida de muchas zonas deprimidas jugaron también un papel importante. Naturalmente que todo esto lo han aprovechado por los movimientos populistas y xenófobos para lanzarlo contra la política de la UE. En las manifestaciones que todos estos días se están dando a lo largo y a lo ancho de la geografía europea no es todo antisistema ni xenófobo.
El hecho de que el parlamento de Valonia (Bélgica) haya dicho «no» al tratado comercial de la UE con Canadá, que debería haber entrado en vigor el martes de esta semana, es una llamada seria de atención. Este acuerdo es un preludio del acuerdo comercial con los EE.UU. Algunos dicen que es el caballo de Troya del TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership).
¿Por qué este rechazo de muchos movimientos populares a estos tratados? Voy a intentar resumir algunos de los motivos que a mi entender provocan esta actitud.
Desde hace ya dos décadas el bienestar de muchos europeos, y no sólo de las clases menos favorecidas, se ha venido desmoronando. La globalización, que en principio debería ser beneficiosa para todos, no ha favorecido más que a unos pocos y a unos pocos países. Es verdad que cerca de mil millones de personas en todo el mundo han dejado de pasar hambre, pero la competencia desleal y la falta de reglamentación a nivel mundial de las relaciones comerciales han perjudicado económicamente a la mayoría de los trabajadores y todas las clases medias de la UE.
La UE, que en realidad ha supuesto el inicio de la globalización al suprimir todo tipo de fronteras tanto para las personas como para las mercancías, estaba promoviendo entre sus Estados miembros y entre sus ciudadanos una globalización regulada y ordenada, pero la globalización a nivel mundial es algo diferente, pues representa la lucha encarnizada por el poder comercial y mundial. Europa, con sus altos estándares de sueldos, de protección social y de medidas de protección del medio ambiente, se ha visto obligada a competir frente a países con medidas de protección medioambiente casi nulas y con unos sueldos mucho más bajos que los europeos. Ante esta realidad son pocos los países de la UE, en realidad sólo los altamente industrializados, los que han podido resistir, e incluso en éstos los sueldos se han visto reducidos. Es decir, estamos ante un dumping social y ecológico mundial. ¿Es que esto no se podía prever en los innumerables tratados comerciales firmados por la UE?
Con motivo de todos los acuerdos comerciales se habla de los miles o millones de nuevos empleos que se pueden crear, pero de hecho en los países menos ricos de la UE lo único que vemos son millones de desempleados. Y el resultado ha sido también el traslado de la producción de las multinacionales de Europa a otros países, con la consiguiente pérdida de empleos. Los intereses de las de las multinacionales no suelen coincidir con los intereses de los ciudadanos.
A este argumento general en contra de los acuerdos comerciales, que en principio ya tiene un peso extraordinario, respecto al Acuerdo con los Estados Unidos hay otros motivos de rechazo, entre estos: los tribunales de arbitraje, ante los que las empresas pueden denunciar a los Estados miembros en caso de incumplimiento -lo que significa una justicia paralela a los tribunales ordinarios-, la diferencia entre los requisitos medioambientales de la UE y de los EE.UU y, sobre todo, la opacidad en que se está llevando a cabo la negociación de dicho tratado.
El Parlamento Europeo y los Tratados comerciales
Ha llegado la hora del ciudadano, que viene pidiendo paso desde hace ya mucho tiempo. Es hora e que se le escuche al ciudadano. El Parlamento Europeo debería ser de hecho el defensor de los intereses de los ciudadanos y, al menos, preguntarse, de dónde procede tanto descontento y tanto rechazo a la UE.
A esto se añade un nuevo problema, que nos afecta sobre todo a los que apostamos por una mayor integración de europea, y que debería inquietar al Parlamento Europeo, pues es él el principal responsable de velar por el cumplimiento de los tratados.
Hasta ahora se daba por supuesto que la política comercial era una de las cuatro políticas comunes de la UE, es decir una de las políticas en las que la UE tiene competencia exclusiva y en las que, por tanto, no pueden intervenir directamente los Estados miembros (a excepción del caso en el que las implicaciones financieras fueran a cargo del presupuesto de los Estados miembros).
Esto queda perfectamente reflejado en el apartado 1 del artículo 207 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea:
«1. La política comercial común se basará en principios uniformes, en particular por lo que se refiere a las modificaciones arancelarias, la celebración de acuerdos arancelarios y comerciales relativos a los intercambios de mercancías y de servicios, y los aspectos comerciales de la propiedad intelectual e industrial, las inversiones extranjeras directas, la uniformización de las medidas de liberalización, la política de exportación, así como las medidas de protección comercial, entre ellas las que deban adoptarse en caso de dumping y subvenciones. La política comercial común se llevará a cabo en el marco de los principios y objetivos de la acción exterior de la Unión.»
Está claro en este artículo que la política comercial de todos los Estados miembros es algo exclusivo de la UE. Pues bien, tanto el Tratado con Canadá (CETA) como el TTIP introducen algo no estrictamente comercial, y que es una excusa para la intervención de los Estados miembros a la intervención: los tribunales de arbitraje ante los cuales las empresas pueden demandar a los Estados miembros. Este es un aspecto que va más allá de la política comercial. Por eso, el Tribunal constitucional alemán dice que eso es competencia de los Estados, y si hay un Estado miembro que lo rechaza, pues dichos tratados no puede entrar en vigor. Por tanto, como el parlamento valón ha rechazado el tratado CETA, éste no puede entrar en vigor. Pero el Tribunal constitucional alemán dice más: cualquier Estado miembro puede rescindir el acuerdo comercial con Canadá. Con lo cual, y por diversas razones, lo que era competencia exclusiva de la UE ha pasado en gran parte a ser competencia de los Estados miembros, es decir se ha renacionalizado.
Por tanto, aun en el caso de que el Tratado con Canadá fuera algo positivo, sin embargo es muy negativo para la integración europea el que para su entrada en vigor dicho trata tenga que someterse a la aprobación de todos los parlamentos regionales y nacionales. (Con lo cual la anarquía está servida). Esto es lo que se está produciendo actualmente en la UE. Para quitarles votos a los populistas y a los xenófobos, nos volvemos tan populistas y xenófobos como ellos. Para frenar a los euroescépticos, nos hacemos euroescépticos. En lugar de más Europa, volvemos a mas Nación. No es esta la solución. La solución no es renacionalización, sino más Europa.
Realmente no hemos aprendido nada del Brexit, tampoco el Parlamento Europeo.