La tortura de una enferma de coronavirus: «Estoy todo el día en la cama, nunca había estado tan mala»
Gijón
Una gijonesa relata su aislamiento con síntomas de Covid-19 en una habitación de su piso, en el que convive con su marido y su madre, ambos de grupos de riesgo: «No me llegaron a hacer la prueba; me dicen que probablemente lo tengo y llevo aislada dos semanas»
03 Apr 2020. Actualizado a las 05:00 h.
Desde que empezó a toser sin parar ha pasado por buena parte de los síntomas que se asocian al nuevo coronavirus. Unas décimas de fiebre, dolor articular, vómitos y diarrea, cansancio, dolor de cabeza, falta de concentración, malestar general y sensación de mareo. «No me llegaron a hacer la prueba; me dicen que probablemente lo tengo y llevo aislada dos semanas. Estoy todo el día en la cama, me duele todo el cuerpo. Nunca había estado tan mala. Lloré como nunca en mi vida», cuenta una gijonesa de 35 años, en conversación telefónica desde su habitación. En su casa, en Gijón, convive con su marido y su madre, ambos de grupos de riesgo por tener diabetes y asma, respectivamente.
La última vez que salió de casa había sido justo antes de que se decretara el estado de alarma para hacer la compra. No tenía ningún síntoma, pero a los tres días empezó a toser y a toser. «Estuve tosiendo una semana y tenía un dolor de cabeza horrible. En la vida me había dolido tanto. Al principio pensé que sería un dolor de cabeza normal, que había cogido un catarro». El último catarro que recuerda haber pasado fue en 2017. «Yo nunca cojo catarros», asegura, tajante, porque siempre ha tenido muy buena salud.
A los dos días le subió la fiebre hasta 37,5°C -«casi seis»- y empezó con la diarrea. «Me sentía fatal. Mal, mal y, como tengo a mi madre y a mi marido en los grupos más vulnerables, desde que empecé a toser pasé miedo y ya me aparté de ellos», explica. Con este cuadro, tos seca, diarrea, dolor de cabeza y algo de fiebre, llamó a uno de los teléfonos de atención por coronavirus del Principado.
«Me dijeron que igual podía ser coronavirus por los síntomas, que tenía que estar aislada en casa y que ya me llamaría mi médica de cabecera a los tres días. No paré de llorar, me puse muy nerviosa». Ya se había aislado ella misma en la habitación. Su marido, desde entonces, duerme en el salón. «Les dije que ya me había aislado pero que, en todo caso, no sabía si lo tenía realmente. Me insistieron en que tenía que estar aislada porque ‘probablemente lo tienes’. ¿Cómo que probablemente lo tengo sin hacerme la prueba?, les dije. ¿No será un catarro o una gripe? No, me insistieron, tienes que estar aislada, piensa en tu madre».
Su madre, además de asmática, acababa de ser intervenida quirúrgicamente y había recibido el alta apenas unos días antes de que se decretara el estado de alarma en España. Tras aquella primera llamada al teléfono de atención del Principado, esta gijonesa es una de las miles de personas a las que se realiza seguimiento telefónico desde atención primaria. «A los tres días me llamó efectivamente mi médica de cabecera, que me insistió en que tenía que estar aislada. No puedes ir al médico ni el médico puede venir a verte a casa. Me dijo que me llamaría una enfermera a diario para hacer el seguimiento, pero es un cuento chino. No volvieron a llamarme hasta una semana después. Lo hice yo a los cuatro días al teléfono del Principado, y los días siguientes porque me sentía fatal. Me pasaron con unas médicas que me trataron muy bien».
«Sin saber lo que tienes» a ciencia cierta
Lo dice porque no siempre ha llevado bien el encierro en la habitación. La mente, en ocasiones, es incontrolable. «Es muy triste. Lo pasé muy mal los primeros días. Te meten en una habitación sin saber lo que tienes, probablemente dicen, pero igual es un catarro…» A la semana de estar aislada en su casa se pasó toda la noche vomitando y con diarrea. Tiene baño en la habitación. «Parecía que tenía una piedra en el estómago, me daban mareos, tenía unas décimas de fiebre y me costaba respirar, así que llamé al 112 y me dijeron que si quería me mandaban una ambulancia». Les dijo que no, porque no quería asustar aún más a su madre. Le dieron la opción de que la llevase al hospital de Cabueñes su marido. «Mi marido es diabético, no lo iba a meter en la boca del lobo, así que llamé a un amigo que es taxista».
Eran las siete de la mañana cuando llegaron al hospital y en urgencias sólo había cuatro personas, incluida ella. «No había nadie. Sólo dos paisanos mayores y un chico joven, al que también le dijeron que probablemente lo tenía, con estas palabras. Le dolían las cervicales y la espalda muchísimo y tenía fiebre. Le hicieron una placa y no tenía nada». A ella también le hicieron una placa y le volvieron a decir que probablemente tenía coronavirus. «Siempre dicen lo mismo, que probablemente y que tengo que seguir aislada. Empecé a llorar. ‘Por favor, vais a acabar conmigo. Nos vais a volver locos a todos, que estamos encerrados y no tenemos la seguridad de tener el virus porque no nos habéis hecho la prueba', dice que les dijo. Conozco a muchísima gente que esta así también», asegura.
«Tampoco somos famosos ni nada»
Una familiar de su marido lleva casi 20 días encerrada, «no le hicieron la prueba y sigue allí sola en su casa. Es muy triste». Se enfada para insistir en que el seguimiento telefónico no es ni mucho menos diario. «Es mentira. A ella llevaban seis días sin llamarla y, cuando por fin la llamaron, no se enteró. Le decían en el mensaje que la volverían a llamar y no lo hicieron. Y tampoco ven raro que no nos hagan la prueba para saber si realmente tenemos el virus porque dicen que estamos bien. Cuando estuve en el hospital no paraba de toser. Me ahogaba y pasaban al mi lado como si nada. Me daba la sensación de que no les importaba. Tampoco somos famosos ni nada».
De Cabueñes salió a las ocho y media de la mañana. A encerrarse en su habitación de nuevo. Mientras relata su experiencia tose de vez en cuando, pero se encuentra mucho mejor. Confía en poder salir de su encierro pronto. «Tengo un poco de fiebre, sólo 37,4, pero me dicen que no es nada grave y ya me siento mejor. Ya llevo dos días comiendo porque acabo de terminar con la dieta de suero». Los primeros días, dice, no tenía ganas de comer. «No me sabía a nada la comida y nada más verla me daba asco. Me entraban náuseas y vomitaba». Antes de encontrarse mejor había pasado cinco días con vómitos y diarrea. «Parezco un perro en la habitación. En mi vida pensé que podía pasarme esto».
La médica de cabecera le había recetado un jarabe para el vómito y paracetamol para el dolor de cabeza. Ella también pidió que le compraran un jarabe para la tos. «Las mascarillas y los guantes los consiguió mi marido en la fábrica en la que trabaja, pero de todas formas yo no me acerco a ellos para nada». Los platos y los vasos que utiliza los lava en el baño.
En la habitación las horas pasan muy lentas: «Hay días que no duermo ni de noche ni de día. Escucho un poco la radio y algo de música con el móvil. Si me pongo a leer me mareo. Me pongo a mirar cosas y tengo que parar porque me mareo. A veces me pongo a ordenar un poco el armario para pasar el tiempo y no hay manera, me mareo, así que me paso prácticamente todo el día en la cama».
Y, claro, a veces le da vueltas a la cabeza. «Sé por una amiga enfermera que sólo hospitalizan a quienes se ponen muy malos. ¿Y si mi mi madre o mi marido tienen síntomas, entre comillas como me dicen a mí, y no los tratan a tiempo? ¿Cómo pueden salvarles si pueden estar en peligro? ¿Por qué no me hicieron la prueba desde el primer momento?»