Mariano Scrooge
Opinión
02 Sep 2016. Actualizado a las 05:00 h.
No me hizo falta escuchar el discurso de investidura de Mariano Rajoy para saber su contenido. Pasa con el señor presidente en funciones lo que nos ocurría de niños con los parientes del pueblo a los que por decreto había que visitar sí o sí cada verano: uno llegaba a la vieja casa en la ladera y ya tenía preparadas las respuestas a las preguntas que iban a caerle encima, que eran siempre las mismas e inevitables. Cómo van los estudios, qué quieres ser de mayor, ya tienes novia. Al principio irritaba un poco tanta previsibilidad, pero luego nos resultaba hasta entrañable el encuentro con esa gente que nos hablaba como si ni el tiempo ni la alopecia hubieran pasado por nosotros. Antes o después acabamos descubriendo que la única zona de confort digna de tal nombre es la que aparece delimitada por todo lo que damos por sabido. «Para empezar, Marley estaba muerto», arranca una de las narraciones más conocidas de Charles Dickens. Encierran esas dos frases una verdad conocida e incuestionable, y es la ruptura inesperada de ese axioma lo que desencadena las incertidumbres.
Tras el 26 de junio, Mariano Rajoy concluyó que las cosas no le habían ido ni tan mal, teniendo en cuenta lo ocurrido seis meses atrás, y pensó algo así como ¿Parlamentarismo? ¡Paparruchas! Su partido está enfangado en tantas causas judiciales que en cualquier país serio le habrían retirado hasta el saludo, pero él ha podido comprobar en sobradas ocasiones, de los hilillos de plastilina en adelante, que tuvo mucha razón Cela cuando acuñó aquello de que el que resiste gana, y que no hay nada mejor que mimetizarse con el fondo del escenario para terminar haciéndose imprescindible. A fuerza de fingir que él sólo está de paso, Rajoy va camino de convertirse en el hombre que siempre estuvo allí y obtener la presidencia a perpetuidad no convenciendo a sus adversarios, sino fatigándolos. Cuando uno cuenta con mamporreros como Rafael Hernando, que se parece mucho a aquel compañero del instituto que pretendía ir de gracioso sin serlo y siempre se terminaba llevando alguna hostia, y tiene trabajando para él a aliados tan rendidos a la causa como el inefable Pablo Iglesias, sabe que puede tirarse tranquilamente a la bartola, y hasta permitirse revelar algún secreto internacional, porque a nadie le dará tanto el pulmón como para toserle. Amparado en el recuerdo de las elecciones pasadas, surfeando sobre la resaca de las elecciones presentes e invocando al fantasma de las elecciones futuras, Rajoy entró en el Congreso de los Diputados como quien entra en el bar de la esquina a tomar el café con leche de todas las mañanas. Consciente de que, juegue donde juegue, juega en casa, y de que las próximas votaciones, igual que las oposiciones a registrador, se las saca con la gorra. La Navidad, ya si eso, la celebramos otro año. Tampoco es tan importante si se piensa que, como en el cuento de Dickens, Marley ya está muerto. Lo malo es que no debemos descartar la hipótesis de que, en este caso, Marley seamos nosotros.